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Cosas del destino
Si al empezar el día una gitana le hubiese dicho a mi amigo lo que ese día le iba a suceder, seguramente mi amigo se habría echado a reír ante la predicción.
Y es que la gitana le habría dicho esto:
-Hoy te va a mear una pantera.
Mi amigo habría pensado con razón: ¿qué pantera hay en Saltillo que me pueda mear? Y así pensando se habría olvidado del agüero.
Pero el destino es el destino, si me es permitido ese radical pronunciamiento. A media mañana los nietos de mi amigo llegaron a visitarlo -era un sábado,- y le pidieron que los llevara a pasear a Monterrey. Ahí empezó a cumplirse el vaticinio. A partir de ese momento los acontecimientos se irían encadenando ineluctablemente. En eso consiste el destino: en un encadenamiento inexorable de los hechos. La tragedia griega; Esquilo, Sófocles, etcétera.
Fue pues mi amigo a Monterrey con su esposa y sus dos pequeños nietos. Cuando llegaron a esa ciudad ¿qué fue lo primero que vieron los chiquillos? La carpa de un circo. Ya va asomando la cabeza el hado inexorable: en Saltillo no hay panteras, pero en los circos sí. Los nietos de mi amigo le pidieron que los llevara ahí. Mi amigo -al fin abuelo- compró un palco de cuatro asientos, el mejor, junto a la pista (otra circunstancia fatal). La función empezó a desarrollarse normalmente: payasos, trapecistas, acróbatas, un alambrista... Lo de siempre. Pero entonces vino lo de nunca.
El maestro de ceremonias anunció el número máximo del espectáculo: las panteras amaestradas. Se colocó en la pista una jaula de fuertes rejas de hierro. Después de un rato de tensa espera aparecieron por un túnel seis panteras negras. Entró en la jaula su domadora. Seamos sinceros: la domadora se veía más impresionante aun que las panteras. Mientras la mujer era joven y guapa, alta, de competente popa y alto tetamento, las panteras se veían decrépitas y con bastante propensión a bostezar aun en presencia del respetable público, lo cual no es señal de buena educación. Casi todas estaban desmoladas, y dos de tenía la cola pelona, como de tlacuache.
Ya todo está listo para la catástrofe. Se acomodaron las panteras en unos bancos, y una de ellas quedó justo enfrente del palco de mi amigo. El maldito animal hizo entonces algo que habla muy mal de las panteras. Sin previo aviso ni advertencia alguna se enderezó, adoptó la postura en que las panteras mean y arrojó un fuerte chorro que bañó a mi amigo de la cabeza a los pies. Al ver eso el público prorrumpió en una fuerte carcajada. Los léperos de la galería le dedicaron una entusiasta ovación al animal que había empapado al catrín del palco. “Lo que es el rencor social”, dice mi amigo con tristeza al relatar el sucedido.
De este funesto caso derivo una reflexión moral: no sabemos lo que cada día nos puede suceder. Por lo tanto hay que estar preparados para todo. Sobre todo, en estos días, para el coronavirus.