Avanzar del yo al nosotros

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Avanzar del yo al nosotros

Empate en Bruselas.
La selección Mexicana estaba tiritando con el frío otoñal de Bélgica. Las graderías lucían con una asistencia que vestía colores oscuros. Hacían la ola mexicana y canturreaban coros en vez de clamorear porras. Gol belga y penal con gol de México muy bien “Guardado” para esa ocasión de primer empate. Después, sorpresa de los nórdicos con un segundo que no tardó en empatar el equipo visitante, vestido de verde y blanco. Vino el tercero, que tuvo su pronta clonación  antes del silbatazo final. Empatados 3 a 3 con satisfacción de ambos aguerridos equipos. Amistoso fue el partido y también el resultado de la pizarra. La ventaja de los empates es que no hay perdedores. Ambos contendientes quedan satisfechos de su propio desempeño. Unos porque no perdieron y otros porque no se dejaron ganar.

Este muchacho fragmenta su atención televisiva cambiando constantemente de canal. En su celular chatea, juega y consulta al mismo tiempo, con audífonos puestos, oyendo música.
Desatención y depresión son graves enfermedades contemporáneas, no precisa ni exclusivamente corporales. El letargo de la inteligencia tiene como consecuencia la atención dispersa y sucesiva. La depresión atrapa la sentimentalidad influenciable en cárcel de inmóvil pasividad, a causa de la anemia de la voluntad y la frialdad del corazón.

Una generación dispersa y deprimida que llega a extremos de frivolidad irresponsable y hasta suicidio compulsivo, necesita la medicina deportiva sumada a una espiritualidad Pascual de constante muerte a todo lo mortífero, y constante resurrección a lo vivificante. Si no hay victoria que haya empate. La victoria mejor de cualquier competencia olímpica podría ser la de equipos empatados, receptores del mismo premio. Sin seguir el enfrentamiento hasta que haya la mala noticia de un perdedor.

El empate es señal de que nadie se quedó atrás, que todos llegaron y todos ganaron. Como aquellos niños Down que recordamos. Uno tropezó en la carrera organizada, y otro vino a ayudarlo, lo notaron los demás corredores y todos se devolvieron a tomarse de las manos para no caer y para llegar juntos a la meta como ganadores.

Cuando la colaboración sustituye a la competencia y el empate a la derrota del adversario se construye comunidad, sin subrayar individualismo. Se premia entonces el esfuerzo más que los logros y sobresale la solidaridad más que el orgullo de un ganador solitario. Ahora hay en Bruselas una doble fiesta, un doble banquete, un doble regocijo o quizá, adelantando futuro, hay un solo gran jolgorio triunfal para ambos equipos empatados.

Quizá en el campo político, en caso de empate técnico, no habrá en el futuro ni siquiera una segunda vuelta, sino gobiernos de coalición de quienes superen sus diferencias y empaten sus buenos anhelos compartidos para el bien de todos...