Café Montaigne 184

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Café Montaigne 184

“Soy hombre; duro poco/ y es enorme la noche./ Pero miro hacia arriba: las estrellas escriben”. Seguramente usted los conoce, son los cuatro primeros versos del poema, uno de los más señeros, de tantos poemas altos, del poeta mexicano, el único Nobel mexicano, Octavio Paz. Son parte del texto “Hermandad” donde le rinde tributo y homenaje a Claudio Ptolomeo. Apenas cuatro versos los cuales abren lejanías insospechadas. Si usted lo nota y como rápida exégesis del texto, hay una especie de doble movimiento: un ir y venir divino y terreno. El hombre está en tierra, pero al mirar hacia arriba se busca ese estadio de inmensidad, de eternidad para estar ligado con el cielo y las estrellas: anhelo y esperanza de eternidad lo cual sólo se logra con palabras, esas tan frágiles las cuales no se lleva el viento y si se quedan entre nosotros por siempre. Palabras bien medidas y certeras las cuales Octavio Paz cultivó toda su vida.

Somos hombres, somos finitos, señor lector, duramos poco. Demasiado poco sobre la tierra. Tal vez ni usted ni yo habíamos tenido en nuestro recuerdo de vida, días tan duros y siniestros como los días y tiempos aciagos los cuales aún nos asisten. Ya vamos para un año completo con el fardo de cargar sobre nuestros hombros con esta peste bíblica. La vida se ha convertido en una noche oscura sin estrellas ni guías ni asideros. Países completos han quedado aislados y en orfandad de todo tipo. No hay escuelas abiertas en la mayor parte del mundo. El trabajo se volvió lento y escaso. Llegó el hambre, la pobreza, el robo con violencia por lo más elemental para un ser humano: la comida. Para nuestra desgracia así es y así va a seguir siendo.

No se ve salida del túnel oscuro en el cual transitamos los humanos de este siglo. ¿La vacuna? Usted lo sabe, son un agorero y apocalíptico. Y lo soy por el simple motivo de mis lecturas y les creo a los científicos serios los cuales tienen la verdad, como los poetas, en su palabra. A últimas fechas todo mundo hace olas y depositan su fe ciega en las diversas vacunas las cuales los grandes laboratorios ya hacen pasar como solución al problema letal del COVID-19, cuando la gente me pregunta por ello, yo sólo encojo mis huesudos hombros y les espeto: voy a creer en la vacuna, de cualquier marca de laboratorio, cuando se le aplique públicamente a Anthony Fauci, el alto científico gringo, el zar de la salud y del COVID en aquel país. ¿Se la pone él?, entonces es obligatorio la aplicación a todo mundo.

¿No se la pone? Por algo será. Yo sólo espero. Mirando hacia las estrellas, pero con los pies anclados en tierra. Mientras tanto sigo con las recomendaciones de siempre: uso de cubrebocas (el mismo Fauci recomienda su uso al menos, hasta finales de este 2021, aunque Hugo López-Gatell se limpie sus anteojos con uno de ellos, como lo hizo públicamente el pasado 28 de septiembre de 2020) cuando salgo a la calle y a tomar un transporte colectivo, lavado de mis manos en cualquier lugar al cual voy y eso llamado “guardar distancia”. Cosa terrible eso de abominar del contacto social, pero no podemos hacer más, salvo acatar recomendaciones de salud.

ESQUINA-BAJAN

El estar encarcelados, confinados en casa, ya por meses, largos meses e insisto, ya vamos para un año completo, nos hizo nacer o aflorar, nuestros sentimientos y raíces más profundas. Para bien y para mal. Salieron frutos buenos, pero también, ideas malsanas, hierba mala la cual fue carcomiendo nuestra casa, nuestro cuerpo y no pocas veces, terminó por devastar a millones de individuos. La incertidumbre y angustia viven lo mismo afuera o adentro de nuestra residencia. A todos nos ha afectado esta peste bíblica. A unos más a otros menos, pero nadie ha salido bien librado de esto.

No hay seguridad alguna. En ningún lugar. Vivimos en perpetuo estado de zozobra, incertidumbre y abandono. Así se vive, así es necesario y obligado seguir viviendo. ¿Cómo me ha afectado a mí en lo particular y en mis letras? Mucho, como a todos. El escritor argentino José Bianco pensaba de la auténtica persona del escritor, la cual está en su obra y sólo en su obra. Aforismo afortunado sin duda, pero, ¿cómo se gesta esta obra? ¿Cuáles son los resortes secretos los cuales animan una novela de 400 páginas o bien, el apunte microscópico para la feliz culminación de un haikú?

Condensadas las anteriores preguntas y aderezadas con una idea más: ¿cuál es y cómo es el proceso cotidiano de escritura de un creador? ¿Cuáles son sus vicios ante la página en blanco o el ordenador personal? ¿Cuáles son sus posibles virtudes a la hora de empuñar el lápiz o el teclado? En resumen: ¿cómo escribe un escritor. Le afecta el estado de cosas actuales y el confinamiento obligado o son meros jirones climatológicos a los cuales no hace caso por estar enclaustrado en su mundo interior?

Ha dicho con acierto el argentino Tomás Eloy Martínez: algunos hombres han escrito su obra en medio de la adversidad, “es en estos destinos ínfimos donde la especie humana se reconoce a veces con mayor claridad que en la catástrofe de la naturaleza o en los abismos de la intolerancia”. Sylvia Plath escribió parte de su obra y antes de suicidarse en una gris y mortecina mañana londinense, amurallada en su espacio vital como mujer: la cocina, sus condiciones de vida para ella y sus hijos no eran óptimas. Dijo Henry Miller: para la mayoría de los escritores y pintores, es mejor trabajar en una posición incómoda. “Tal vez la incomodidad ayuda o estimula un poco”, le refirió en entrevista al reportero George Wicks. Los escritores no estamos exentos de esta precariedad y estragos de salud mental y de brecha material abierta con la pandemia. Y por eso mismo, por ello, es más necesaria la palabra escrita la cual debe ayudar a reflexionar sobre este tiempo apocalíptico.

LETRAS MINÚSCULAS

Quédese a vivir para seguir viéndonos en esta tertulia de Café Montaigne, señor lector. Así sea.