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Corrupción y sociedad
El modernismo con su idea de transformar a la sociedad a través de la razón, el orden y el progreso, se convirtió en un tiempo de sueños frustrados. Se buscó acabar con la ignorancia, la superstición, la pobreza y las guerras, y pareció que todo esto se incentivó potencialmente. Su final es el comienzo de la época en la que vivimos y dio origen a la sociedad posmoderna.
El posmodernismo se convierte en la época del final de las grandes verdades, del desencanto, del cuestionamiento de todo, de la cultura del úsese y tírese; de la aparición del nihilismo, el pansexualismo, el hedonismo, la sociedad de consumo, del relativismo moral, del individualismo y del divorcio entre lo que se dice y lo que se hace.
Con la llegada de este nuevo formato de sociedad, apareció un ser humano a su imagen y semejanza. El español Enrique Rojas lo llamó “el hombre light”. Una persona sin esencia, desinformada, permisiva, insatisfecha, con una ambición desmedida, acumulador de bienes, individualista en exceso, en fin.
Esto trajo consigo un proceso de desmoralización social que, según Marciano Vidal, nos complicó la realidad porque aparecieron personas amorales (sin referencia a cualquier tipo de normas), inmorales (los que conocen las normas, pero hacen completamente lo contrario) y permisivas, es decir, esas que no le piden a Dios que les dé, sino que los ponga donde hay.
El formato de ser humano que calladamente se vino prefigurando, teniendo a la globalización como megáfono del posmodernismo, surtió efecto. Con un nuevo modelo de sociedad aparece un nuevo modelo económico, el del libre mercado, con sus valores y su propia consideración del otro.
Lo que hoy vivimos, nosotros lo propiciamos. El agricultor es sabio: cosechamos lo que sembramos. Los niveles de pobreza siguen siendo escandalosos, pero parece que a pocos les preocupa. La desigualdad sigue viento en popa, pero qué más da, mientras yo tenga tele de plasma y pueda ver el futbol y las telenovelas, todo está bajo control. La falta de respeto por la vida a través de la indolencia se sigue poniendo de manifiesto con las muertes constantes que diariamente se dan por algunas regiones del País y, por supuesto, la impunidad y la corrupción son tan ordinarias que se volvieron parte de la costumbre y de la forma de ser de muchos mexicanos, es una pena.
Vergüenza ajena con la declaración del pasado 28 de septiembre de 2016, cuando el entonces presidente Enrique Peña Nieto nos dejó entrever el pensamiento que es prototípico y representativo de mucha gente que no está dispuesta a abandonar el área de la indolencia y el descaro, citando a San Juan en el capítulo 8 refiriéndose a la corrupción: “(…) el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”, dicho de otra forma “en México todos somos corruptos”. El león creyó que todos eran de su condición.
El doble discurso, la simulación, el ansia de tener, la falta de sentido de trascendencia, la confusión entre fines y medios, un marco legal adecuado que garantice la hegemonía de la justicia, el pensar que todo en la vida es negocio y dinero, la falta de una delimitación clara entre lo público y lo privado, la falta de una cultura de legalidad diáfana, las brechas que existen entre el orden jurídico y el social vigente, la desconfianza generalizada, el abuso, la impunidad, el compadrazgo, el clientelismo, el nepotismo, el tráfico de influencias, el soborno, la utilización indebida de la información, la ambición desmedida, la desfachatez, el abuso, la impunidad, el tráfico de influencia, los conflictos de intereses, el peculado y por supuesto el robo de combustibles, nos tienen complicado como País.
Gilbert K. Chesterton nos recuerda que “lo bueno siempre será bueno, aunque nadie lo practique; y lo malo siempre será malo, aunque todos lo practiquen”. EPN olvidó en aquel momento, que todavía hay muchos mexicanos que apoyamos las iniciativas que promueven la honestidad, la transparencia y la justicia. ¿De qué lado estamos?