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Salí de vacaciones. Digo esto a pesar de que para muchos  lo único que hice en realidad fue viajar sin una fecha fija, sin pedir autorización y mucho menos sin adelantar trabajo. Hoy en día parece que no existen las vacaciones si no hay cierta sensación de amarre o deuda laboral que se deje en suspenso. No obstante, pese a no reunir ninguno de los requisitos ya mencionados, salí de vacaciones. En serio. 

1. Evité deliberadamente la Semana Santa. Siempre he odiado viajar en las mismas fechas en la que la mayoría de la gente lo hace. A cambio, me entregue al disfrute de una urbe solitaria cuya tranquilidad contrastaba abismalmente con su rutinario caos. Caminé. Mucho. Y básicamente me dediqué a vagar solo por los museos y cantinas de la “Ciudad de los palacios” antes de partir a visitar a amigos y familiares y recibir los típicos reclamos de aquellos que uno lleva mucho tiempo sin ver y que deliberadamente descuida. Así, y sin querer descubrir las verdaderas razones de este comportamiento, me refugié en literales agujeros como el Internet Night Club, con sus tres rolas de YouTube por 10 pesos. 

2. En el caso de los museos, de entre todo lo que vi, me resultó curiosa una pieza de Jeremy Deller en el Museo de Arte Contemporáneo: “The Battle of Orgreave”. Una representación (como el nombre lo dice) de una batalla campal entre policías y mineros en huelga que tuvo lugar en Inglaterra a mediados de los ’80. Mientras miraba esta suerte de documental/instalación, a media hora de mi casa, el Cristo de Iztapalapa hacía su recorrido, como todos los años, en el viacrucis más famoso de esta latitud evangelizada. Por supuesto, a pesar de tratarse ambas de actuaciones, no escuché ningún comentario que resaltara el hecho de que se tratara de eventos similares en esencia. 

3. Esa misma noche, la selección mayor de futbol se enfrentó en Vancouver a Canadá en las eliminatorias rumbo al Mundial de Rusia 2018. No hubo margen para dudas, el “Tri” venció. Sin embargo, no dejó de rondarme la duda de si los jugadores se habrían sentido incómodos por haber trabajado en un día incuestionablemente feriado para los mexicanos. Recordé entonces el caso de Evanivaldo Castro Silva “Cabinho”, ferviente católico que se negaba a jugar, en sus épocas como romperredes en la Liga mexicana, cuando un compromiso caía en uno de los llamados “días santos”. 

4. Cuatro días después partí rumbo al norte en sentido contrario al resto de los viajeros que regresaban con pesar a sus rutinas en el centro del país. Reafirmé lo que ya sospechaba desde hace tiempo: cada vez me causa más lata viajar. El hecho de desplazarme distancias largas y toda la burocracia que conlleva subirse a un avión o autobús me pone de mal humor. Fui recibido por el bochorno en el aeropuerto Mariano Escobedo para recordar por qué Monterrey (Apodaca, en este caso) nunca figurará en mi lista de sitios favoritos. Es extraño, quizás obvio; pero cuando llego a la capital neoleonesa lo único que me viene a la mente es “Noreste caliente”, canción de Plastilina Mosh que sólo disfruto en un contexto mesoamericano. En el norte, en cambio, se me hace redundante. 

5. Ya en Saltillo, tras ponerme al corriente y recibir algunos reclamos por la ausencia de cuerpo y verbo, me justifiqué diciéndole a quienes me reclamaron que siempre están en mi mente y espíritu. No sé si lo creyeron. Yo lo creo. Un poco, sí. Después de eso puse videos de YouTube (sí, YouTube de nuevo) para limar asperezas y recurrí a un clásico: el “daggering” jamaiquino, llevado al mainstream cortesía de Major Lazer. Alterné luego con sutilezas similares como el “surra de bunda” brasileño o, ya en el punto más descarado de la convivencia, el “perreo chacalonero”, traído de algún lugar del Pacífico sudamericano. 

6. Finalmente, para cerrar el recorrido, llegué a Monclova a casa de mis padres y, pese a que no hay mucho que contar del lugar en donde nací, aún sigue siendo el refugio definitivo para un hombre con tendencia al vagabundeo como yo. Poco importan los poco recomendables índices de contaminación ambiental, la temperatura extrema y los peligrosos niveles de aburrimiento de la Región Centro de Coahuila. Así mismo, cada vez quedan menos cosas reconocibles en lo que fueron mi calle y mi barrio, pero es mejor así. No me gusta andar rindiendo cuantas a los extraños que antes fueron mis vecinos. Me quedo con lo esencial, cómo decía Elvis: “Home Is Where The Heart Is”.