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Café Montaigne 37
Hoy sábado, lo voy a confesar, y conste que apenas llevo un café y sin piquete (una buena dosis de ron, pues): soy presa de una pasión nefanda, una adicción, un vicio me carcome las entrañas como buitre o como cuervo, seca mi sesera y mi libre albedrío. Ignoro si sea vicio, pasión o enfermedad. Ha de ser las tres cosas y más: ha iniciado la temporada del mejor deporte del mundo, el futbol americano y en esta mitad del año mi vida está atada a tres motivos a saber solamente: que pierdan los Vaqueros de Dallas, los Patriotas de Nueva Inglaterra y, claro, que ganen los Pittsburgh Steelers.
Renuncio al sol, a la precaria naturaleza muerta que hay en la ciudad y mi vida en esta mitad del año gira en torno a ver en la tele a los héroes del domingo ataviados como modernos gladiadores en un match donde se juega no un título, sino la gloria misma. Ya perdí alguna vez en mi vida una querida novia por no sacarla a pasear (como perro, pues. Es la aspiración de muchas ladys, que uno les dedique tiempo a pasear dominicalmente) en domingo. Yo le decía que martes o miércoles. Menos domingo, ni jueves. Imposible. Veo la mayor cantidad de partidos todo el día y claro, tampoco lunes por la noche. Un día le dije que me acompañara a ver uno o dos partidos del domingo. Fuimos a un buen bar y fue una sesión memorable. Ganaron los Steelers y perdieron los hígados de Dallas. Junto con otros parroquianos que son ultras de Acereros, agarré una parranda de antología. A la lady la mandé en limousine amarilla a su casa (taxi, pues); airada, me gritó: “¡Mira, pinche Jesús, o dejas de ver ese maldito juego, o te dejo yo a ti!”.
Sobra decirlo, era y sigue siendo más importante este divino juego, esta pasión nefanda, que los amores pasajeros de la lady. Un juego de los Steleers es irrepetible, los amores de mujeres con poco seso se encuentran en cada rincón y son reemplazables. Utilería. Así de sencillo, así es la vida misma pues. En futbol americano, un minuto es un juego completo; un segundo es la eternidad y la eternidad del juego se decide en una jugada final que consume exactamente un segundo. Luego, vendrá la inmortalidad, el aplauso, el delirio, los contratos millonarios… la gloria.
Este deporte sólo se practica por hombres, los cuales se enfrentan por la posesión primigenia y ancestral del ser humano: la tierra. Ganar una yarda en un juego dominado por defensivas equivale a lograr un pedazo del paraíso. Si un mariscal de campo tiene “toda la tarde para tirar”, en traducción al cristiano significa que cuenta con 3.8 segundos para completar un espectacular pase de 35-40 yardas con su receptor abierto, el cual realizará una pirueta y filigrana en el aire como bailarín de ballet para quedarse con el ovoide.
ESQUINA-BAJAN
Y con el ovoide, con el balón en las manos, jugadores entrañables como Lyn Swann o John Stallworth volaban hasta las diagonales enemigas pulverizando a la secundaria de Dallas, ¡sí señor! La voltereta al juego, entonces, ya estaba cocinada y la emoción en el filo de la garganta.
Tiempo de titanes, sin duda. Jugadores de músculos de acero, aquí el dramatismo fingido de los falsos héroes del soccer nacional al caer teatralmente en el área prometida son recursos para el débil, para el actor de pacotilla y jamás serán admitidos en el futbol americano, donde los jugadores luchan en el terreno de batalla en condiciones climatológicas adversas e inverosímiles.
De hecho, un partido de futbol americano jamás se interrumpe, jamás se suspende e incluso jugar con temperaturas gélidas o bien, lluvias torrenciales, es el sino característico de algunos equipos a vencer. Va apenas iniciando la temporada y ya sentencié a mi musa en turno: domingo, no puedo verla. Lunes por la tarde-noche, menos. Así como días extraordinarios de fechas en el calendario de la NFL. Ha aceptado de mala gana. Tal vez prescinda de su amor. Va iniciando temporada y no deja de ser interesante recordarle a usted algunas preferencias de ciertos seres humanos tan atormentados como yo con esta pasión que es una enfermedad. Van: la bella sobrina de Ana Teresa Sánchez y su esposo Carlos, claro, son Steelers. Igual el escritor Armando Oviedo Romero, desde la CDMX.
¿Alguien en Coahuila, aparte del magistrado Francisco Gómez y Gómez le va a Osos de Chicago? Es el único ser humano que conozco que le va a Bears. El abogado especialista en derecho electoral, Gerardo Blanco, al igual que el columnista César Elizondo tienen en Raiders de Oakland a su equipo favorito (de hecho, y en mi caso, es mi segundo equipo). Mi jefe y patrón, don Armando Castilla anda intratable: en la primera jornada, sus Jefes de Kansas City apalearon al vato sangrón de Tom Brady y su obesa nómina (el equipo vale en sueldos 168 millones 551 mil 886 dólares. Puf).
LETRAS MINÚSCULAS
Si el big Ben Roethlisberger mantiene sanas sus rodillas de cristal, Steelers caminará a finales. Ni lo dude, señor lector. ¡Sufro!