Corrido de los suicidas

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Corrido de los suicidas

Corrido de los suicidas

Válgame Dios, cuántos jóvenes

se suicidan en Saltillo,

ciudad a la que ya nombran

la capital del suicidio.

Es una secta de ahorcados

que buscan tocar el piso

con la punta de los pies

y con los ojos en vilo.

A veces homosexuales,

no siempre son drogadictos,

ni sus padres derrotados

podrían dar un veredicto,

son varones y mujeres

de la maquila convictos,

casados de poco tiempo

y novatos en los vicios.

 

Casas de interés social

que apenas ofrecen sitio

para la vida privada

y a la salud mental quicio,

habitaban, como tantos

otros a los que el destino

no llevó a firmar en bancos

con la muerte un condominio.

Mártires de las políticas

públicas, al precipicio

un Estado nos conduce

más inepto que asesino.

Un Gobierno incompetente

hasta para el genocidio,

que nos martiriza a plazos

con una espada sin filo.

 

Algunos toman la soga,

pues la sangre en el cuchillo

asombra inclusive al sol,

ya que es de la vida un signo.

En este clima de imbéciles,

sintetizan lo vivido

en un solo día de angustia,

sin cuidar pose ni estilo.

El termómetro a cuarenta

grados, después que estuvimos

a diez grados bajo cero,

es su impersonal testigo.

Capital del bienestar,

ciudad suicida, no endilgo

culpa o reproche: Saltillo,

qué gran ciudad. Nomás digo.