Cruzar el Rubicón

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Cruzar el Rubicón

Una acción que pone en marcha un tren imparable de eventos con consecuencias trascendentales. Dar un paso irrevocable al punto de no retorno

El Rubicón es un río relativamente pequeño situado en el norte de Italia a 300 kilómetros de Roma. No se trata de un río muy ancho, incluso hay ocasiones en el año en que puede ser cruzado a pie. Pero en la antigüedad había que tener mucho cuidado al hacerlo. Y es que el Rubicón servía de límite entre la República Romana y sus provincias más al norte.

Las leyes romanas prohibían que un general romano al mando de un ejército lo cruzara. Hacerlo era considerado como una traición, una ofensa en contra del Imperio y el corazón mismo de la sociedad romana.

Esa traición era castigada con la muerte. Alguien que la cometiera sería inevitablemente perseguido por el ejército y arrastrado al Senado romano, donde sería juzgado con un muy probable veredicto de culpabilidad. Pero en el año 49 del calendario antiguo, las fronteras de Roma se expandían. En ese tiempo un poderoso general llamado Julio César se había hecho de buen nombre en la Galia, la actual Francia.

César y su ejército habían pasado años de duros combates derrotando a los celtas nativos y los pueblos germánicos de la Galia, una tierra que César gobernó con puño de hierro. Mientras tanto, en otra parte de la República, Pompeyo Magno, el otro cónsul superviviente del Primer Triunvirato, conquistaba vastos territorios en el este y el sur.

Sin embargo, el poder era difícil de compartir por lo que Pompeyo y César estaban celosos el uno del otro. El intento de reconciliación familiar había funcionado durante un tiempo, ya que la hija de César, Julia, se había casado con Pompeyo, pero Julia murió en un parto, y no había ya ningún lazo de sangre que los uniera.

Las victorias en la Galia habían dado gran fama a César que ya se había convertido en un favorito de la gente de Roma, su nombre era una palabra familiar en gran parte de la República.

Por otra parte, Pompeyo era el favorito de los ricos y del Senado, y él mismo se consideraba superior a Julio César. Las intrigas en el Senado aumentaron la tensión entre ambos, y César decidió regresar a Roma acompañado de su ejército. Pero la ley, como ya mencionamos, dictaba que cualquier general que cruzara el río de regreso a la República debía renunciar a su mando. Así, el Senado le ordenó a Julio César abandonar su ejército y se le retiró el puesto como cónsul en la Galia. César desoyó la orden y permaneció en Ravena. Se dio cuenta que en ese momento Pompeyo y su ejército estaban en España, relativamente lejos.

Es entonces que aprovechó el momento: una mañana de un día como hoy 10 de enero, Julio César tomó una decisión final y decidió marchar junto a sus hombres a quienes llevó audazmente través de la historia. Y aunque algunos historiadores difieren exactamente en cómo ocurrió el cruce, la historia ya tomó como ciertas las palabras de Julio César al cruzar el Rubicón: “Alea iacta est” o “La suerte está echada”.

La decisión lo convirtió inmediatamente en enemigo de Roma, pero Julio César fue más allá arriesgándose sin saber con certeza el resultado final de su acción. Avanzó y con sorpresa se dio cuenta de que su llegada a la ciudad eterna, a pesar de que había estallado una guerra civil, la hizo prácticamente caminando y sin encontrar resistencia. La clase política había abandonado la ciudad, y Pompeyo huyó hacia Egipto, donde más tarde sería ejecutado.

Ése es el significado de “cruzar el Rubicón”, una acción que pone en marcha un tren imparable de eventos con consecuencias trascendentales. Dar un paso irrevocable más allá del punto de no retorno, un movimiento decisivo. Pero no confundamos esto con las miles de decisiones que tomamos y que no tienen un gran impacto.

Sin embargo, hay momentos en la vida en que hay que cruzar el Rubicón, un hecho que alterará el flujo de la vida tal y como la conocemos, pero que puede ser, quizás y sólo quizás, que valga la pena hacerlo. Y aunque la decisión puede ser de carácter personal, social o política, habría que hacerse la pregunta: ¿estaremos dispuestos a asumir lo que hemos puesto en marcha?

En ese sentido, creo que mejor no lo había podido describir el escritor Franz Kafka cuando en su libro “Consideraciones Acerca del Pecado, el Dolor, la Esperanza y el Camino Verdadero” dice: “A partir de cierto punto no hay retorno. Ése es el punto que hay que alcanzar”.

@marcosduranf