Aquí ardió Troya

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Aquí ardió Troya

Algunos sienten nostalgia del cine de ayer. Yo no. Atesoro en mi memoria, en mi corazón y en mi videoteca las grandes joyas del pasado, con sus dioses y diosas de Hollywood, de hermoso rostro y cuerpo, pero pienso que ahora se hace un cine con más aliento y mayor profundidad. Chabrol dijo una vez que el cine no llegará nunca a la mayor edad. Sin embargo de pronto el cine -y decir “el cine” significa en un 90 por ciento decir Hollywood- nos entrega obras que son muestras espléndidas de talento artístico y habilidad artesanal, que de las dos cosas, genio y carpintería, está hecho el cine que perdura.

Entiendo que una buena película es ante todo un buen director. Hay una frase que decían los mílites romanos y que resulta aplicable también a otros ámbitos: “Un ejército de ciervos guiados por un león es más temible que un ejército de leones guiado por un ciervo”. En el caso del cine, un grupo de actores medianos dirigido por un cineasta de excelencia tiene más posibilidades de hacer una buena película que un elenco de estrellas bajo la conducción de un director mediocre.

Wolfgang Petersen es un extraordinario director de cine. Alemán de origen, y dueño de la minuciosa técnica germana, Petersen se convirtió en figura del cine americano desde que en 1991 -a los 50 años justos de su edad- se consagró con “En la línea de fuego”, película de Clint Eastwood. Antes, sin embargo, ya había hecho cosas muy buenas. En 1977 atrajo la atención del mundo cinematográfico con “La consecuencia”, donde abordó con hondura y delicadeza el tema de la homosexualidad. Luego, en 1981, obtuvo dos nominaciones al Oscar -guión y dirección- por “Das boot”, “El submarino”. En 1984 filmó su primera película en inglés, “La historia sin final”, que fue calificada de “encantadora fantasía para niños”, pero que los críticos juzgaron obra maestra de dirección.

En estos días de forzado encierro he vuelto a ver otra película suya: “Troya”. En ella Petersen logró una más de sus logradas producciones. Inspirada en “La Ilíada”, de Homero, el cineasta actuó con respeto a la obra y a los mitos. Aun quien no conozca el poema homérico sentirá su hálito épico y el espíritu de tragedia que hay en él. Se hicieron concesiones al lenguaje cinematográfico, desde luego -por ejemplo, se soslayó la invulnerabilidad de Aquiles, que habría quitado efecto dramático a los combates del héroe, y se estableció entre él y Briseida un vínculo romántico impropio del tiempo y de la circunstancia-, pero la grandiosidad de la realización, las escenas de masas, los efectos visuales, todo contribuyó a dar al espectador una visión cercana de aquel lejano drama.

El elenco fue perfecto, con la sola excepción de Paris Alejandro, que no tuvo ni la belleza física ni la prestancia varonil que el seductor de Helena debe haber tenido. Peter O’Toole actuó espléndidamente su pequeño rol, y la Helena es seguramente como la imaginada por Homero.

Valió la pena ver “Troya” una vez más. Ayer la vi en mi casa, pero fue como haber estado donde Troya ardió.