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Arde la Sierra: Ardemos todos. ¿O no?
Mientras 3 mil hectáreas de serranía arden en la Sierra de Arteaga; 30 millones de metros cuadrados de flora y fauna desaparecen calcinados. Vientos arremolinan el fuego para expandirlo más allá del poder humano de sacrificados brigadistas, bomberos y voluntarios.
La predicción es dolorosa: el fuego podría extenderse por siete días. Y el desastre ecológico tomaría una generación –30 años– para recuperarse.
¿Por qué no ardemos nosotros también?
¿En qué momento nos disociamos de esa unidad primigenia con las montañas? En la cual nuestro cuerpo vivía en perfecta sintonía con la naturaleza.
¿Dónde quedó aquella actitud de reverencial ante sus alturas o de “representación metafórica como medio de elevar al ser humano hacia el cielo” hasta esa dimensión mitológica donde habitaban los dioses? ¿En qué momento perdimos la humildad ante su majestuosidad espiritual?
¿Por qué no ardemos nosotros también?
¿En qué momento dejamos de sentirnos responsables de calentar el planeta para avivar estos incendios en la Sierra de Arteaga? ¿Por qué nunca protestamos para poner un alto al transporte y la industria contaminantes, la deforestación, la generación excesiva de residuos y el derroche de energía?
¿Porqué no ardemos nosotros también?
¿Acaso no es suficiente sentir en nuestros cuerpos el aumento en la temperatura; los cambios en los patrones del clima y de la lluvia y las modificaciones en las migraciones de aves y la supervivencia de animales y ecosistemas?
¿Por qué no ardemos nosotros también?
¿Hubo algún momento en el cual nos interrogamos qué hacer para reencontrarnos en esa unidad perdida con la naturaleza más allá de la contemplación espiritual o apropiación deportiva?
¿Por qué no ardemos nosotros también?
En este momento, ¿qué respuesta le daríamos al niño del poema de Walt Whitman, cuando nos preguntara: “¿qué es la hierba?”, trayéndola a manos llenas? ¿Cómo podríamos contestarle? Yo tampoco lo sé. Aunque “sospecho que es la bandera de mi carácter tejida con esperanzada tela verde. O el pañuelo de Dios”.