Café Montaigne 38

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Café Montaigne 38

Se acerca el Día de Muertos, celebración única y bizarra que se une a Halloween para ofrecernos un banquete ritual digno del otro mundo

No imagino la vida (o la muerte, aunque Eclesiastés de la Biblia, dice que el muerto, muerto está. Si no hay vida, no hay sentidos, sentimientos, inteligencia, nada. En próximos café que usted se tome aquí conmigo sabatinamente, exploraremos eso llamado “alma”. El alma no existe, señor lector. Bueno, parece que sí, pero usted muere y su alma muere con usted. Un resabio platónico y socrático. 

Nada más. Pero si usted cree en la palabra de Dios, dice que “los muertos nada saben”, Ec. 9.5) sin mi café mañanero y sin el periódico cotidiano. Aunque muchas ocasiones no hay mucho por leer. No imagino mi vida y mi muerte (sin contradicción, vaya) sin beber café amargo en una buena taza en mano y en la otra la edición de VANGUARDIA, El País o mi preferido que ya casi no llega a la CDMX, ABC. 

Y esto de levantarse cotidianamente como yo lo he hecho la mayor parte de mi vida, beber un café expreso y leer los diarios (hábito por lo demás que también tienen, padecen y gozan, según sea el caso, varios amigos míos como el hijo de los vientos, Francisco Martínez Avalos; el ingeniero Juan Ramón Cárdenas; el abogado que más sabe sobre derecho electoral, Gerardo Blanco Guerra; Luis Carlos Plata…) forma parte tan íntimamente de mi ser, como lo es el celebrar (guardar) ciertas fechas del calendario. Celebrar y guardar. No hay contradicción de por medio.

Usted lo sabe, guardo los días grandes y lerdos de la Semana Santa. Guardo las Navidades y el fin de año (no hay poder humano que me haga beber licor y apartarme de mi oración), guardo el día de mi cumpleaños (ese día lo dedico a meditar mi existencia. Suena pretencioso, pero así lo hago. Igual, ese día no bebo), en el cual la paso tranquilo. Aunque luego me pongo todo turulato por varios días. Y aquí viene el punto de hoy, de esta charla, de este sucinto ensayo que se enrolla y desenrolla a discreción. Veo con profunda decepción y dolor que las fechas a los jóvenes, a las hordas de Millennials ya no les dicen nada. Son letra muerta para ellos. 
Se ha sacrificado una clase escolar, todo un modo de vida que para mí, que significaba mucho: Civismo, educación cívica. Y si se sacarifican principios, criterios, doctrinas, valores, dentro de eso llamado “alma”, estaremos vacíos. Hoy se dice “Nación”, “Estado”, términos jurídicos y vagos. Pero ya no se dice que habitamos una patria llamada México (el lugar de nuestros padres). Los desfiles a los cuales asistía engalanado y de la mano de mi padre (16 de septiembre, al cual fui al feudo de don Ricardo Aguirre, en Ramos Arizpe, y 20 de noviembre), hoy y en base a lo chabacano de las redes sociales que todo lo depreda, se han olvidado o sustituido.

ESQUINA-BAJAN
Me gusta mucho, en especial, una celebración (caray, sólo en esta parte del mundo la hay, por lo bizarro de la misma), la cual ya en poco tiempo llega: el Día de Muertos. El 2 de noviembre. Y a mí en lo particular me da lo mismo si los niños también hacen caso del anglosajón Halloween; las dos fiestas (caray, escribir “celebración” para acercarnos a nuestra muerte) se han complementado a la perfección para ofrecernos un banquete ritual digno del otro mundo. Hay otras fechas y fiestas que en el País ya son fechas muertas. Son el Día de la Bandera, el Día de la Constitución y una también, fecha la cual es mi gozo personal, El Día de la Raza.

Mucho tiempo lo odié. Será por ello que ahora lo tolero y, lo dije antes, lo gozo. Hoy, ni rastro hay de las buenas polémicas que se armaban en las tertulias, cafeterías y cantinas a las que asistía con motivo de discutir sobre el llamado también Descubrimiento de América. Hoy los jóvenes asisten a su propio funeral diario al “ver” las pantallas de su celular “inteligente” todo el tiempo y encorvados ante la vida. ¿Ayer? Ayer nos veíamos de frente, chocábamos generosos vasos de licor o cerveza y hablábamos, hablábamos interminablemente de este choque de mundos: los españoles trajeron la cruz, pero también la espada. 

¿Soy español o de sangre azteca, tlaxcalteca o chichimeca? Soy hijo del mestizaje. Sí, pero aún sigo repasando en mis notas y memoria los datos del horror. La población “descubierta” (los indios descubrieron también al español, a Cristóbal Colón y esbirros) por Colón en el Caribe, en 1492, para 1550 (apenas 58 años) ya había casi desaparecido. Los mejores historiadores del tema, Barbara y Stanley Stein, estiman en 25 millones la población del centro del País cuando inició la conquista brutal en 1519. En 1605, sólo quedaba un millón de nativos. ¿Leyenda negra la del exterminio de los que eran los nativos de América, esto llamado América? 
Absolutamente no. Los ibéricos nos quitaron tierras, ídolos, modos de comer, modos de vivir, modos de cazar, modos de amar… sí, eso llamado cultura. 

LETRAS MINÚSCULAS
El Día de la Raza y Día de Muertos se acerca en el calendario, no hay ni un pinche evento para debatir lo anterior y muchos temas que obligan a pensar…