Bebidas espirituosas en 14 de febrero

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Bebidas espirituosas en 14 de febrero

Olvídese de aquello de un tinto para carne roja, un blanco para el pescado, un rosado para los postres

Hace un par de semanas deletreé aquí un pálido díptico con respecto a los “bocadillos literarios”. Bueno, así lo titulé al englobar diversas comidas, aperitivos y manjares que a vuela pluma y al azar, tenía a la mano señaladas de varios libros de escritores que forman parte de nuestro alfabeto. Atentos lectores como usted el cual me favorece con su atención, me comentaron de la buena acogida del par de textos y pidieron uno más. En próxima semana volveré al tema. Pero junto con pegado, varios interlocutores me comentaron también de esas “bebidas espirituosas” que habitan perpetuamente la mano del creador, del escritor y por lo cual y debido a dicha fama, no pocas veces estos son tildados como alcohólicos, si no y de plano, borrachos. Pero caray, cuando uno bebe un buen tinto, un buen blanco y claro, un buen rosado (la champagne la dejamos para columna aparte), el mundo cambia de color y perspectiva, todo se dulcifica y sus efectos son tan conmovedores en uno, que no pocos escritores considerados místicos, santos y benditos por la religión misma, recurren a él para escribir imágenes de piedad y arrobamiento. Vino y misticismo van de la mano. Por algo al vino tinto sobre todo, se le considera una bebida “espirituosa.” Entramos en materia, San Juan de la Cruz (1542-1591), por cierto, el santo patrono de los poetas según el catolicismo, fraile carmelita y un de las más altas plumas castellanas, en su “Cántico espiritual” versa: A la zaga del camino de tu huella Los jóvenes discurren al camino Al toque de centella, Al adobado vino: Emisiones de bálsamo divino. En la interior bodega De mi amado bebí, y cuando salía Por toda aquesta vega Ya cosa no sabía Y el ganado perdí que antes seguía. Otro poeta místico, alto como pocos, Fray Luis de León (1527-1591), escribe: “Vine yo al huerto, hermana Esposa/ y ya cogí mi mirra, y mis olores,/ comí el panal, y la miel sabrosa/ bebí mi vino, y leche, y mis licores:/ Venid, mis compañeros, que no es cosa./ que dexeis de gustar tales dulzores:/ bebed hasta embriagaros, que es suave…” Pero, luego, luego, empiezan los remilgos. ¿Cuándo es misticismo y cuándo embriaguez? ¿Cuándo es espiritual y cuándo caemos ya en los placeres de la carne? Con tantos y tan buenos caldos como los salidos de la vid y parras de Casa Madero, San Juan de la Vaquería, Rivero González, Don Leo, Fortín… hoy es el día de los amores y las amantes, ¿podremos sujetarnos entonces a un solo caldo, un solo vino para agasajar a la señorita de buen ver, platicarle al oído poesía mística o bien y de plano, dejamos de lado lo espiritual para recitarle versos como los del poeta maldito Charles Baudelaire (1821-1867)?: “Por mecer la indolencia y el rencor sofocar/ de esos viejos malditos que mueren sin chistar,/ sintiéndose por ello quizás apesadumbrado,/ Dios al hombre dio el vino, hijo del sol sagrado.” El vino, aprendemos con Baudelaire, es “hijo del sol sagrado.” Decántese usted entonces hoy 14 de febrero, por un vino blanco. Usted olvídese de aquello de un tinto para carne roja, un blanco para el pescado, un rosado para los postres; usted agasaje a la lady en turno con lo que sea. Puede ser hoy un vino del Rhin. Sí, como sol sagrado es el reflejo de su caldo. l Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.