Calientes dichos de Aguascalientes

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Calientes dichos de Aguascalientes

La última vez que estuve en Aguascalientes me regalaron dos cajas de guayabas, de las mejores de Calvillo. Al emprender el viaje de regreso las hice poner en la sección de carga del avión, uno de esos pequeños para hacer vuelos de conexión. Durante todo el vuelo la cabina de la aeronave -así se dice- olió a guayaba. Una señora dijo que ya la traía mareada aquel aroma. Yo me hice tonto, desde luego, a fin de no asumir la responsabilidad de aquel olor, intenso como de jardín de oriente o perfumado harén. Con razón García Márquez habló de “el olor de la guayaba”. Huele esa fruta; huele...

Pero no sólo guayabas traje de Aguascalientes. También traje decires.  He aquí algunos.

- No hay pendejo que no sea terco.

Eso es muy cierto: señal clara del tarugo es empecinarse en sus tarugadas.

- ¡No te dejes, Enriqueta!

Tal frase la dice alguien para animar a otro en una discusión o pleito. Según entiendo esa frase la dijo por primera vez un preparatoriano cuya maestra se llamaba así: Enriqueta. La profesora le pidió a un alumno que le dijera el nombre de una isla del archipiélago de la Sonda. Respondió el estudiante: “Sumatra”. Fue entonces cuando gritó el otro: “¡No te dejes, Enriqueta!”. Estaba distraído, y pensó que se estaban peleando.

- La Cafiaspirina.

Así le decían a una muchacha feíta. Le decían así porque no afectaba al corazón, igual que ese conocido remedio antigripal.

- En cuestiones de doncellas, sólo Dios y ellas.

Significa que no conviene entrar en investigaciones sobre virgos. Lo sentenció el licenciado Severiano García cuando le pidió a la encargada de la ventanilla de Correos: “Dos timbres de veinte centavos, por favor, señora”. “Señorita” -le reclamó ella con voz áspera. Replicó el Chato: “Yo no vine a investigar virginidades. A mí mis timbres”. De ahí nació la frase.

- ¡Vamos a ver si es verdad que a Chepa le vaporiza!

Lo dice un valentón cuando otro le hace frente. Es lo mismo que decir: “Vamos a ver de qué cuero salen más correas”.

- Si ese alacrán me picara, San Jorge sería un cabrón.

Usa ese dicharacho el que confía en afrontar un peligro sin recibir daño. San Jorge, que combatió contra el dragón, es santo patrono de los animales, y sirve para protegernos de aquellos que nos amenazan: serpientes, tarántulas, arañas venenosas, etcétera. En los campamentos, cuando por la noche nos tendíamos sobre el vivo suelo para dormir, tendíamos una cuerda alrededor de nosotros y luego rezábamos la invocación que dice: “San Jorge bendito, amarra a tus animalitos”.

- La codicia mata al hombre, y el Calomel a los chatos.

Este dicho del vulgacho alude a cierto pernicioso insecto que se adquiría por vecindad venérea. Se combatía el tal insecto con Calomel, también llamado “pomada del soldado”. Cierto mílite estaba en la botica cuando llegó una señora de la vida y pidió un peso de pomada del soldado. Se sintió aludido el militar, y dijo al boticario: “Y a mí deme un tostón de pomada de la puta”.