Café Montaigne 176

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“El Monte de la perfección”. Cuando Juan de Yepes (1542-1591) fue superior del Convento del Calvario, dibujó un par de estampas de eso llamado la subida al monte de la perfección, la subida al monte de Dios. Juan de Yepes usted lo sabe, es el divino San Juan de la Cruz quien es una de las más altas cumbres de la poesía mística universal. A los 49 años ya había dejado huella de varios textos perfectos: “Subida del Monte Carmelo”, “Cántico Espiritual”, “Noche Oscura” y “Llama de Amor Viva”. No poca cosa, señor lector. Él, como muchos de nosotros, buscó esa luz, esa andanza, ese camino el cual nos lleve a ese llamado Dios, el Altísimo. O Alá, como usted guste llamarle. Buscamos ese faro, esa montaña mágica, ese monte el cual se erige como guía a seguir rumbo a un camino de luz y claridad. No oscuridad, sino luz viva y blancura de sombras. El salmo 48 es rico en letras y símbolos. Dice a la letra: “Grande es Iahvé y digno de loores/ en la ciudad de nuestro Dios, su monte santo/ hermosura y altura, alegría de la tierra;/ el monte Sión corazón de Aquilón, la ciudad del gran Rey…”.

En este salmo, la cadena simbólica sagrada se adivina y se perfila perfectamente: Dios-montaña-ciudad-palacio-ciudadela-templo y claro, centro del mundo. Por lo demás, todas las culturas tienen su monte sagrado. Su montaña mágica (es obvia la referencia en mis letras a esa montaña la cual lo curaba todo con sus aires fríos, helados: es “La Montaña Mágica” de Thomas Mann), es el caso de el Monte de los mártires en París (Montmartre), Montjuic en Barcelona, el Montserrat en Cataluña, el Quirinal en Roma. Sí, efectivamente como aquí nosotros tenemos nuestro Monte guía señorial, el Cerro del pueblo en Saltillo el cual atestigua nuestras miserias pero también, nuestras grandezas. San Juan de la Cruz entonces, en esta guía, en esta “Subida al Monte Carmelo” y en su diagrama el cual dejó a tinta y letra, habla de tres caminos (la divina trinidad, siempre) para ascender a dicho monte: el camino de la derecha es el “camino del que ama los bienes en la tierra”. El camino de la izquierda es el camino del que “ama los bienes del cielo” y el tercer camino o ruta, es camino del centro, de quien “no ama nada fuera de Dios solo”.

Uno de sus versos así lo dejan ver: “...porque no quise tener nada, me ha sido dado todo sin que lo buscase”. ¿Quiere usted subir a esta blancura, a esta altura cercana al cielo, con los bienes de la tierra? Seguramente su equipaje será un lastre. Sus alforjas serán pesadas y molestas y su andar será lerdo y dilatado. Los bienes de la tierra, todo mundo lo sabe, no conducen ni llevan a subir este monte de Dios y llegar a Dios mismo. Aunque, la pobreza es más llevadera con algunos bienes los cuales nos dan seguridad en la vida en este planeta Tierra materialista y capitalista. Los bienes son un vehículo, no una meta. ¿Cuánto fueron los bienes, el dinero, las ganancias en Estados Unidos el cual manejó en sus finanzas de droga, el famoso Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”? 12 mil 666 millones 191 mil 704 dólares.

ESQUINA-BAJAN

No pudo comprar ni el cielo ni a las autoridades norteamericanas de justicia las cuales lo tienen de por vida entabicado en una cárcel gringa. El otro camino equivocado, nos dice el monje carmelita, es el camino el cual sólo conduce al cielo, pero no a Dios. Es decir, son especie de vaguedades y goce del espíritu, perlas engañosas, pero no el conocimiento ni comunicación plena con Dios y su altura. ¿Cómo llegar entonces a Dios y cómo subir a este monte pleno de luz y bondad? Cada humano será el guía y artífice de su propio destino y elegirá el camino el cual considere correcto. Por eso los Salmos nos dicen: “Me has mostrado el sendero de la vida/ alegría plena en tu presencia/ dulzura sin fin a tu diestra”. Todos buscamos de una u otra manera nuestro monte o montaña personal el cual nos dará refugio y guía en nuestra tribulación.

Dice Miqueas: “Sucederá en el futuro que el monte del templo de Dios se establecerá en la cima de las montañas…”. Pero también, la soberbia puede llegar al exterminio. Es decir, construir, edificar nuestro propio monte o torre lleva a la aniquilación por imitar a Dios o intentar llegar a él por nuestros medios terrenales: la Torre de Babel. La torre como símbolo de derrumbe, lección mortal y presagio de destrucción total. ¿Sabe usted cuál es el augurio del fin de los tiempos según el Apocalipsis? El derrumbamiento de las montañas…

Elías, usted lo sabe, obtiene el milagro de la lluvia de Dios, luego de orar fervientemente en el monte Carmelo. Aterrizaban en la cima de la colina, nos dice el poeta Seamus Heaney, Nobel de Literatura, en Loreto, “las letras sólidas del mundo”. Poesía visual y precisa. Nada escapa a la visión del poeta. Tal vez y sólo tal vez, sea necesario abandonarse al canto de los poetas para alcanzar la cima del Monte añorado y descubrir la claridad de Dios en el fondo de todo y de todas las cosas. En su poema “En el brocal”, Seamus Heaney nos cuenta de una cantante ciega la cual nos lleva por un “camino de altos setos”. Su canto es familiar, por ser acaso, el canto de la tribu el cual guardamos no en nuestra memoria, sino en nuestra misma entraña y vísceras. Este canto es el “origen de los cantos”. Y esta cantante ciega, como un oráculo, al cantar y prodigar su voz y palabras con nosotros, nos acerca a la verdadera asunción, al verdadero ascenso a nuestro propio Monte y pasión. Tal vez al ascender a nuestro Monte personal, al estar en su cima y tratar de encontrar y sentir a Dios, tal vez y sólo tal vez podamos aspirar a repetir un verso de Keenan…

LETRAS MINÚSCULAS

“Ya puedo ver el cielo allá en el fondo”. Oxímoron perfecto.