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Cambios de clima
Sí, el clima está cambiando. Y pese a que hay científicos discrepantes, la mayoría de ellos coincide en que una de las causas de ese cambio, es la actividad humana, que ya ha provocado un aumento de 1?C en la temperatura promedio desde la década de 1870, cuando la actividad industrial empezó a emitir a la atmósfera cantidades sustanciales de dióxido de carbono (CO2) y otros gases de invernadero.
Un grado puede parecer una minucia, pero no lo es en absoluto: un grado más causaría, según la mayoría de los climatólogos, una elevación catastrófica del nivel del mar y un aumento en el número y la intensidad de las supertormentas, las inundaciones y los incendios, como ya estamos viendo.
Lo acontecido con el clima en el 2017 es un buen ejemplo de que tenemos un año menos para prevenir el desastre. En otras palabras, ha empezado la cuenta regresiva en el último cuarto de hora del Reloj del Apocalipsis.
Un mal augurio
Las noticias que nos deja 2017 son pésimas. Tras algunos años en los que las emisiones de CO2 se habían estabilizado, 2017 acabó con un incremento neto de 2% en los gases de invernadero (que ya hemos emitido y que persistirán miles de años en la atmósfera).
Ese aumento del 2% puede considerarse un fracaso de la política internacional y un mal augurio para las imprescindibles acciones globales, nacionales y locales que deben adoptarse desde ya. O sea que, comoquiera que se le mire, las cifras son un desastre.
En otras palabras, mantener las tendencias actuales de emisiones de CO2 no es una opción, salvo que la especie humana haya enloquecido y decidido, de manera inconsciente, su suicidio colectivo.
La pregunta es, ¿qué esperanzas tenemos de recuperar la cordura en el nuevo año que acaba de empezar?
La actitud ‘americana’
En materia de clima, la noticia geopolítica del año fue sin duda la retirada en junio pasado del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, del llamado Acuerdo de París.
Lo que no se puede ignorar es que Estados Unidos es el segundo emisor global de CO2, después de China, de ahí el desaliento generalizado que ha producido esa noticia. Y aunque las cosas no son tan simples como parecen, todavía hay margen para la esperanza.
Resulta paradójico, por ejemplo, que Estados Unidos no solo mantuviera su delegación oficial en la conferencia de las partes (COP, en sus siglas inglesas) celebrada en Bonn el mes pasado, sino que además enviara una segunda delegación oficial de notorio activismo ambientalista.
Esa segunda delegación instaló su propia carpa y organizó su propias conferencias de notables personajes, como el gobernador de California Jerry Brown (demócrata), el antiguo candidato presidencial Al Gore (también demócrata) y Michael Bloomberg, ex alcalde republicano de Nueva York.
También juegan a favor del planeta los dilatados plazos de la retirada estadounidense de los pactos. Pese a la decisión de Trump, el país sigue legalmente comprometido con los acuerdos firmados por su predecesor, Barak Obama, y lo seguirá estando hasta los próximos comicios presidenciales.
Es posible, por tanto, que Trump pierda esas elecciones y que su sucesor revierta su decisión justo a tiempo para renovar los vientos de la esperanza.
Incluso si la Administración de Trump incumple el próximo año su compromiso de informar a la ONU sobre sus emisiones, como desea Trump, la ONU aceptará los informes que le presenten los citados Brown y Bloomberg, según The Economist, el influyente semanario londinese (lo que en términos vulgares significa problemas para Trump, y alivio para el mundo).
¿Anulará EU el famoso
‘fondo verde’?
Pese a todo, el inquilino de la Casa Blanca puede hacer mucho daño a los acuerdos internacionales, y seguramente lo hará. Solo con incumplir su aportación financiera al Fondo Verde del Clima (GCF, en sus siglas inglesas), de la ONU, desestabilizaría una pieza fundamental del panorama internacional.
Ese fondo de Naciones Unidas nació con la intención de transferir 100 mil millones de dólares anuales a los países en desarrollo a partir de 2020, para apoyar su transición a las energías limpias, incluidas una serie de prácticas agrícolas más sostenibles que las actuales.
Ese plan es fundamental, porque esos países han condicionado su apuesta por la ‘transición verde’ a la recepción de esa ayuda. Los famosos 100 mil millones de dólares parecen ahora inalcanzables, en parte por el impago de Washington.
En fin, las actitudes frente al cambio climático se han convertido ya en un laboratorio político, social y psicológico de primer orden.
china se apunta
Un primer aspecto es el geoestratégico: ahora que Estados Unidos se ha retirado de la racionalidad científica, ¿qué país podría servir como locomotora del cambio? (lo ideal sería que fuera China, el primer emisor global de CO2).
Y, exactamente al contrario de Estados Unidos, los pronunciamientos políticos son en China muy alentadores. En el Congreso del Partido Comunista de octubre, Xi Jinping se llenó la boca de proclamas ambientalistas, como que China iba a ‘tomar la antorcha’ en la lucha contra el calentamiento global y otros epítomes discursivos.
Pero los datos no se avienen. Aunque Pekín, en efecto, ha desmantelado algunas plantas de carbón —tal vez las más contaminantes de las existentes—, parece haberlo hecho más por razones de imagen que por una planificación sostenible, pues en muchos lugares aún no las han sustituido por las alternativas de gas o electricidad que prometió.
En los meses más fríos del año, este tipo de estrategias roza lo inmoral.
En cualquier caso, la adopción del gas y la electricidad, si llega, no resuelve el problema de fondo, ya que, por ejemplo, la electricidad también se puede obtener quemando carbón u otros combustibles fósiles.
En otras palabras, las energías tienen que ser limpias desde su misma producción, no sólo durante su consumo.
Vaivén de las renovables
Pero el impulso político a las energías renovables es insuficiente, cuando no ausente o hasta contraproducente. Por ejemplo, hemos oído muchas veces las razones macroeconómicas para abandonar las iniciativas en pro de la instalación de placas fotovoltaicas en los techos de las casas o edificaciones privadas.
El caso es que la gente que apostó por esa instalación limpia y renovable se quedó con cara de tonta cuando se enfriaron los ímpetus y los científicos acusaron al poder político de infravalorar el potencial de la energía solar. Y el caso es que ahora nadie parece dispuesto a reparar esa anomalía.
Otro ángulo interesante del cambio climático es la frontera psicológica entre la ética y la pragmática, entre lo importante y lo urgente. Si mandas a los encuestadores a la calle, sabrás pronto que la mayoría de la población está a favor de las energías renovables y en contra de la contaminación.
Pero si te fías de los datos, verás que muchos de esos mismos encuestados conducen sus todoterrenos por el centro de la ciudad y ponen el termostato de casa a 27?C para poder estar en camiseta en pleno enero. Un dato que vale más que mil sondeos de opinión.