Corrido del Titanic

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Corrido del Titanic

Corrido del Titanic

Y se hundió el viejo Titanic

tras navegar noventa años,

desesperados galeotes

bogaban brazas por brazos,

para mantenerlo a flote

en las fauces del océano.

Hijo de aquél Ipiranga,

en ‘28 lo botaron

sobre las olas civiles;

un brutal generalato

–centauros de aire y tierra.

conformó su almirantazgo.

relevó a las dos décadas

la casta de licenciados,

que lo convirtió en crucero

por el mar de los Sargazos

del ocio y la corrupción.

Fueron sus años dorados.

Capitanes de un sexenio

se transmitían el mando

de una manera pacífica,

y a la vuelta de los años

les surgió la convicción

de que era eterno el pasado,

de que el buque era una isla

ajena a vientos de cambio,

que navegarían por siempre

en un tiempo dulce y calmo.

La orquesta marcaba el ritmo

del régimen encantado,

sofocando con sus notas

revoluciones de antaño.

El barco sobre las olas

parecía un jardín de nardos,

con vientos de paraíso;

muy pocos se percataron,

mirando el mapa y la brújula,

de que ya era un camposanto.

Capitanes sediciosos

–Andrew Almazán, sin fastos

con aquél Guzmán Henriques

que la historia no ha salvado–

al sufragio de las olas

encargaron el naufragio.

Empero, la jerarquía

ni un instante perdió el mando.

Era una nomenclatura

que se había petrificado.

La vieja Tenochtitlán

fue su nuevo Stalingrado,

el Zócalo era su Kremlin,

el futuro era el pasado.

Mordían algas y percebes

los remaches oxidados.

La burocracia por dentro

causaba serios estragos;

a vuelta de un siglo, el buque

lucía destartalado.

Todo por servir se acaba,

y al final el trasatlántico

su atlántico secular

hubo entero atravesado.

¡Raro viaje sin destino!

Su puerto era el propio barco,

cual cementerio en las olas,

las olas van anegándolo.

La bandera tricolor

flota en el aire salado.

Hundió a toda la nación

el Titanic legendario.