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Bebés ¿de dónde vinieron?
En 1874 ya se sabía que la Tierra no era el centro del Universo. En ese entonces se podían imprimir imágenes fotográficas con el daguerrotipo y enviar información a distancia mediante el Código Morse. De hecho, ya hacía 15 años que Charles Darwin había escrito ‘El origen de las especies’. Sin embargo, en ese entonces todavía nadie entendía cuál el origen de los bebés.
Eso no quiere decir que a la gente no le interesara una respuesta, sino que nadie —ni los científicos ni los estudiosos— sabía contestar correctamente a esa pregunta que, incluso en la actualidad, muchos padres temen escuchar de sus hijos: ¿de dónde vienen los niños?
¿Cómo puede ser que algo tan abstracto como la fuerza de la gravedad y los componentes del Universo, se entendieran mucho antes que entender cuál era el origen de los bebés?
“Cuando caí en cuenta de que las preguntas difíciles de la época ya habían sido resueltas, pero no preguntas tan sencillas como el origen de los bebés, me sorprendí”, señala el escritor Edward Dolnick, quien recientemente (2017) publicó el libro titulado ‘The Seeds of Life: From Aristotle to da Vinci, the Long and Strange Quest to Discover Where Babies Come From’ (‘Las semillas de la vida: de Aristóteles a Da Vinci, la larga y extraña búsqueda para descubrir de dónde vienen los bebés’).
El hombre que encontró la respuesta
En ese libro, Dolnick da a conocer que hubo que esperar hasta 1875 para que un biólogo alemán de cuyo nombre pocos se acuerdan —lo cual también es sorprendente— fuera el primero en descubrir que la fertilización de los erizos de mar dependía de la penetración de un espermatozoide en el óvulo, y reconocer que ese era el evento esencial de la procreación.
El nombre del científico que develó el misterio de la procreación (hace 142 años) era Oskar Hertwig, y su descubrimiento le puso punto final a una larga y divertida historia de teorías propuestas por genios mayores y menores.
La mujer fue anulada
Una de las razones para la demora en entender algo tan importante como la gestación de los bebés, era el desprecio que los hombres sentían por las mujeres.
“En ese entonces, todas las grandes creaciones del mundo habían sido hechas por hombres: ya se tratase de un poema, de la construcción de un edificio magnífico o de una brillante obra de teatro...
“Por ende, si se estaba hablando de entender la creación más admirable de todas, era algo que tenía que ser descubierto por un hombre, no por ninguna mujer”, explica Dolnick.
Pero sacar a la mujer de esta historia trajo muchos problemas.
“Para Aristóteles era razonable pensar que la sangre de la menstruación jugaba un rol importante en la procreación”.
Como se sabe, las teorías científicas se apoyaban en lo que se podía ver o palpar. Y la sangre de la menstruación y el semen cumplían con esos requisitos.
¿Era esa la verdadera explicación del milagro de los bebés?
¿Qué pensaba Leonardo?
En ese tiempo aún no había microscopios, así que no se podía visualizar cuál era el verdadero aporte de la mujer. El óvulo humano, aunque es la célula más grande del cuerpo, es apenas del tamaño del punto al final de esta oración.
Todos esos problemas prácticos se mezclaban con los problemas conceptuales sobre el rol de la mujer e impedían llegar a la verdad.
En 1492, Leonardo Da Vinci hizo el dibujo de una pareja teniendo relaciones sexuales. Si usted se fija en ese dibujo, verá dos canales dentro del pene, aunque realmente sólo hay uno. Según Da Vinci, el de abajo llevaba la orina y el de arriba, el semen. Y este último canal estaba conectado con la columna vertebral y el cerebro.
Y cuando Da Vinci dibujó la anatomía de la mujer, no le puso ovarios pero sí un tubo que conectaba el útero con los pezones, bajo el supuesto de que la leche materna resultaba de sangre menstrual transformada en un líquido nutritivo para la alimentación del bebé.
Las últimas teorías
Además de las dificultades para encontrar los óvulos y los espermatozoides, había otro obstáculo para comprender el embarazo: las relaciones sexuales no se prestaban a las deducciones científicas, ya que no siempre daban el mismo resultado: a veces había embarazo y a veces no.
No obstante, en esa búsqueda, hay un elemento que no podemos dejar de lado: la religión.
Dios era el Creador de todo y el único que podía dar vida. Entonces, ¿cómo era posible que por el hecho de compartir unos minutos de intimidad en la cama, dos personas pudieran crear un nuevo ser humano?
El fruto de este dilema fue una teoría que prevaleció durante los siglos XVII, XVIII y buena parte del siglo XIX...
Esa teoría seguraba que Dios había creado a todos los seres humanos de una sola vez, cuando creó todo lo demás.
O sea que las personas llevaban dentro de ellas todas las otras personas que vendrían después (ahora sabemos que las mujeres nacen con todos los óvulos que van a tener de por vida).
Esa teoría dictaba que “todos los seres humanos estaban ahí desde el principio de los tiempos, y las relaciones sexuales los liberaban”.
De esa manera, un bebé que hace un momento no estaba en el mundo, de repente aparecía en el vientre de una mujer. ¿Se había resuelto el gran misterio?
Incluso en la actualidad las explicaciones de Aristóteles tienen algo de atinado. Por ejemplo, puede que un bebé no resulte de la mezcla de semen con sangre menstrual, pero hoy sabemos que uno y otro —semen y sangre menstrual— son parte de la ecuación.
En fin, todavía algunos estamos tratando de entender algo que para otros resulta muy obvio.
Con información de BBC Mundo