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Café Montaigne 175
Lo he contado hace poco en este generoso espacio de VANGUARDIA: dos hijas adolescentes de un matrimonio de amigos vienen a mi residencia una o dos veces por semana a tomar clases de literatura y lectura con su servidor. Todo empezó hace meses cuando toda la familia llegó a mi residencia a merendar, curiosas el par de señoritas se pusieron a ver libros y a hojearlos con alegría. Mis amigos entonces soltaron el reto: ellas asistirían una vez o dos por semana para leer aquí y su servidor les platicaría de libros y autores, así en general. Aunque mi par de amigos tienen buena biblioteca, dijeron, no se comparaba con tanto material amontonado en mis anaqueles, los cuales y en honor a la verdad, tengo decenas sin haber leído.
¿Por qué sigo adquiriendo libros entonces, por qué sigo apilando libros si posiblemente no pueda leerlos por un motivo de sentido común: ya estoy viejo y la vida no alcanza ya para tanta lectura? Pues por eso, los libros son un anhelo de vida, de esperanza de lectura; los libros son un proyecto de vida y de lectura a la mano y en los anaqueles bien atiborrados de ejemplares por leer. Les platiqué así tal cual de esto lo cual acabo de escribir y las señoritas se quedaron tan motivadas, a los tres días estaban tocando mi puerta para su primera sesión. Insisto, hace esto inició hace apenas unos meses a la fecha. Ellas, inquietas, empezaran a barajar una serie de temas y lecturas por explorar. Es decir, podríamos leer a dos o tres Premios Nobel nada más por ese sentido: son lo más potente de la literatura universal. Leer por ejemplo a Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Mario Vargas Llosa, tres latinoamericanos. O bien, quitar a uno e incluir a Miguel Ángel Asturias.
Cuando les dije de leer a poetas de alta estirpe y abolengo, pues no, la idea no les hizo gracia ninguna y renegaron inmediatamente. Yo estaba botado de risa. La poesía ya pocos o nadie la lee. La poesía para soñar y amar a muchos jóvenes seamos francos, no les “dice nada”. Prácticamente nada. Prefieren historias para gozar y viajar. Pero cuando empecé a platicarles y leer fragmentos de ciertos poetas, noté un cierto interés, aunque aún muy pálido. Les dije de un tiempo en la antigüedad (es decir, apenas hace un par de años), había unos vendedores en la calle de cromos, fotografías y postales, los cuales ofrecían sus mercaderías. Uno compraba dichas postales y luego, se enmarcaban los posters. Había escenas de amor en París, cromos de gatos o perros, la consabida rosa en un florero con algún pensamiento y les dije de los siguientes versos: “Al perderte yo a ti/ tú y yo hemos perdido/ yo porque tú eras/ lo que yo más amaba/ y tú, porque yo era/ el que te amaba más/ Pero de nosotros dos/ tú pierdas más que yo/ porque yo podré/ amar a otras/ como te amaba a ti/ pero a ti no te amarán/ como te amaba yo”. Estos versos poderosos enmarcados con alguna escena de una ruptura amorosa de pareja en día lluvioso.
ESQUINA-BAJAN
Era de esperarse, les pegó el poema. Fue cuando les dije: tienen autoría, aunque casi y en su momento, ningún cromo callejero daba cuenta de ello. El poema se hizo del dominio público, pero los versos son del inconmensurable poeta y padre católico, sacerdote pues, recién fallecido en Nicaragua, Ernesto Cardenal. Las féminas pidieron les siguiera contando más de este personaje único, el cual predicaba una teología muy terrena, tan terrena como política fue su apuesta. Como ellas traen celulares de última generación, les pedí consultaran cualquier página disponible en sus celulares y observaran varias fotografías del poeta Cardenal. Inmediato salió una de las más famosas: Ernesto Cardenal con boina negra y ya con su cabello y barba nevada, celebrando el triunfo de Daniel Ortega en la ciudad de León, cuando fue la revolución sandinista. Les platiqué, por lo general, los revolucionarios terminan como burgueses: Daniel Ortega sigue encimado en su cargo de Presidente de una bien jodida Nicaragua y el poeta Cardenal ha muerto en soledad y cercado por aquellos a los cuales sirvió.
La curiosidad quedó sembrada en el par de señoritas, amén de ser lindísimas, son inteligentes como ellas solas. Le decía estimado lector, en lugar de yo aburrirles con mis temas, les dije ellas propusieran temas de su interés personal y yo preparar las charlas y lecturas. Así ha sido. Como buenas niñas, pidieron letras de féminas para empezar. Iniciamos con dos o tres escritoras las cuales crearon su obra en la soledad casi monacal de su habitación; ojo, de su habitación solamente, ni siquiera ocuparon toda su residencia: María Luisa Bombal, Jean Austen y Emily Dickinson. Ellas vivían recluidas en sus habitaciones. “La casa es mi definición de Dios”, cuentan unos versos de la siempre angustiada y atribulada norteamericana, Emily Dickinson (1830-1886). Apenas vio publicados algunos textos en su vida. Escribía presa de un don divino o demoniaco, para el caso es lo mismo. Solitaria y misántropa, justificaba su vida en la tierra desde la soledad de las cuatro paredes de su habitación, su “Dios.”
Hoy, este par de señoritas, alumnas mías (se dicen así mismas. La verdad, saben más que su servidor, la verdad) propusieron un tema escabroso: libros los cuales todo mundo cita y pocos o nadie ha leído. Escogieron a Mary Shelly y su libro de “Frankenstein o el moderno Prometeo”, “Drácula” de Bram Stoker y como no, “Don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes. Un reto sin duda para mí; ellas disfrutan harto el ponerme en aprietos. ¿Usted ya los leyó señor lector, ya los anotó, tiene varias versiones de cada uno de ellos para comparar traducción o bien, erratas? No poca cosa. De esto le estaré platicando en dos o tres columnas sabatinas siguientes.
LETRAS MINÚSCULAS
Usted lo sabe, de entrada, Frankenstein no es el monstruo, el engendro. El demonio no tiene nombres. Víctor Frankenstein es el doctor sueco, su creador.