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Crónica de un ataque terrorista imaginario
Por tercera ocasión había salido ya de Marruecos. Volé a Madrid. Esperaba mi salida a la ciudad de México. Un suizo se acercó. Me dijo que estaba emocionado, regresaría a México por cuarta vez. En el avión había españoles, alemanes y latinos en toda su diversidad africana y americana.
Iniciamos el vuelo por Iberia. A la hora y media de vuelo, en el extremo opuesto del avión, se levantó un hombre apuesto con todos los clichés: guapo y fuerte, de barba cerrada, altísimo, piel almendrada. Imposible que pasara desapercibido. Caminaba hacia el frente, buscando a alguien, visiblemente serio.
Regresó a su lugar solo. Al poco rato, lo veo volver a caminar, ahora con mayor velocidad y su rostro irritado. Regresa. En una tercera vuelta vuelve a dirigirse al frente, ahora acompañado de otro hombre casi igual en altura y fortaleza. Veo que no regresan de inmediato. Aparecen de nuevo. Tras ellos avanzan una azafata y un hombre dela aerolínea. A estas alturas, ya muchas miradas estaban volviendo hacia la parte trasera de esa inmensidad de avión. Yo no lograba ver lo que ocurría.
Intenté calmarme, no pensar nada cuando mi mente decía que algo desagradable pasaría. A los pocos segundos se escucharon unos golpes muy fuertes sobre una superficie dura. Todos volteaban. Mi corazón latió aceleradamente. No es un ataque terrorista, intenté calmarme. En ese instante pasaron por el lado opuesto, la azafata y el hombre del la aerolínea tomando a una delgada y pequeña mujer que mostraba su brazo elevado y sangrante. Mi mente no entendía lo que ocurría. Murmullos, voces bajas, todos intentaban guardar la calma. Detrás de mí se empezó a sentir movimiento. Giré mi cabeza y a tres filas una mujer se estremecía en su asiento. Un hombre gritó: “Un doctor por favor, esta mujer se convulsiona”.
En ese momento revisé mi vida, otro cliché. Me preguntaba si llegaríamos a México, si no sería un ataque terrorista, si habrían envenenado los alimentos o el aire. Puras sandeces. Me decía que era una tonta; que claro, bien podía haber andado en el Sahara sola o acompañada, en parajes solitarios y haber salido viva y feliz. Pero ahora, ¿todo acabaría aquí? Del drama interior pasé al: que sea lo que Dios quiera. Me puse los audífonos y escuché música. Así seguiría hasta que sucediera lo que debía, como es en el guión de la vida. Pero no pasó nada. Nada. Silencio. Silencio absoluto por el resto del tiempo en el avión. Nadie decía nada. Cuando logré reponerme y serenarme me fui a la parte media del avión, a donde uno va por jugo, a platicar un poco o a mover las piernas.
Allí estaban en unas sillas el hombre hermoso y fuerte -acompañado por ese otro hombre también de similar belleza-, se tomaba la cabeza entre las manos, acongojado. Lo acompañaban una azafata y otros tres pasajeros. Lo primero que salió de mi boca fue: ¿Pero qué pasó?
Y el hombre hermoso levantó su rostro. Diciendo en español: “Esa mujer, esa mujer está loca”. El resto completó el relato. Resulta que a su lado se había sentado la mujer pequeña y frágil que vi sangrando. Le decía cosas como: “ya sé, quieres matarme” y cosas por el estilo. El hombre la reportó hasta que logró llamar la atención del personal de la aerolínea.
El hombre, sentado, ya descansando, me dice: “sacó una piedra de su bolso, una piedra”. Y sus enormes manos marcaron la forma de una inmensa masa pétrea.
“Empezó a golpear la ventanilla y la rompió”. El hombre seguía sin dar crédito. Y el personal logró detenerla al intentar ir por la segunda y última cubierta de la ventanilla. Sangraba porque se lastimó al romperla.
La azafata que estaba en el pasillo dijo: “Pensé que lo había vito todo pero nada como esto. Es mi último vuelo, pensé que no lo acabaría. Pobre mujer, está muy mal”.
¿Y dónde está ahora?, pregunté. Me contesto que en la parte trasera del avión, junto a otros pasajeros. La habían sedado y alejado de su bolsa, no fuera a ser que trajera otra cosa; estaba custodiada por un compañero suyo. Agregó: “es imposible que rompa la ventana, es muy resistente el material de esa segunda ventana. Y yo pensé: pero claro que no, si una mujer menuda y frágil pudo hacer eso. Y pregunté:¿de que nacionalidad es ella? Me contestó: “es mexicana”. Quise hundir el rostro. Y yo que pensaba en los terroristas árabes y toda esa basura con la que colonizan los medios tu cabeza. Al llegar al aeropuerto, vi a lo lejos la figura de esa mujer alejarse acompañada. La luna en el cielo estuvo casi llena durante el trayecto trasatlántico.