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Cultura portolera monclovense y más
Todo empezó con la palabra portola. Si no es por mi interlocutor, ni me entero que era una palabra que solo entienden rápidamente quienes han vivido o nacido en Monclova o Frontera, este punto tan lleno de polvo ardoroso. Esa palabra es una de las preferidas de mi padre, y refiere a las sardinas enlatadas que abría en pleno desierto mientras tendía tubos de acero. Él prepara las portolas con tomate, cebolla y chile picado y las acompaña con cerveza y una buena charla que, más exactamente, es un monólogo acompañado de un amigo con un oído abierto y una paciencia de monje tibetano.
Luego fue la palabra sabalito, usada mucho en las ciudades norteñas. Los sabalitos son plásticos transparentes en forma tubular que contienen jugo de frutas, o polvos químicos con un eco de frutas, para mitigar el calor. Acá en Saltillo también son conocidos como bolis o hielitos.
Otro vocablo que se funda en todo aquello que refresca es el yuki, fundamental para sobrevivir cuando la temperatura sobrepasaba los 40 grados centígrados. Por la garganta agradecida pasa el hielo macerado que se coloca en un vaso de plástico y se acompaña de melaza de tamarindo, concentrado de limón, o el artificial sabor a fresa coronado con leche condensada (esta mezcla es la más buscada). Luego viene una variedad de sabores como coco, vainilla, rompope, café y plátano. Hay en Monclova un lugar clásico, al que todos alguna vez hemos ido: los yukis de La Cabaña, que operan hasta hoy.
Y otra bebida refrescante con trozos de hielo, estos sí, grandes, son las rusas que en los noventas fueron todo su furor para quedarse: sal marina, hielo, refresco de toronja, rebanadas de naranja, mango, piña y jugo de limón, rebosado con chile en polvo.
El lonche, es otra de las palabras con una raíz fuerte, una apropiación del inglés lunch, y que desde la apertura de Altos Hornos de México comenzó a circular, para referirse a las viandas o tacos enviados por las mujeres a sus parejas que trabajan como obreros. No olvidemos que esta industria acerera fue empujada en su fundación, por un estadounidense que buscaba responder a la solicitud de acero empleado para abastecer la demanda de la segunda guerra mundial.
“Hacer el mandado” es también una frase coloquial que se dice cuando se va por los víveres de toda la semana. Y una más interesante es “ir a chiviar”, que devela esta larga relación de Monclova, Frontera y otras ciudades de la región, con la frontera estadounidense, y que significa ir a comprar mercancía o productos a los Estados Unidos. La historia de esta palabra está unida a la ganadería, ya que quien tiene chivas, tiene una fortuna considerable. Así que ir a chiviar deja claro para los habitantes, que traerán productos valiosos, resultado de este viaje que era realizado en guayín (una carreta de cuatro ruedas jalada por un caballo o dos, y en cuya parte trasera había suficiente espacio par carga de objetos o personas).
Estas palabras, todas, unidas en mucho por el asunto de los alimentos, revelan también, esta rica mezcla entre idiomas distintos, usos de la tierra ancestrales que se siguen practicando y una suerte de albur que coronan el espíritu jocoso de los monclovenses que buscan cualquier pretexto para tomarse unas cervezas o chelas, bien heladas, acompañadas de portolas o de tacos.
Y antes de concluir, es importante decir: los tacos de Monclova son de harina, si no, no son, porque en este punto del globo terráqueo, la presencia de moros y judíos dejó una herencia que me permite decir que las mejores tortillas de harina son de Monclova. La práctica hace a las maestras, y desde 1942, cuando comenzó su funcionamiento la acerera local han salido miles de toneladas de tortillas pintas y rebosantes con mantequilla y sal, o bien, con chorizo de cerdo y frijoles, ente tantos rellenos afortunados.