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Aquietar el alma
Hoy dos inicios fabulosos que coinciden en el calendario: la primavera y la vacaciones de Semana Santa y agregaría que casi también este 21 de marzo coincide con el “Día Internacional de la Felicidad” que desde 2013, la ONU ha celebrado “como reconocimiento del importante papel que desempeña la felicidad en la vida de las personas de todo el mundo”.
En relación a esto, México pasó de la posición número 14 al lugar 21 entre los 156 países que conforman el Informe Mundial sobre la Felicidad 2016, siendo Dinamarca el país más feliz del mundo.
Comento lo anterior pues sería buena idea que, en estas vacaciones, reflexionáramos sobre la felicidad personal al tiempo que nos dedicáramos a descansar.
Cinco pilares
En este sentido, el investigador Martin Seligman de la Universidad de Pennsylvania, ha propuesto cinco pilares que contribuyen a la felicidad: La emoción positiva, que sentimos cuando hacemos algo agradable; el fluir, que tiene que ver cuando hacemos una tarea que realmente nos apasiona generando la pérdida del sentido del tiempo y la noción de nosotros mismos; el sentido, que tiene que ver con todo lo que significativamente hacemos por los demás, por alguna causa o propósito y que se deriva del haber encontrado nuestra propia misión y vocación de vida; los logros alcanzados y la satisfacción que éstos nos brindan; y por último, las relaciones positivas que se generan cuando establecemos relaciones íntimas y personales con las personas que queremos, como lo puede ser la pareja, la familia y nuestras amistades.
Ecologismo espiritual
Para estar en condiciones de descubrir esos 5 pilares en nuestra vida es necesario aquietar el alma y esto lo podemos hacer mediante el desarrollo consciente de eso que Martín Descalzo denominó “ecologismo espiritual”, ya que, según su pensar, ahora existe una “contaminación de nervios, de tensiones, de gritos, que hacen tan irrespirable la existencia como el aire”, situación originada por la erosión de los “espacios verdes” que tradicionalmente teníamos como reserva y que aprovisionaban de vida a la misma vida, y que hoy es esencial rescatarlos a fin de reconquistarnos del influjo de la vida moderna.
Velocidad e inercia
Me gusta la manera en que Martín Descalzo describe una realidad que para la mayoría simplemente nos es terriblemente familiar: “la gente vive devorada por la prisa; nadie sabe conversar sin discutir; nos atenazan los gases de la angustia y la incertidumbre; la gente necesita pastillas para dormir; a diario periódicos, radios, anuncios, televisores, nos llenan el alma de residuos y excrementos como se estercolan las playas… Apenas hay en las almas espacios verdes en los que respirar” y termina sentenciando “Una alma convertida en desván de trastos viejos es tan inhumana como las colmenas en que se nos obliga a vivir”; y ahora habrá que agregar toda la tecnología relacionada con las redes sociales que le ha metido a la existencia mayor rapidez, sentido de protagonismo y, en muchos casos, desvaloración de todo lo que se encuentra cerca, de lo íntimo, de aquello que no necesita wifi, ni la “nube”, tampoco “chats”, ni teléfono celular alguno.
Reflexión dramática, pero verdadera. Vivimos atormentados por el “sin sentido”, por la abundancia de desperdicios cibernéticos. Sería conveniente, entonces, edificar una guarida personal para atrapar ahí la serenidad, la paz; es decir, espacios para escucharnos a nosotros mismos y posiblemente escuchar la voz de la vida.
Espacios gratuitos
El alma, como morada del espíritu, necesita amplios espacios para que este hábito nos purifique. José Luis tiene sobrada razón, es indudable que hemos cedido al mundo muchos de los espacios que originalmente le correspondían al alma, de los cuales antaño solíamos abrevar sosiego, descanso y creatividad, a tal grado que nuestra alma se ha enfermado, se ha vuelto inhóspita y con ello nos hemos convertido en una multitud de seres intolerantes. Distantes.
Encontrar lo extraviado
Es necesario reconquistar los espacios verdes perdidos. El primero que Martín Descalzo menciona es recuperar el sueño. Vivimos una creciente sed de sueño, nos hemos obstinado en quitarle a la noche su sentido y majestuosidad, quizá con la ilusa idea de hacer tarde lo que temprano no emprendemos; de hecho, el autor salpica su reflexión con una idea genial de Martín Abril: “Para estar bien despiertos hace falta estar bien dormidos”. ¿Hay alguien que lo dude?
Martín, menciona que otro espacio urgente de reconquistar es el “ocio constructivo”. Para lograrlo hoy es prudente admitir que estamos en manos de una civilización que nos ha enseñado a trabajar, pero también a perder absurdamente el tiempo. Acertadamente dice el autor “nos parecemos en el trabajo a los burros, pero nos aburrimos como los gatos o saltamos de tontería a tontería como los mosquitos”. Remacha recordándonos que en esta época nos pasamos la vida entre “el sudor y el fútbol, o la pasiva televisión”, ¿Acaso no hemos abandonado el rico placer de saborear un buen libro, de escuchar esa música que ensancha el alma, o simplemente de caminar para encontrarnos con el maravilloso silencio?
Un tercer espacio verde que el autor encuentra muy erosionado es la amistad. Concuerdo con él, pues ya no tenemos tiempo para conversar por el mero gusto de hacerlo, no hay segundos libres para estrechar el alma con el buen amigo. Ahora sólo coincidimos con los auténticos amigos en eventos de corte social, o irónicamente en funerales. Desgraciadamente, hemos economizado tontamente los encuentros que tienen la exclusiva intención de hacernos, sencillamente, gozar de la amistad.
Parece que actualmente las pláticas sin sentido, el televisor y el Internet se han convertido en nuestros amigos íntimos, suplantando a los de carne y hueso. Por eso creo que Descalzo hace bien en recordarnos que no hay “ningún tiempo mejor ganado que el que se pierde con un verdadero amigo”, pero el reloj es hoy, por desgracia, el autor - ¿destructor? - de nuestra cotidianeidad.
Tiempo íntimo
Yo agregaría otros dos espacios verdes que continuamente descuidamos, uno se refiere a dedicar tiempo para estar con nosotros mismos, de persona a persona con nuestra propia persona, con el fin de redimensionar la vida y de coincidir con la causa de nuestra existencia, también para agradecer a Dios la fortuna de respirar, el regocijo de ser y de sabernos estremecer con las “buenas vibras” que peregrinan dentro de cada uno de nosotros.
Y el otro espacio, abundantemente verde y generoso, es aquél que se refiere a dedicar un cachito de nuestras horas a causas o causes que requieren de ayuda desinteresada, a penetrar un poco en la piel de la gente que merece compasión y acción: el pobre, el necesitado, el que llora o sufre. Y esto es muy triste porque ignoramos que colmar este vacío también nos puede ayudar a conciliar el sueño diario.
Serenidad en la rapidez
La vida es tan fugaz que hay que recorrerla con serenidad. Es cierto que la existencia también es trabajo, pero como toda buena empresa debe ser conservada con generoso descanso creativo.
Espero que en estas breves vacaciones recuperemos esos espacios verdes que deliberadamente dejamos que el mundo nos los hurte, para así escaparnos de la rutina y enterarnos que en verdad estamos vivos.
Saber descansar es también una forma de generar abundancia de vida y es la antesala para llegar a ser productivos y consecuentemente más felices. Ojalá que en estos días reposemos trabajando en la construcción de un auténtico “ecologismo espiritual”, pues reconquistar esos espacios perdidos también significa pasar de la angustia que ofrece la mera sobrevivencia a la grandiosa alegría que regala la vida, cuando aquietamos el alma, cuando aprendemos a vivirla con plenitud y serenidad a pesar de existir en un mundo tan alocado.
cgutierrez@itesm.mx
Tecnológico de Monterrey
Programa emprendedor