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Cantos y cuentos
A mí me siguen las canciones –las de amor, sobre todo– como una hermosa corte. Y los cuentos me persiguen también, de todos los colores. A ningún lado voy sin escuchar la letra y la música de una hermosa canción o sin oír el relato de alguna historia deleitable.
Voy a Guasave, en Sinaloa, y me hospedo en un hotel de inusitado y lindo nombre: “El Sembrador”. Mis anfitriones son bohemios de corazón. Ya en el camino me han cantado tres canciones de inspiración local. Distintas entre sí son esas tres canciones: la primera –es un corrido– se refiere a la desastrada muerte de un bandido; la segunda es un vibrante himno religioso; la tercera es un lamento de hombre abandonado. Las tres son muy conmovedoras, sobre todo si se oyen con tres copas de sotol encima.
El estado de Sinaloa no tiene el problema que tuvo Ramón López Velarde, que vivía perpetuamente atribulado por su enigma de no ser carne ni pescado. En Sinaloa se come buena carne y mejores mariscos y pescados. Ese prodigio para el paladar que es el callo de hacha no encuentra parigual en todo el mundo. Los ostiones de las costas sinaloenses gozan de merecida fama por su taumaturga eficacia. Y en cuanto a carnes los afortunados habitantes de ese Estado tienen un portentoso platillo que ninguna otra parte yo he comido. Se llama cabeza, simplemente.
Consiste en un caldillo con carne de cabeza de res en barbacoa. Sazona uno su porción con cilantro, cebolla, chile rojo y una pizquita de orégano, y aquel humeante plato se convierte en una delicia terrenal muy celestial. No sé por qué tan formidable guiso no ha llegado a todos los confines del territorio nacional, y aun más allá de las fronteras mexicanas. Basta un platillo así para prestigiar la gastronomía de toda una nación.
Pero mi propósito no es hablar de las comidas del cuerpo, sino del alimento del espíritu. En Guasave soy recibido por un grupo de bohemios que se encantan cantando. Guasave está lleno de compositores y compositoras. Me quedó la impresión de que si alguien de ahí no ha escrito una canción no puede alternar en sociedad. Estos bohemios que me han recibido gustan de cantar. A donde los invitan van u cantan sin cobrar nada. Algunos hasta pagan por cantar. Me dice uno de ellos:
–Yo no canto muy bien, lo reconozco. Pero me gusta cantar. Cuando hay un maratón de la Cruz Roja en Culiacán, Mazatlán, Los Mochis o El Fuerte, yo llevo a mi señora y la siento entre el público. En el curso de la función ella se levanta y dice: “He sabido que se encuentra aquí el señor Fulano (y dice mi nombre). Me gusta mucho cómo canta. Pago 500 pesos por que me cante una canción”.
Entonces yo canto, y mi señora entrega el dinero a la Cruz Roja. Así cumplo yo mi deseo de cantar en público, y de paso ayudo a la benemérita institución.
No cabe duda: el arte cuesta. Pero más cuesta no disfrutar el arte. Regreso de Guasave bien nutrido de espíritu y de cuerpo, y doy gracias a Dios que me permite ir por tantos caminos y caminar en ellos al lado de tantos buenos caminantes.