No se apagan aún los ecos de Navidad y Reyes cuando aparecen ya en las tiendas los regalos para el 14 de febrero. En un principio esa fecha se dedicó al amor. Luego la amistad fue incluida en la celebración. Así se duplicó el mercado, pues los que no son amantes son amigos. No es que ambas cosas se impliquen una a otra: frecuentes son los casos en que los amigos se vuelven amantes; pero de pocos amantes he sabido que después de serlo queden como amigos. El amor o une para siempre o para siempre separa.
 
Imito al comercio, entonces, y también me adelanto al Día del Amor y la Amistad. Mis vísperas tiene la forma de un poema. Dado a la luz así, con anticipación, ese poema puede servir para que algún enamorado lo recite a su dulcinea y le diga que lo escribió pensando en ella. Será entonces como aquel tipo a quien su novia le decía con enojo: “Un individuo llamado Neruda te está plagiando los versos que escribiste para mí”.
 
¿De quién es el poema que transcribo ahora? No sé. Lo oí en un disco llamado “La hora azul”, en la voz de Manuel Bernal. Me gustaron los versos porque son un poco cursis, y a mí me gusta todo lo que es un poco cursi. Creo que todo lo que tiene que ver con el amor es siempre un poco cursi. Don Benito Pérez Galdós y doña Emilia Pardo Bazán eran, los dos, ejemplo de solemnidad. El escritor tenía traza de ministro protestante; y doña Emilia parecía una morsa. Pues bien: he leído la correspondencia amorosa -y secreta además- de don Benito y la Pardo Bazán, y me he visto obligado a interrumpir varias veces la lectura, así es de empalagosa.
 
Tengo un amigo experto en cursilerías. Es además un eminente seductor. Asegura este amigo mío que su éxito con las mujeres se debe a que les dice cosas cursis. “Hasta a una feminista -afirma- he conquistado hablándole así”. Añade: “Y no hay nadie más difícil de seducir que una feminista, si se exceptúa quizás un luchador de sumo”.
Vayan, pues, esos versos algo cursis que arriba mencioné. Cópienlos y apréndanlos de memoria aquellos que estén en trance de conquistar a una dama, sobre todo si el conquistador es ya de edad madura y la prenda amada no tiene tanta edad.
 
DOS ROSAS
He aquí dos rosas frescas mojadas en rocío;
una blanca, otra roja, como tu amor y el mío.
Y he aquí que lentamente las dos rosas deshojo;
la roja en vino blanco, la blanca en vino rojo.
Al beber gota a gota sus pétalos flotantes
me rozarán los labios como labios de amantes;
y su llama o su nieve, de idéntico destino,
serán como fantasmas de besos en el vino.
Ahora elige, amiga, cuál ha de ser tu vaso:
si éste, que es como un alba, o aquél, como un ocaso.
No me preguntes nada: yo sé bien que es mejor
embriagarse de vino que embriagarse de amor.
Y así, mientras tú bebes sonriéndome, así
yo, sin que tú lo sepas, me embriagaré de ti.
 
¡Uta madre, con esto caería hasta el luchador de sumo!