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Café Montaigne 50
Gracias por leerme. Agradezco de corazón, palabra y pensamiento su atención a estas letras semanalmente. Hartos, hartos comentarios me llegaron con motivo de la columna y charla pasada. Han pedido palabras a cuestiones filosóficas viejas, como lo es recoger nuestras huellas, andar nuestros pasos, el andar la vía, recorrer el camino, viajar; no la meta, sino el andar, el camino. Yo no soy nadie para dar recomendaciones morales en este espacio, hay muchos articulistas ya de ello: los magos, terapeutas y estrategas de la superación personal, la comunicación asertiva y doctores del Coaching (lo que eso signifique), pero he aquí el gran error de las parejas al casarse (¿Estas grandes profesionales de las relaciones comunicativas pueden responder porque la Iglesia se atribuye el monopolio del matrimonio en la historia de la humanidad y porque se lo atribuyen ellos y sólo ellos y porque la pobre gente sigue creyendo en esto?): el matrimonio, el casarse, el bodorrio no es una meta, no. La verdadera meta a alcanzar es el estar en pareja juntos, en paz y de ser posible, siempre (hasta que la muerte los separe, pues). La verdadera meta es caminar, el viajar juntos, andar la vía de la mano. No una meta final, sino el camino es el valor.
Andar el camino, recoger nuestros pasos, nuestras huellas, me dijo mi madre en una de tantas enseñanzas con las cuales crecí y fui moldeado. Sigo creyendo en ello y por esto, ahora ando recogiendo mis pasos en este mundo que anduve. La cosa es bíblica, específicamente de la Torah. ¿Lo sabía mi madre?
Claro. Ella me lo enseñó y ahora, al explicármelo yo, he encontrado esas y otras resonancias y ecos. Dice la palabra, específicamente Oseas XI: 10: “Marcharán detrás del Señor”, lo cual es el sentido de “obedecer a Dios, seguir las huellas de sus acciones e imitar su conducta”. Por esto y no otra cosa, ando recogiendo mis huellas, mis pasos. Andar lo andado. Es la homonimia de la palabra “ajor” en la Torah. Claro, si usted es cristiano. ¿No lo es? Haga entonces lo que hicieron grandes paseantes, viajeros en su propia tierra como Walt Withman y sobre todo, Henry David Thoreau. Dice este paseante: “Nuestras experiencias son sólo vueltas, y regresamos al anochecer al viejo calor de la lumbre del que hemos partido.”
Sí lector, efectivamente, volver, recoger nuestros pasos. Alguna vez, cuenta Thoreau, un admirador de Wordsworth, le pidió a su sirvienta que le enseñara el estudio del maestro, a la cual ésta contestó: “Aquí está su biblioteca, pero su estudio es el aire libre…” Somos viajeros. Viajeros en sueños, viajeros inmóviles en el escritorio, en los libros; paseantes de tiempo completo.
ESQUINA-BAJAN
Andar nuestras huellas, recoger nuestros pasos, caminar la vía. El pasear es algo de siempre, es histórico, bíblico. Usted conoce la historia. Los hijos de Israel envían un embajador a Sehon, el Rey de Armor a pedirle que los deje atravesar su Reino y sus tierras, para alcanzar ellos a la vez, su propio reino, su tierra prometida por Dios. Y ojo, ellos se comprometen a no separarse en los campos, no tocar sus viñas, no beber el agua de sus pozos. Es decir, continuar por la vía recta, la vía regia (Números 20:22). Término entonces que adquiere un pleno sentido simbólico e histórico. Caminar por la vía justa, la vía regia. Todo tiene vertiente en todo.
Viajar, lo hemos explorado ya alguna vez aquí, es buscar un rico simbolismo que tiene que ver con todo: viajar, buscar la verdad (Moisés ben Maimón), la paz (Pablo, el de Tarso), la inmortalidad (Aquiles, Ulises), buscar y descubrir el centro espiritual (Buda) o bien y de plano, el placer, el puro placer de los sentidos (Marqués de Sade, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud). ¿Cuál es su viaje lector, que pasos busca recoger o qué huellas quiere dejar en su tránsito terreno? Hurgue en usted mismo, porque usted y sólo usted tiene la respuesta. No su marido, no su hijo, no su maestro, no su gurú, no; sólo usted sabe a dónde viaja. Ojo, viajar, no andar de turista. Dice Charles Baudelaire en uno de sus míticos y eternos poemas: “Los verdaderos viajeros son solamente quienes parten para partir”.
¿Tiene usted una casa, una gran mansión con auto, jardines y servidumbre? Pues regálela y váyase a viajar. Máxime si usted cree en ese llamado Jesucristo, quien no tuvo casa, bienes terrenales, aposento ni ingresos monetarios fijos (por eso las señoritas de buen ver que le acompañaban le mantenían). Los viajeros, como dice Baudelaire, siempre tienen sueños insatisfechos, “aquellos cuyos deseos tiene la forma de nubes/ y que sueñan, así como un recluta el cañón,/ con vastas voluptuosidades, cambiantes,/ desconocidas…” Recoja sus pasos, recoja sus huellas lector.
LETRAS MINÚSCULAS
Le recuerdo de dos aristas: el próximo año regresamos a hablar de Dios. Dos, inicie usted conmigo este viaje a partir de hoy…