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Carlos III, el cosmopolita que conjugó el poder y el arte
El mal humor se instalaba en Carlos III cada vez que tenía que vestirse de gala. Armaduras, capas y demás ornamentos eran parte de una artificiosidad que no agradaba al monarca. Aun así, si tenía que ponerse las botas de los domingos porque la ocasión lo requería, acataba el protocolo. En una de éstas, emperifollado hasta el último pelo y con el bastón de mando presente, lo retrató Anton Raphael Mengs, en un óleo de 1765 pintado por encargo del rey Federico V de Dinamarca.
Cuando se convierte en rey de España, en el verano de 1759, el madrileño llevaba 25 años de entrenamiento al frente de Nápoles y Sicilia. Tierras que entonces, principalmente la primera, se entendían como lugares en los que la belleza era absoluta que le ayudaron en buena medida a tener una noción ilustrada de las artes.
Por ello, cuando regresa a la Península Ibérica, para ocupar las diferentes residencias reales, “borra todo lo anterior, quita todas las cosas recién hechas que no le gustan e implanta un programa cosmopolita en el que dos de sus principales banderas son los artistas Mengs y Lorenzo Tiepolo. Muy diferentes entre sí”, señala José Luis Sancho, curador de una muestra que se presenta en Madrid para conmemorar los 300 años del monarca.
La educación recibida por Carlos III y los casi 30 años de experiencia vital en Italia lugar de las excavaciones de Herculano y Pompeya, la construcción de la Caserta y el establecimiento de la Real Fábrica della Porcellana de Capodimonte lo marcaron particularmente— han hecho de su figura una de las más importantes entre los monarcas españoles mecenas, de las artes. Así, no escatimó en recursos para hacer de su reinado (1759-1788, fecha de su muerte) una unión entre el poder y la Ilustración, en la que las artes que se manifestaban en sus palacios eran el medio elegido.
Adentrarse a las habitaciones del monarca en el Palacio Real de Madrid era toparse de golpe con toda aquella majestuosidad que se había diseñado. Apenas llegados a la mitad de la escalera principal, los visitantes ya podían contemplar la composición con la que Corrado Giaquinto había representado en su bóveda al Sol. Una presencia significativa en los aposentos de un rey absoluto que seguía la línea de su bisabuelo, Luis XIV, y que imitaba a la Reggia Caserta, donde Apolo y las musas también guardaba la escalera.
Acercar al rey a esta divinidad grecorromana protectora de las ciencias y las artes se convierten en un tópico de su legado: “Todo el discurso oficial en alabanza del monarca abunda sobre este tema y otros parecidos, que se plasman en los techos pintados de la residencia madrileña y recalcan el papel del rey como protector de todo tipo de actividades doctas”, expone el especialista.
La muestra refleja “a un soberano ilustrado y, como tal, mecenas de las artes, de las humanidades y de las ciencias. Carlos III constituye un referente indiscutible de la fértil relación que han mantenido la Corona y la cultura en España durante la Edad Moderna. Su gobierno, además de las grandes obras públicas, supuso la intervención estatal en aspectos culturales y estéticos a una escala amplia”, concluye.