Café Montaigne 160

Usted está aquí

Café Montaigne 160

Parafraseo a Ovidio en su “Metamorfosis”, el rostro amado al encontrarlo, “incendia y quema.” El amor siempre estará entre las fronteras de la patología y el amor. Hartos de la política chabacana la cual todo lo pudre y de esta maldita pandemia la cual ha transformado la vida como hasta hoy la conocíamos y practicábamos, el amor sigue siendo pasión la cual quema y salva a la vez. Al escribir sobre el amor, la tinta se funde con el erotismo, la gula, la lujuria, el placer con el sexo por el sexo (no procrear como animales solamente; sino el sexo, el placer del sexo) lo cual es humano, sólo humano; y todo, todo lo emparentamos con el lujo de la inteligencia y la creación.

La pareja. No solos el hombre y mujer, sino juntos en comunión. Común unión. Entonces el amor es ¿sentimiento, pasión, enfermedad, atracción, transformación, dependencia, manifestación, estado, percepción…? Eso lo cual llamamos en este lado del mundo, en occidente: amor. Ay del amor, el cual nunca podemos ni hemos definido del todo, jamás. ¿Amor es Hollywood? No, pero bajo su manto de celuloide nos hemos educado. Mire usted los estragos causados por varias películas como “Casablanca” en tiempos pasados, la gran “Luna amarga”. O bien, una cinta la cual causó tumultos y es ya clásica contemporánea, “Titanic.” 

¿Es de mejor calidad el amor romántico y estable o filial, en comparación al amor carnal el cual llega por contagio de humores, colores y sabores, definido como lujuria? El amor tiene muchas manifestaciones y ramificaciones en occidente, no así en oriente. En occidente hemos “inventado” el amor romántico, el apego, el romance, la pasión, el “amor espiritual”, el amor de fidelidad, puf. Para los orientales y en una ocasión platicando con uno de ellos (era japonés y estaba cocinando in situ en la barra del restaurante) el cual sabía perfecto español, esto en la ciudad de México, me dijo: en oriente sólo hay una o dos voces para definir el amor. Nosotros los occidentales y mexicanos desdoblamos el amor en: cariño, te quiero, te necesito, te extraño y un largo etcétera. No pocas veces, seamos francos, amor y sexo (casi) son uno solo. Tal vez con matices en cuanto a la familia de sangre. Fuera de ello, sentir el amor hacia la patria (el lugar de nuestros padres, término candente, no así el jurídico de nación): defenderla, procurarla, es igual de intenso al apego sexual el cual sentimos hacia nuestra pareja.

¿Qué hacer cuando nuestra pareja se va? ¿Se acaba la vida? ¿Aquí termina todo? ¿Quedarnos a vegetar? ¿Qué haría usted cuando se va su pareja, su amada, su amado o bien, cuando muere o le arrebatan a su ser más querido? Si usted es escritor o pintor, al no tener a su ser amado a un lado, ¿Usted dejaría de escribir, de pintar? Pues sí, si usted recuerda eso fue lo que prometió e hizo el poeta Javier Sicilia cuando le arrebataron la vida de su hijo. Dejó de escribir poesía. Sólo se involucró en política. Y esto es también lo que prometió y ha cumplido el filósofo Fernando Savater al perder a su mujer, Sara Torres.

ESQUINA-BAJAN

No ha querido escribir más, salvo unas memorias de dolor y llanto: “La peor parte.” Sus memorias desgarradas de más de 240 páginas son una confesión de dolor a moco tendido. Y esa toma de decisiones inflada por las simas de la desesperación en el par de intelectuales arriba deletreados (Javier Sicilia y Fernando Savater) de ya no volver a escribir, ¿no es un arrebato propio de mentes primitivas y poco dotadas como la del obrero, como la del adolescente con acné o la de un humano más o menos normal? En el prólogo al volumen aquí glosado (“La peor parte”), apenas iniciando letras, Savater nos recibe con la siguiente aseveración: “Dije que ya no iba a escribir más libros. Era la actitud más lógica, porque hasta entonces… los escribí para alguien que ahora ya no podrá leerlos.” (Página 13). Pues sí, el amor mata. De varias formas y maneras. No sé si sea patología en el caso de Savater, un largo duelo amoroso y melancólico, o de plano y sí, un gran, gran amor. Pero eso de renunciar a las letras, a escribir, es algo extremo.

Lea lo siguiente: “Señores, ¿os gustaría escuchar un bello cuento de amor y de muerte?” Líneas poderosas, votivas, las cuales obligan a prestar todo oídos y querer saber la historia completa de un episodio el cual ya se adivina desde su arranque, es toda una tragedia. Usted lo sabe, es el inicio de uno de los más bellos poemas de amor, “Tristán e Isolda” y el texto remite inmediatamente a la concordancia y matrimonio entre amor y muerte. ¿Y el amor pleno y feliz? Ja, el amor feliz nunca tiene historia. Vea usted si no, la historia que ha terminado en tristeza, la comunión de Pelo Cohete y Fernando Savater a los cuales la muerte los ha separado con los costos ya enumerados: Savater ya renunció a escribir.

Nadie habla del amor feliz. Nadie habla de él. Sólo nos ocupamos y sentimos el aguijón del dolor en el amor mortal, el amor emparentado con la muerte y la negrura de la noche la cual acecha y devasta siempre a los desventurados amantes. ¿Amor romántico? Tal vez. Pero ¿no será acaso a los amantes en turno les sobra serotonina y dopamina y les hace falta oxitocina? Esto y no otra cosa es la radiografía bioquímica del amor, según los científicos. ¿Y si entonces nos atacamos de Prozac para nivelar ambos niveles? ¿Se me va a tildar de agente forense y sepulturero del amor? ¿Es bueno el amor romántico, en contraparte del amor carnal y sexual? Lea usted: por los pechos, labios y vulva de una mujer se han perdido haciendas, reinos, tronos, reputaciones, empresas… hasta países.

LETRAS MINÚSCULAS

El monarca británico, Eduardo VIII, en su momento, dejó a su país tirado “por la mujer a la que se ama.” Así las cosas con esto del “amor.”