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Bienvenido a la Casa de la Risa
María viajaba en coche, sola, de noche, por la carretera. La esperaba su gente amada para una reunión familiar. Pero una descompostura la metió en un grave predicamento. Incomunicada y sumida en la desesperación, por fin logró que un autobús se detuviera y la llevara a donde pudiera hacer una llamada telefónica.
Pero era el autobús de un centro psiquiátrico, en el cual tomaron a María por una paciente y, sin más, la recluyeron.
Las aclaraciones de María, airadas, enérgicas en un principio, sólo confirmaban la impresión de los especialistas: que sufría un violento delirio y una pertinaz obsesión con el teléfono.
Después de todo, su historia del coche descompuesto y su incesante letanía “yo sólo vine aquí a llamar por teléfono” resultaban reveladoras de su locura.
Y así pasaron meses o años, no recuerdo, porque lo leí hace tiempo y era un pequeño cuento de la excelsa imaginación del muy echado en menos monstruo de las letras, Gabriel García Márquez.
El relato de “Sólo Vine a Hablar por Teléfono” es tragicómico, por decir algo, y nos hace reflexionar, en su lectura más elemental, que la locura y la sanidad no existen objetivamente, sino que dependen enteramente del contexto.
También, en “One Flew Over the Cuckoo’s Nest” (“Atrapado sin Salida”), la novela y la película, en la que el protagonista, R.P. McMurphy se interna deliberadamente en un manicomio para evadir una sentencia carcelaria menor, sabemos desde un inicio que el personaje no sólo no califica para recibir atención psiquiátrica, sino que es un dechado de cordura, de juicio, todo un portento de sensatez.
Pero ocurre que el lugar es regido por el personaje más tenebroso imaginable, la enfermera Ratched, una tirana que mantiene el orden entre los internos a base de drogas y terapia de electrochoques (el personaje es tan vil y despiadado, que ocupa el quinto lugar entre los peores villanos cinematográficos de todos los tiempos, precedida sólo por el doctor Lecter, Norman Bates, Darth Vader y la Bruja Mala del Oeste).
Ella es la verdadera enferma, una auténtica psicópata, pero es quien detenta el poder y por ende su realidad es la que impera.
De tal suerte que el buen McMurphy, que sólo estaba de paso, termina siendo tratado como un verdadero demente y, de hecho, como uno particularmente difícil en esta bonita alegoría de lo que hace la sociedad con los espíritus libres (si no la ha visto, no ha vivido y allí está en Netflix, ¡no la joda!).
Sepa usted que pese a los avances en medicina, psicología, neurología y ciencias ocultas, no es posible atenernos a una definición de higiene mental que no esté en función del contexto. Es decir, para que a una persona se le considere cuerda debe ser operativa y funcional con su entorno, los que no, son segregados. Muy bien, pero ¿quién establece los parámetros?
Usted, lectora luchona, lector chimengüenchón, ¿cómo andará de la azotea? Hagamos una pequeña prueba rápida. Responda:
¿Cree usted que Humberto Moreira es un hombre deshonesto que abusó de su cargo y cometió desvío de recursos?
¿Considera con base en la información publicada que Humberto Moreira se enriqueció de manera injustificada?
¿Piensa que si Humberto Moreira ha evadido la acción de la justicia ha sido por la complicidad y protección que le otorga el poder, mas no por su inocencia?
¿Le parece que todos los señalamientos que distintos personajes, detenidos por sus nexos con el crimen organizado, han hecho en contra de Humberto Moreira no son coincidencia, sino una reveladora constante de que encabezó desde su Gobierno una red de corrupción, tráfico de influencias, desvío y lavado de recursos públicos y provenientes del crimen?
¿Estima pertinente que Humberto Moreira sea exhaustivamente investigado por autoridades serias, competentes y transparentes?
¿Es Humberto Moreira para usted un hombre corrupto?
Felicidades, si contestó afirmativamente a una o a todas las anteriores, es usted serio candidato a unas largas vacaciones en el Cesame.
Al menos así lo juzga el profe en cuestión, el exgobernador Coahuilense e insigne priísta, Humberto “Guamazo vs Demanda” Moreira, quien solicitó una orden para que se evaluara psicológicamente al periodista Sergio Aguayo, uno de los pocos que se ha atrevido a cuestionarlo, pero uno de los muchos que lo señalan como uno de los hombres más corruptos de México.
Lo ridículo es que de hecho Humberto ganó dicho recurso, alegando que la imagen que Aguayo tiene de “El Profe” danzarín está viciada, construida desde el prejuicio —algún trauma, vaya usted a saber—, el dolo y una animadversión gratuita.
Cuando bastaría echarle un ojo al expediente de linduras de Humberto para cogerle antipatía, claro, siempre y cuando consideramos que lesionar a la Patria, destruir a la Entidad y lucrar demagógicamente con los menos favorecidos está mal. Si ello en cambio no le provoca el menor desasosiego le conmino a que se saque, despacito y en sigilo, mucho a la gominola.
Pasa que hasta nuestra sanidad mental es un bien relativo que depende del lado al que esté cargada la justicia, cuando debería estar apoyada en normas y criterios legales a los cuales poder asir nuestra realidad.
Y ya le digo, si a don Sergio Aguayo, por su antagonismo (estrictamente periodístico y ciudadano) contra Humberto Moreira, resulta que le patina el coco, que ni se abrume, porque somos miles los que estamos chalados, dementes, tocados, orates, chiflados totalmente de repudio hacia este inescrupuloso individuo. ¡Bienvenido a la Casa de la Risa!
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