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Con el alma desplegada (retos ante el individualismo)
“Dice Martin Buber que la problemática del hombre se replantea cada vez que parece rescindirse el pacto primero entre el mundo y el ser humano en tiempos en que el ser humano parece encontrarse en el mundo como un extranjero solitario y desamparado. (…) Así es nuestro tiempo. El mundo cruje y amenaza derrumbarse, ese mundo que, para mayor ironía, es el producto de nuestra voluntad, de nuestro prometeico intento de dominación. Es una quiebra total”.
COMO GALEONES
Lo anterior me hizo pensar que si bien el mundo se encuentra en caos, existen personas que, al igual que los inmensos y antiguos galeones los cuales desplegaban sus múltiples velas para recibir el impulso del aire que les brindaban la fuerza para irrumpir entre el arrogante e incierto oleaje y así llegar a sus destinos, han sabido abrir sus corazones a la vida al decidir permanecer siempre prestos al servicio de los demás.
Por fortuna, aún hay seres humanos repletos del coraje, determinación y las actitudes necesarias, para hacer suyo el torrente de energía que los colma de potencia y capacidad para arribar a su último puerto con los brazos totalmente extendidos, como una máxima expresión de haber cumplido con su personalísima misión de vida. Con su excepcional vocación.
Ellos representan el antídoto de este caos, son los que profetas de la esperanza que abren caminos hacia la fraternidad, el diálogo y los encuentros. Son las personas-galeones.
Estos seres humanos saben que a la existencia se arriba con las velas plegadas. Encogidas. Que es una personal responsabilidad desplegarlas para volver a nacer, para vivir hondamente, significativamente.
Ellas advierten que el trayecto es sinuoso, vertiginoso, peligroso, incierto y misterioso, y que al término de su travesía, del peregrinaje, las velas se volverán a plegar en lo finito, en lo temporal, pero jamás en lo eterno. Estas personas saben que es suya la libertad de elegir la ruta de navegación para consumar la finalidad de la jornada; por eso, no se dejan hipnotizar por la fantasía del consumismo, ni tampoco por las fantasías que el mundo les ofrece en charola de plata.
VANIDAD
Sin duda, dentro de las múltiples paradojas que nos ofrece el mundo actual, permanece vívidamente una en extremo peligrosa: el hecho de que a las personas, por una lado, la conciencia nos llama hacia el servicio y la generosidad pero, a la par, se nos educa con bastante vigor a resguardar nuestro tiempo, conocimientos, habilidades y propiedades a favor de nosotros mismos, a encerrarlas en el hermetismo del egoísmo, y así paulatinamente nos convertimos en extraños entre nuestros mismísimos hermanos.
Es decir, la generosidad ha sido casi totalmente sometida por un aterrador egoísmo y un desmedido materialismo, que incluso nos ha secuestrado el tiempo para mirarnos los unos a otros y sencillamente sonreírnos. Es también evidente que nuestro navegar frecuentemente es narcotizado - y desviado - por la droga más atroz de estos tiempos: la vanidad.
SOBERBIA
La competencia a la que estamos expuestos, aunada al concepto de la productividad material, han provocado que en el trabajo, y en las actividades que emprendemos cotidianamente, surja la inclinación de evitar aquello que nos permitiría personas más humanas debido a que, consciente o inconscientemente, evitamos comprometernos con tareas que guardan trascendencia social y el despliegue del amor humano. Es hoy común que nuestra voluntad sea secuestrada - o comprada - por una lógica soberbia que se inclina hacia el individualismo y las cantidades, en lugar de buscar la ruta hacia la generosidad compartida.
El materialismo y utilitarismo triunfantes provocan que la mayoría de los humanos tengan miedo a extender las velas para vivir en una felicidad genuina, generando que la existencia se ancle, o pierda el rumbo, en los mares de la indiferencia, la apatía y el temor.
No pretendo dejar la idea de que el ser humano no tiene el derecho, mediante el trabajo decente, de hacer para sí mismo, de adquirir bienes materiales para su mejor vivir. Nada de eso. Pero admito que para crecer internamente y consumar la misión de vida hay que aprender a dar y compartir. Quizá, de la forma de bien ser de las personas-galeones podemos recoger las siguientes lecciones.
TRIUNFANTES
Primero, que aun cuando somos pequeñísimos, representamos individualmente un proyecto divino que depende de cada quien descubrirlo y agotarlo. Segundo, que es crucial mantener el espíritu desplegado - como las velas de los antiguos galeones - para desarrollar actitudes de generosidad, fraternidad y respeto. Tercero, que todos requerimos aprender a aprovechar cada momento que tenemos para servir, donar alegría y ser productivos desde nuestras propias trincheras, pero siempre bajo un enfoque humano, generoso. Y cuarto, que la generosidad es un compromiso individual con nuestras propias existencias, pues implica comprender que todos los dones que tenemos nos fueron dados, como la vida, gratuitamente y por tanto hay que devolver sus frutos también gratuitamente.
La persona que decide abrir su espíritu reconoce que su tiempo es limitado -sabe de la fragilidad humana- y que los mares por los cuales navega son, en muchas ocasiones, inciertos y peligrosos -sabe de su indigencia e impotencia-, pero también intuye que puede y debe tomar provisiones para salir triunfante de las tormentas manteniendo el timón con esperanza, decisión y humildad.
EXISTENCIA FUGAZ
Así, como las aves extienden sus alas para surcar el horizonte, las personas que han decidido descubrir y emprender el sentido y rumbo de sus existencias, conocen sus objetivos, reconocen que su oportunidad de personas-galeones se encuentra en lo que hacen por y para los demás (sobretodo por los más vulnerables), pues tienen una lógica contundente: entre más se da, más se recibe y más llenan su ser; que entre menos se busca en lo temporal, mas se encuentra en lo eterno.
La gente que sabe de su fugaz existencia y vive generosamente, también comprende que es el amor el que impide que sus velas se desgarren por la apatía, la impotencia o el desánimo que causa el ser testigos del tremendo egocentrismo que priva en nuestros días.
QUERER COMPRENDER
Estos seres humanos han aprendido a reconocer que es mucho lo que por delante se debe emprender y rehacer, pero en lugar de quedarse con los brazos cruzados son los primeros en poner manos a la obra, en tareas específicas, puntuales, pues como buenos navegantes reconocen los vientos favorables, las oportunidades y los riesgos que se deben asumir cuando se quiere llegar a los puertos, a la tierra. Ellos emprenden, en lugar de criticar y quejarse. Creen en Dios, pero también en las personas.
Todos podemos reconocer a seres humanos que navegan con las velas desplegadas: son niños, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, pobres y ricos, estudiantes y profesionistas, sanos y enfermos. Ellos conviven con nosotros y sus testimonios de vida son evidentes. Gracias a estas personas de espíritu sosiego, pero también indomable, el mundo aún es habitable.
Todos tenemos la capacidad de reconocer a estas personas, pero mejor sería que siguiéramos sus ejemplos de vida, que aprendiéramos a existir con las velas desplegadas, profundamente llanas, generosas para recibir el impulso del aire y así otorgar propulsión al personalísimo rumbo de nuestras particulares existencias, tal como navegaban con valentía y decisión, entre los implacables y misteriosos mares, los antiguos galeones.
Entonces, si actuamos, habremos comprendido que en este mundo ya no somos extranjeros solitarios ni tampoco personas desamparadas. Entonces andaremos también con el alma desplegada.
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey Campus Saltillo
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