El otro día fui a Campeche. En su Casa de la Cultura hallé un video llamado “Entre amigos”. Contiene la filmación que se hizo de un concierto que presentaron Pablo Milanés, Vicente Garrido y Argelia Fragoso en el Teatro Nacional de La Habana en 1992.

Ese concierto nació de una charla habida entre Milanés y don Vicente en Guadalajara, un par de años antes. El artista de Cuba le dijo al mexicano que deseaba hacerle un homenaje en la Isla. Garrido pensó que el ofrecimiento del popular cantautor era mera cortesía, y se sorprendió bastante cuando a principios de aquel año recibió una llamada telefónica de Milanés en que fijaba fecha para el recital.

En él cantó el cubano una bella canción de José Antonio Méndez, canción que todos los de mi tiempo conocemos, y que conocen también ya muchos de éste. Se llama “La gloria eres tú”. La grabó por primera vez en nuestro país Toña la Negra. Extrañamente la canción no tuvo éxito, y pasó casi inadvertida, hasta que la grabaron “Los Tres Diamantes”.

Entonces fue un tiro, como se dice en el argot de las grabaciones musicales.

La letra original de esa canción es muy vehemente. Quizá te sorprenderá su texto: “Dios dice que la gloria está en el Cielo; que es de los mortales el consuelo al morir. Desmiento a Dios, porque al tenerte yo en vida no necesito ir al cielo tisú si, alma mía, la gloria eres tú”.

La censura mexicana no admitió eso de: “... Desmiento a Dios”. La frase sonaba muy dura; seguramente la Iglesia Católica, que entonces tenía mucho poder -aunque no tanto como ahora-, no le daría su aprobación. Además Pedro Infante la iba a cantar en una película. Tampoco le gustaría a la gente que Pedrito cantara aquello, tan simpático él, tan buen muchacho. Entonces, con permiso del autor, se cambió radicalmente la letra de la canción: en vez de decir: “Desmiento a Dios” se puso: “Bendigo a Dios”.

Algo parecido sucedió con la canción de Agustín Lara llamada “Palabras de mujer”. En su letra puso El Músico Poeta: “Aunque no quieras tú, ni quiera yo, ni quiera Dios, hasta la eternidad te seguirá mi amor”. Otra vez el problema de meterse con Dios. Más bien, con la Iglesia, pues a Dios lo han de tener muy sin cuidado –seguramente ni siquiera le llegan- los arrebatos líricos de los compositores. En Radio Concierto tenemos una de las primeras grabaciones de esa hermosa canción, interpretada por Toña La Negra, y en esa grabación la inmensa cantora veracruzana dice con todas sus letras, y lo repite tres veces a lo largo de la canción: “Aunque no quiera Dios...”. De nueva cuenta con la Iglesia hemos topado: la censura obligó al cambio, y ahora todos los intérpretes de “Palabras de mujer” dicen: “Aunque no quieras tú, ni quiera yo, lo quiso Dios...”.

La censura es una cosa muy curiosa. Mis tías me enseñaban que no se debe pedir en la tienda huevos, sino blanquillos, y que hablar de chorizo era algo muy inconveniente: había que decir “uno tras otro”. Mamá Gracia, bisabuela mía, no usaba la palabra “parto” al rezar el rosario, pues le parecía que esa palabra daba origen a peligrosas asociaciones de ideas. Cuando rezaba las avemarías finales decía: “Virgen Purísima antes del éste, durante el éste y después del éste”. A más de ser molesta la censura es enemiga de dos cosas: la verdad y la belleza.