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Campechanas. Historias de Campeche, picositas
-1-
El niño se llamaba Celestino. Su madre lo llevaba por las tardes a jugar a la lotería en casa de las vecinas del lugar. No jugaba el niño, pues tenía apenas cuatro años, pero la señora no lo podía dejar solo, lo llevaba entonces, y lo sentaba a sus pies en una sillita.
Cierto día una de las jugadoras, mujer muy cutufosa –”cutufosa” significa en Campeche fatua, presumida– arriscó la nariz y dijo oliendo el aire:
-Percibo un ingrato tufo en el ambiente.
La mamá de Celestino pensó que su hijo había aligerado el vientre, y a fin de comprobar si era fundado su temor alzó al chiquillo, lo volteó y acercó su nariz a la parte trasera del chamaco. Fue entonces cuando el niño pronunció una frase que ha perdurado a lo largo de los años, como las frases de Confucio, San Agustín o Napoleón. Preguntó con enojo Celestino:
-¿Qué nada más yo tengo fundillo?
La frase ha perdurado, ya lo dije. En Campeche, hasta nuestros días, cuando alguien siente que le están echando la culpa de algo que no hizo, da voz a estas palabras:
-Como dijo Celestino: ¿qué nada más yo tengo fundillo?
Si hay damas presentes, o personas de respeto, la enunciación se limita a la primera parte de la frase: “Como dijo Celestino...”, y ya no se declara lo demás. Pero todos –y todas– saben bien lo que sigue.
-2-
Don Carmen Barahona, comisario ejidal, fue a Champotón, y en un corralón de la Presidencia Municipal vio una reja muy buena tirada ahí como basura. Recordó que la reja de la cárcel del ejido estaba ya en muy malas condiciones, de modo que le pidió al alcalde que le regalara aquella. Accedió el edil, pero le dijo que sólo se la llevarían hasta el entronque de la carretera. De ahí hasta el ejido tendría él que conseguir alguien que se la llevara.
Estuvo de acuerdo el bueno de don Carmen, y recibió en el entronque la pesada reja. Llamó a unos ejidatarios que trabajaban cerca y haciendo uso de su autoridad les ordenó que cargaran la reja y la llevaran hasta el sitio de la cárcel.
Agitados y sudorosos iban los del ejido cargando sobre los lomos la famosa reja, cuando un borrachito a quien todos apodaban La Chincha acertó a pasar por el camino. Con mucho interés preguntó a los cargadores qué era aquello que cargaban, a dónde llevaban su carga y con qué objeto. Se lo informaron los ejidatarios sin dejar de afanarse en el traslado.
-Pos cómo serán pendejos –sentenció La Chincha–. Esta reja va a servir para que los encierren, y todavía la van cargando.
Se vieron unos a otros los rancheros; clavaron una mirada acusadora en don Carmen Barahona, y luego uno de ellos preguntó a sus compañeros:
-¿Cómo ven?
Respondieron en unánime coro los demás:
-¡Chingue a su madre!
Y así diciendo dejaron caer la reja. Esto sucedió, me cuenta Tomás Arnábar Gunam, en el cuarentaitantos del pasado siglo. La reja sigue ahí.