Cosas de estos tiempos

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Cosas de estos tiempos

La pandemia castiga en muchas formas a las familias mexicanas. ¡Hay que ver los apuros que pasan en este tiempo las señoras para hacer frente a las necesidades de su hogar! Deben echar mano a toda su inteligencia, todo su ingenio, toda su imaginación –y toda su astucia, añadiría yo- para resolver los problemas que trae consigo el manejo de un hogar en época como ésta. Conozco un relato que ilustra mi aseveración.

Le dijo un tipo a otro:

-No te imaginas lo que me sucedió anoche. ¡Estoy vivo de milagro!

-¿Qué te sucedió? -preguntó el otro.

-Salí de la oficina -contó el tipo-. Estaba en una esquina esperando un taxi cuando llegó una señora guapísima. Noté que me estaba viendo. Miré hacia atrás, pensando que veía a otro. No: me estaba viendo a mí. Me revisé muy bien: la corbata el zipper... Todo estaba en orden. Por fin caí en la cuenta: ¡la señora me estaba coqueteando! Entonces yo también me le quedé viendo. Ella me sonrió. Yo le sonreí. Me cerró un ojo. Yo le cerré los dos. Y en seguida la señora echó a caminar y me hizo una seña muy discreta como diciendo: “Sígueme”.

-Y tú ¿qué hiciste? -preguntó el amigo.

-La seguí, naturalmente -dijo el tipo-. Llegó la señora a su casa, abrió la puerta y desde adentro me hizo otra señita: “Pasa”. Yo entré. Y entonces sucedió algo tremendo. Todavía no comenzaban a ponerse bien las cosas cuando de repente se oyó un coche en la puerta. Me dijo asustada la señora:

-¡Mi marido! ¡Es celosísimo, te va a matar!

Le dije yo, más asustado que ella:

-¡La puerta de atrás!

Me contestó ella:

-¡No hay puerta de atrás!

Le pregunté, temblando:

-¿Dónde quieres que te haga una?

Entonces ella me llevó a la lavandería. Me puso una plancha en la mano y me dijo en voz baja:

-¡Ponte a planchar!

Y ahí me tienes, planchando. Entró el marido. Dos metros de estatura; 200 kilos de peso. Me vio y se me iba a echar encima ese animal. La señora lo detuvo.

-Por favor, viejo -le dijo-. Este pobre hombre que no tiene trabajo. Vino a la casa, me tocó la puerta, y me preguntó si no tenía yo algún trabajito que él pudiera hacer para ganarse unos centavos. Yo le pregunté: “¿Y qué sabe hacer usted, buen hombre?”. Él me dijo: “Sé planchar”. Y aquí lo tengo, planchándome esta ropa.

-Y luego ¿qué sucedió? -preguntó el amigo.

-60 docenas de piezas de ropa tuve que planchar -contesta el tipo, mohíno-. Terminé a las 6 de la mañana. No me pagaron ni un centavo, pero me doy por satisfecho con haber salvado la existencia.

-Dime -le preguntó el amigo-. ¿Cómo es la señora esa?

Respondió el otro:

-Es una mujer alta, rubia; tiene un lunar en la mejilla.

-Mira -dijo entonces el amigo con voz de hondo rencor-. ¡La ropa que tú planchaste ayer yo la lavé antier!

Lo dicho: cosas de la pandemia.