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Arte y denuncia social
En los primeros ocho días del mes de julio, la famosa fotógrafa norteamericana Annie Leibovitz estuvo en México. Vino a cumplir compromisos de trabajo y a presentar su serie en plena gestación, un Works in progress, “Mujeres: nuevos retratos”. Proyecto auspiciado por la financiera suiza UBS. Vino a retratar a Elena Poniatowska, la escritora y periodista mexicana ganadora del Premio Príncipe de de Asturias en España en año pretérito y periodista ampliamente leída en círculos de izquierda.
Nadie se resiste al lente de Leibovitz, quien fuera pareja en su momento de otra mujer aguerrida como pocas a la cual secó el cáncer: Susan Sontang. La fotógrafa gringa es, al día de hoy, la artista de la lente mejor pagada en el mundo. Ha tenido problemas con el fisco, lo cual no ha limitado su trabajo creativo para las grandes revistas del mundo de la moda y el glamour como “Vanity Fair”, “Rolling Stone” (donde se publicó la pálida entrevista o reportaje sobre el “Chapo” Guzmán en libertad, cuando contactaron con él Kate del Castillo y Sean Penn) y, sobre todo, para “Vogue”, esa revista a la que hay que ver, admirar y deletrear por sus anuncios publicitarios. Sí, por sus anuncios de publicidad, verdaderas obras de arte no tan efímeras.
Leibovitz es una fotógrafa del glamour y de los cuerpos bellos, vivos y esculturales. Pero también, es una retratista del poder. Nadie se resiste a su lente. Lo mismo ha retratado a Bob Dylan, Michael Jackson, Mick Jagger que a Barack Obama o a la Reina Isabel de Inglaterra. Todo mundo lo ha visto y es un retrato de los más célebres de la historia, así como lo es la famosa fotografía icónica de Korda al rostro del “Che” Guevara. Es de Leibovitz el retrato de John Lennon acurrucado y desnudo junto a Yoko Ono; sí, justo antes de ser asesinado afuera del también ya famoso edificio Dakota.
Annie Leibovitz vino a México a retratar a una mujer en especial, a la Poniatowska, pero si el arte puede servir para “algo”, si aún tiene una pizca o un mucho de valor social, la fotógrafa gringa lo ha hecho perfectamente: fuera de agenda y protocolo alguno, hizo una sesión de fotografías en ese osario de aguas negras en el Estado de México, justo en los límites con la ciudad de México, Chimalhuacán. Al andar en ese territorio, pisó y dejó huella acerca de los feminicidios que asolan la zona. Datos hablan de 1,722 asesinadas en este territorio de Eruviel Ávila entre 2011 y 2015. Al igual que Ciudad Juárez, Chihuahua, tierra de nadie para niñas y mujeres que diario se aventuran a salir, para tal vez no regresar jamás a su morada.
Esquina-bajan
A este territorio comanche llegó la Leiboivitz armada con su cámara fotográfica para documentar la violencia en contra de las mujeres. Retrató a una abogada de 40 años, Andrea Medina Rosas, quien llevó un caso de asesinatos de mujeres en Juárez hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos y pudo responsabilizar al Estado mexicano por homicidios de género en el Campo Algodonero en aquella ciudad fronteriza. Al retratar a este tipo de mujeres casi anónimas, pero que mantienen la dignidad y la honra de pie en este País, la fotógrafa gringa ha contribuido una vez más a que las autoridades mexicanas y extranjeras pongan su atención en un mal endémico y nada menor: los asesinatos de género.
Datos disponibles del INEGI (entidad oficial) al día de hoy, marcan que en 2013, las tasas de defunciones por homicidio de mujeres más altas, se ubicaban en los estados de Guerrero, Chihuahua, Coahuila, Zacatecas, Morelos, Durango, Estado de México. En promedio, se estima que durante 2013 a 2014, fueron asesinadas siete mujeres diariamente en el País. Si se toma como base los datos de 2011 a 2013 y siguiendo con datos oficiales del INEGI, Coahuila vuelve a aparecer entre las principales entidades con esta problemática de violencia de género. Y claro, de los punteros es el Estado de México, donde las muertes no cesan.
En Chimalhuacán, a donde fue Leibovitz con su cámara, en meses pasados fueron retiradas las cruces que daban cuenta de estos asesinatos. Cruces pintadas de color rosa. Las autoridades alegaron que debían limpiar el cauce del río de aguas negras donde han flotado los cadáveres de mujeres y niñas martirizadas. Se quería borrar la memoria. No pudieron. Volvieron los familiares con nuevas cruces. Allí están al día de hoy, amén de ello, hay también una pinta que a la letra dice: “Podrán quitar nuestras cruces, pero no nuestra rabia. Seguimos de pie”.
Letras minúsculas
Annie Leibovitz, con su arte, puso de nuevo pie y ojo en la llaga. Una herida que no cierra.