Con la T4 se mienta la madre mejor

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Con la T4 se mienta la madre mejor

Lo he sostenido repetidamente en este espacio: quienes pueblan la clase política de nuestro País son individuos entre los cuales no existen diferencias esenciales, con independencia de los colores partidistas utilizados por ellos para envolverse.

Y cuando digo lo anterior quiero decir sólo una cosa: no importa si el político en cuestión es militante del PRI, del PAN, del PRD, del PVEM, del PES, de Morena o de otro partido ya desaparecido, la conducta de cualquiera de ellos es básicamente la misma.

Creer lo contrario –o querer creer lo contrario– constituye un acto de ingenuidad abusiva, diría Carlos Monsivais. Hay excepciones, desde luego, porque en el mundo hay muchas personas honestas y la decencia no se ha extinguido. Pero las personas decentes no lo son como consecuencia de abrazar las siglas de un partido político, sino a pesar de eso.

Tampoco es cierta la patraña –hoy tan de moda– según la cual la decencia es patrimonio exclusivo de unas siglas. Y no lo es aunque el propietario de la franquicia lo repita todos los días con tenacidad goebbeliana.

A despecho del iluminado de Macuspana, la pertenencia a un partido –incluido Morena, por supuesto– no garantiza absolutamente nada. La evidencia de ello ha estado siempre a la vista, pero siempre conviene recordarlo porque después de 500 años los mercaderes de espejitos siguen teniendo éxito debido, básicamente, a la existencia de numerosos ingenuos.

Y para muestra, ahí está el bochornoso espectáculo ofrecido en los últimos días por las bancadas de la autodenominada “esperanza de México” en el Congreso de la Unión, a propósito de la necesaria renovación de las mesas directivas en las cámaras, de diputados y senadores.

Martí Batres y Ricardo Monreal de un lado, Porfirio Muñoz Ledo y Dolores Padierna del otro, han dejado claro con su conducta dos cosas: los unos preservan bien las mañas de su antiguo partido y los otros evidencian cómo en las escuelas de cuadros de la izquierda también se aprende a ser indecente.

La disputa descarnada por el poder ha dejado al descubierto su auténtica naturaleza: políticos vulgares cuyas apetencias son exactamente las mismas evidenciadas por sus colegas y amigos de los demás partidos.

Frente a tal espectáculo resulta útil recordar uno de los chistes favoritos escupidos cotidianamente por el iluminado de Macuspana desde su púlpito mañanero: “no nos comparen… no somos iguales”.

A fuerza de ser justos, también debe reconocerse algo: el concesionario, los dirigentes y representantes de Morena tampoco son peores a los demás políticos mexicanos. Nada más son parte de la misma podredumbre largamente padecida por la sociedad.

En otras palabras, la ambición personal de poder, la vulgaridad en la conducta y el despotismo en el ejercicio de las responsabilidades públicas son características transversales de nuestra clase política, a las cuales no escapan quienes hoy detentan el poder… porque nunca tuvieron –y no tienen– interés alguno de escapar a dicha condición.

Por ello, el poder se disputa en Morena con acuerdo a las más rancias tradiciones de la política mexicana: a navaja limpia y sin reglas, como en el mejor palenque de una feria de pueblo. Diputados y senadores morenistas tan sólo reproducen un ritual largamente atestiguado y, por tanto, poco novedoso: se acuchillan en público sin rubor alguno.

De paso, muestran su talante verdadero y la ambición fundamental por la cual han buscado el poder: su más cara ambición es perpetuarse en él.

Con todo, hay quienes hoy lanzan flores y cantan loas en dirección al escenario donde actúa Porfirio Muñoz Ledo, debido a su “encomiable” decisión de hacerse a un lado en el intento por secuestrar la mesa directiva de la Cámara de Diputados…

Es decir, hoy se le quema incienso a una conspicua figura de Morena, por haber tomado la extraordinaria decisión de… ¡respetar la ley! Es decir, le hacemos reverencias a un individuo cuyo único mérito fue honrar el juramento realizado al momento de protestar el cargo.

El “heroico” gesto de don Porfirio nos hace olvidar de inmediato lo fundamental: el gran demócrata sólo se hizo a un lado después de seis horas de invectivas, en las cuales desfilaron decenas de legisladores por la tribuna parlamentaria acusando a Morena de pretender instaurar una dictadura… como es en efecto el sueño dorado de muchos de ellos.

Imposible tragarse el anzuelo lanzado cotidianamente por el mesías tropical: Morena, el partido de su propiedad, no representa ninguna novedad en el espectro político mexicano, ni es símbolo de virtud. Es apenas una fruta podrida más de la canasta vomitiva de la política nacional.

Aunque tal vez, sólo tal vez, exista una diferencia digna de reconocimiento y elogio: sin duda no existe, en ningún otro partido, alguien capaz de mentar la madre, desde la tribuna parlamentaria, con la elegancia, soltura y contundencia de la cual es capaz su señoría, don Porfirio Muñoz Ledo.

¡Feliz fin de semana!

 

@sibaja3

carredondo@vanguardia.com.mx