Usted está aquí
Con el manual de Mohamed
Mohamed le ha demostrado otra vez a Ferretti que cuando puede y tiene con qué, es más astuto en las cuestiones tácticas y le volvió a ganar otro partido con decisiones acertadas.
Mohamed ya le había dado una lección similar a Ferretti cuando estaba con el América. En aquella oportunidad (Apertura 2014) se impuso 2-0 en el Universitario gracias a una impecable lectura de los momentos del partido.
Esta vez tuvo algo de eso, sobre todo en cómo resolvió el balance del equipo en desventaja numérica, pero también mucho tuvo que ver el enfoque que Mohamed le ha dado particularmente a este Clásico.
Rayados no fue la gran maravilla, pero conceptualmente planteó un juego a conciencia, ordenado, rústico y equilibrado. Hasta tal punto que no ocupó de la luminosidad de un ausente Cardona (otro Clásico que pasó de noche) para romper el molde adversario, ni tampoco necesitó ser un equipo dominante para arrastrar a Tigres hacia un estado de sumisión.
La mano de Mohamed se vio en los detalles, en lo operacional, en la forma que buscó asegurar el cero para que todo lo que capitalizara después le resultara ganancia pura. El gol de Juárez, casi insospechado, terminó siendo la cruel traición al desarrollo y el factor determinante en un trámite ahogado por la falta de pausa, espacios y criterio.
Mohamed enseñó, de entrada, que el eficiente Montes iba a ser una pesadilla para Gignac. El francés nunca estuvo cómodo y fue obligado a moverse hacia otros lugares extraños para ganar peligrosidad.
Pero el goleador también se topó con Basanta, quien con una actuación silenciosa, pero altamente redituable, ayudó sobremanera a neutralizar las corrientes ofensivas de Tigres. Rayados achicó siempre y el rival nunca descifró la trampa.
Monterrey logró apagar el fuego de Aquino y de un cada vez menos trascendente Damm. Y lo hizo con concentración, con recorridos bien coordinados y anulando por igual a los promotores de las jugadas como a los receptores.
Le discutió un partido feo a Tigres porque sabía que era la única manera en que podía llevar agua para su molino. Impuso superioridad numérica en el medio con puro sacrificio –Gargano, Ayoví y Sánchez acorralaron a Pizarro y Dueñas- y hasta Funes Mori –de gran despliegue- fue más utilitario y generoso para la causa del equipo.
Al Clásico le sobraron intenciones y le faltó talento, pero era obvio que para buscar ganar, primero había que neutralizar. Proponer un partido a campo abierto, lo más probable es que Monterrey hubiera sido el más perjudicado por el manejo y la profundidad de Tigres.
No resultó ser un Clásico a la medida de los matones. No lo fue porque Rayados no priorizó ese juego, y porque Tigres se vio envuelto en un laberinto sin salida, con su arsenal ofensivo maniatado y con una línea media atorada y preocupada en otros asuntos.
Mohamed terminó por redondear sus maniobras con los cambios tras la expulsión de Ayoví. Ferretti creyó que poblando el área de delanteros lo iba a acercar más al gol. Amontonó gente, más no diversificó. Metió a Mancilla, pero quitó a un lanzador (Aquino).
Apostó por Álvarez por la izquierda, pero mezcló y duplicó funciones con Zelarayán y Sobis. Ferretti no clarificó su ataque, más bien lo arrebató.
Mohamed contrarrestó con un plan más rocoso del que ya estaba ejecutando. Se fue por la lógica: solidificó los retenes defensivos (con Zavala y Mier) para cerrar puertas. No fue temeroso, sino consecuente con las necesidades que demandaba ese exigente final. El DT abrió el manual y Rayados, definitivamente, aprobó en su lectura.