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Cereso
“Dicen que nadie conoce realmente a una Nación hasta que ha estado adentro de sus cárceles. No se debe juzgar a una Nación por como trata a sus ciudadanos más encumbrados, sino cómo trata a los más humildes”.
Nelson Mandela
Centro de Readaptación Social (Cereso). Así se nombra a las cárceles o prisiones. El nombre encierra su objetivo: readaptar al presunto delincuente para que esté en condiciones de regresar a la sociedad.
Parece haber consenso, tanto en México, como en gran parte del mundo, la cárcel es un mal lugar, un nido de podredumbre donde puede suceder todo, menos la readaptación. “La cárcel es una forma muy costosa de convertir a gente mala en algo peor”, declaró Douglas Hurd, exsecretario del Interior del Reino Unido.
De acuerdo con un estudio del Instituto de Investigación de Política Criminal, existen en el mundo 10.3 millones de reclusos, sin contar a países que no dan cifras, como Corea del Norte; y dando por buenas las de China. De 2000 a la fecha, hubo un incremento del 20%, muy de la mano con el crecimiento poblacional del 18%.
En el 58% de los 198 países estudiados, la población de las prisiones rebasa su capacidad. La agrupación Reforma Penal Internacional, señala que en 40% de estos países, la capacidad de las cárceles esta en un 120%; en el 26%, la sobrepoblación alcanza el 150%. (The Economist 27 de Marzo de 2017).
Gracias a la Encuesta Nacional de Población Privada de la Libertad (Enpol), en México ya podemos acceder a cifras más precisas, alarmantes, pero que nos permiten actuar al respecto. Como bien lo señala el titular del Inegi, Julio Santaella, “Intuíamos las condiciones de precariedad de la vida penitenciaria, pero ahora, por primera vez, las hemos medido”. Dejemos de lado la gravedad de este dicho, vayamos a los números.
Existen en México 211 mil reos, de los cuales el 95% son hombres y el 5% son mujeres. El 32.8% tiene entre 18 y 29 años de edad; el 35.3% tiene entre 30 y 39 años de edad; el 20.6% entre 40 y 49; y el 11.2% 50 años o más. El 3.8% no tiene ninguna escolaridad; el 72.1% cuenta con educación básica; el 19.2% con media superior; y el 4.6% con superior.
El 45.6% comparte celda con más de 5 personas; el 12.5% comparte cama; el 5.2% carece de cama. El 30% de los reos declara que su celda carece de agua potable. El 19% se siente inseguro dentro de su celda, el 31.9% percibe esta inseguridad en el penal. Es revelador que el 70.1% está sentenciado; mientras que el 29.6% están siendo procesados.
¿De qué calidad será la defensa jurídica de la gran mayoría, evidentemente sin recursos económicos para pagar un abogado? ¡Alerta!, el 41.5% de los reclusos fue detenido sin una orden de aprehensión, sin contar que el 25.5% y el 13% fueron detenidos en el momento de cometer el delito o inmediatamente después, es decir, en flagrancia, concepto de enorme subjetividad y en plena selva delincuencial, en manos de una policía y un presunto delincuente sin preparación alguna. (Datos: Reforma, nota de César Martínez).
En el caso mexicano, seas o no culpable, caer en prisión está relacionado directamente con pobreza y falta de oportunidades. La pobreza y la adversidad suelen ser caldo de cultivo de delincuentes. Aunque sobran los potentados que delinquen y son muchos los pobres inmensamente probos. Pero la pobreza es causa, eso sí, de que se castiga a inocentes sin recursos para una buena defensa o para entrar al juego perverso de la corrupción vía la extorsión.
Existe pues un círculo vicioso que deja en libertad a muchos delincuentes, encarcela a inocentes, prepara y perfecciona habilidades y nexos delincuenciales entre quienes están a punto de reintegrarse a la sociedad. Incluso aquellos que quieran resistirse, muchas veces tienen que hacerlo para sobrevivir.
Los políticos y los partidos mexicanos no se interesan en el tema, no es parte de sus propuestas y estrategias de campaña. Ni el preso, ni sus familias generan votos. Quizá lleguen a interesarse demasiado tarde; se enfocarán en la amenaza presente; no en prevenirla. Se termina el espacio disponible, resta decir que hay esperanza, algo se hace bien en el mundo. Aunque pocos y aislados, los resultados son alentadores, nos permiten replicar buenas prácticas. Veamos de cerca a Noruega y a Singapur.
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