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Cartago

Cartago
A la Cartago en ruinas, Amarilis:
nos beberemos una coca cola,
un pie tuyo en la arena, otro en la ola,
tu bikini de novum y nihilis;

pues la caducidad es el busilis,
nadie toque otra vez en la pianola
tal canción; en la playa nunca sola
el turista vomita hasta la bilis.

Fotografiado, el tiempo es una imagen
–la mente monumento que lamente
la postal, desde antaño se lo augura–:

que el tiempo y el relámpago trabajen
las piedras esparcidas; solamente
el amor nuestro permanece y dura.

A las ruinas de Itálica
A Itálica, Amarilis, volveremos
en el carro de plumas de los años,
si no en la nao de los desengaños,
empleando los adioses como remos.

Contristados, las ruinas contrastemos
son vigas de los siglos travesaños–
columnas, anfiteatros, termas, baños
con las ruinas de Amor que sostenemos.

Abandona el turista la existencia
con su short y su cámara portátil;
en el rollo velado es un espectro

recuperándose por resiliencia;
bajo el mástil, sutil tomas un dátil:
pasajera, en tu honor arrastro el plectro.

Genio y figura
Navega puertos de tierra
en los que impera la mosca;
cualquier cuidado lo embosca,
cuánta puerta se le cierra.

La planicie es un Lepanto
y un bergantín cada venta;
nada hace que se arrepienta
de haber navegado tanto.

El lenguaje es un océano,
una marea cotidiana;
cae cual lluvia temprana
al arcaduz de la mano.

Piafan los siglos de praxis
al freno de su sintaxis.