Usted está aquí
Aquello nos habita
Albert Einstein apuntó “vendrán generaciones, puede ser, que difícilmente crean que un hombre como este caminó alguna vez en carne y sangre sobre la tierra”, se refería a Mohandas K. Gandhi a ese “hombre singularmente bueno” cuya fortaleza de la verdad rigió sus rumbos, iluminando a la humanidad, enseñándole que la verdad es “la cosa más natural del mundo”; tiempo atrás ya lo había dicho el Nazareno “conoceréis la verdad, y la verdad os libertará”.
Tal vez sabemos del hombre que derrotó sin una sola arma a la corona inglesa, que con el poder de su espíritu venció al poder; que legó al mundo la filosofía de la no-violencia, doctrina que considera exclusivamente medios rectos para emprender cualquier clase de negociación con la “contraparte”, basándose en cuatro principios básicos: respeto, entendimiento, aceptación y apreciación.
Hemos oído hablar de Gandhi; sin embargo, podría apostar que aquellos que suben a las tribunas con la pancarta de la “no violencia”, ni siquiera conocen los profundísimos retos de ese ideal, y que pocos saben el origen de esa convicción que marcaría la vida de Gandhi.
Legado paterno
Para ser puntual, este principio radica en una enseñanza que a Gandhi su padre le brindó en edad temprana, la cual jamás olvidó.
Para conocer esta ocultísima parte de su vida los dejo con Otto Wolf, el biógrafo alemán de Gandhi, que revela la extraordinaria y desconocida experiencia que haría que este hombre decidiese emprender el camino de la no-violencia para buscar la independencia de su país:
“La no-violencia, no es otra cosa que la omnipotencia del amor; ésta será para el muchacho, junto al lecho donde el padre yace enfermo de muerte, una experiencia que él mismo definirá como la más trascendental de su juventud. Unos condiscípulos le habían inducido a robar un anillo de oro del brazalete de su hermano. La crisis moral no tarda en presentarse. Gandhi considera la posibilidad del suicidio, pero luego se decide a entregar a su padre una confesión escrita”.
Ante todo amor
“Temblaba cuando se la alargué. El la leyó hasta el final y mientras lo hacía resbalaban por sus mejillas lágrimas como perlas que iban a caer al papel. Y esas lágrimas, esas perlas de amor, purificaron mi corazón y lo limpiaron de mi pecado. Sólo quien ha conocido un amor semejante puede comprenderlo. Fue mi primera lección en la no-violencia. Entonces sólo alcancé a ver en ella el cariño de padre, pero hoy sé que era pura no-violencia. Cuando ésta se extiende avasalladora, transforma todo cuanto toca. Su poder no conoce límites.
Esta experiencia de amor paterno, dispuesto al perdón, sólo pudo producir en él una impresión tan definitivamente decisiva porque al mismo tiempo venían a sumarse a ella otras que, por decirlo así, formaban una atmósfera de no-violencia”.
Diez veces
Como ejemplo existe una pequeña poesía en gujarati, su lengua vernácula, impresa en uno de sus libros escolares:
“Por un breve sorbo de agua, da una comida abundante. Por un ligero saludo, tú reverencia afectuosa. Por la moneda de cobre, paga con moneda de oro. Y a quien te salvó la vida, da de tu vida el tesoro. Como norma de conducta, sigue del sabio el empeño. Y hasta diez veces devuelve, el servicio más pequeño. La verdadera nobleza, ve en cada hombre un hermano. Y a devolver bien por mal, tiende gozosa la mano”.
Lo que expresan los dos últimos versos es lo que ha hecho mi padre conmigo, se dice el muchacho. En realidad, esta poesía la acompañará hasta su muerte. Estos versos del libro escolar serán la norma de su vida y el recordatorio eterno de la experiencia tenida junto al lecho de muerte de su moribundo padre”. Hasta aquí la historia.
Equilibrio
Gandhi sabía que la no-violencia era la conducta natural de quien ama la verdad, que solamente puede ser veraz en su conducta quien lo es en su propio ser; quien vive el amor. Ese amor que tiene su génesis en el testimonio que los padres sembramos en los corazones de los hijos.
Por ello, ante tan alocados tiempos es preciso priorizar las actividades para emprender los equilibrios de vida que permitan desarrollar relaciones más profundas y significativas con la familia. Por ejemplo, comprender que los hijos a gritos piden límites en los permisos que se les conceden (aunque parezca extraño) y guía que les permitan desarrollar una existencia plena basada en la benevolencia.
Urgen testimonios
Entonces, más que con palabras, deberíamos formar a los hijos mediante el ejemplo: si los otros son los que destruyen, que vean que uno es quien construye; si los otros son pesimistas, que vean en uno el optimismo; si los otros son los que critican, que vean que uno es el que emprende; si los otros desacreditan a las autoridades, que vean que uno las respeta, pero con exigencia; que si los otros son violentos en la palabra, que ellos aprecien en uno el lenguaje cordial y limpio; si los otros son quienes piden, que en uno vean el servir con placer; que si los otros son permisivos, que vean las ventajas de la prudencia; que si los otros les dan a sus hijos absolutamente todo lo material, que los de uno aprendan la sabiduría de merecer y la riqueza de anhelar; que si los otros son deshonestos, que aprendan del ejemplo la virtud de la honradez; que si los otros gastan por gastar que de uno aprecien la frugalidad.
En fin, que ellos vean en sus padres, lo que éstos desean ver en sus hijos: el amor por la verdad, la honestidad, la paz, la convivencia y el respeto como forma de vida.
Servir de reflexión
La experiencia de Gandhi puede servir de reflexión y ejemplo para así terminar, de una vez por todas, con la terrible violencia e irresponsabilidad que, en estos tiempos, habita entre nosotros. La tarea es acabar con esa realidad que hoy muchos hijos viven en silencio: la de tener papas ocupadísimos, orientados al trabajo y a la búsqueda exclusiva del bienestar material y tal vez social.
En reversa
Pero también sería conveniente que los hijos vean por sus padres, que les brinden el beneficio de la duda cuando piensen diferente a ellos, sabiendo que los límites impuestos tienen una razón de ser: su bienestar y seguridad. Que los aprecien como personas, que tengan signos de gratitud en palabras y obras, que emprendan sus labores escolares sabiendo del sacrificio que en muchas ocasiones sus padres realizan con la única finalidad de verlos culminar sus anhelos. Que les abran canales de comunicación ante este mundo digital muchas veces difícil de comprender por ellos.
Sería bueno luchar en contra de esa costumbre que en ocasiones tienen los hijos: dejar a un lado de sus vidas a sus propios progenitores al verlos como simples proveedores de satisfactores.
Es decir, por un lado sería bueno evitar tener hijos huérfanos estando los padres vivos; y por el otro, dejar de tener padres olvidados por sus hijos. La misión es: amarse de verdad, lo demás sería lo de menos.
Amor responsable
Qué grave sería si tardíamente comprendiésemos esta responsabilidad compartida, pues entonces sería, para nuestro pesar, como jamás haberla comprendido.
La paternidad responsable reside en que los padres seamos testimonio de aquello que queremos ver en nuestros hijos; los hijos, por su parte, tienen el compromiso de respetar y velar por sus padres, cuidando el buen nombre de su sangre.
Adicional a la paternidad responsable, se encuentra el amor responsable – el débito - de saber ser hijos. Sería conveniente que cada familia lo comprenda y lo viva para erradicar – insisto - la violencia que nos habita, y entonces transitar por el camino del amor, la libertad y la hermandad.
cgutierrez@itesm.mx
Tec. De Monterrey Campus Saltillo
Programa Emprendedor