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De cruz a cruz y de poeta a poeta
Amado Nervo, el gran poeta mexicano, agoniza en Montevideo. Asistía a un congreso académico en la capital uruguaya cuando se sintió mal de repente. Los médicos diagnosticaron un mal de uremia irremediable. Le quedaban al bardo unas cuantas horas de vida.
Llegó a verlo don Juan Zorrilla de San Martín, el poeta nacional del Uruguay. Su extenso poema dramático “Tabaré” contaba ya entre las más alabadas producciones de la lírica iberoamericana. Don Juan era fervoroso católico, y amigo personal de Nervo.
-Me siento triste hasta la muerte -le dijo el mexicano, quizá en recuerdo de las palabras de Jesús.
Zorrilla respondió con palabras muy hermosas. Seguramente se las inspiró el Espíritu.
-Amigo mío: tome usted el ejemplo de San Dimas, el buen ladrón. Le habló a Cristo de cruz a cruz. Así, Él no pudo dejar de oírlo. Usted está ahora crucificado en el dolor, en las angustias de la muerte. Desde su cruz llame al crucificado. Aunque invisible, se encuentra junto a usted. Háblele de cruz a cruz, y verá como Él le contesta.
-¡Qué palabras tan bellas me dice usted, doctor Zorrilla! -habló con débil voz Amado Nervo.
Al recordar la escena escribe el escritor uruguayo: “... El fondo de cristianismo existente siempre en el alma de Nervo se removió entonces...”. Le preguntó Zorrilla si no deseaba confesarse y recibir la extremaunción. Vaciló el poeta de Nayarit:
-¡Hace tanto tiempo!
Hizo una pausa y luego dijo:
-Llámeme a un sacerdote, por favor.
Salió de prisa don Juan y buscó en la parroquia más cercana. Encontró a un jesuita, el padre Carlos Benítez, de nacionalidad argentina, y le rogó que acudiera a llevar los últimos auxilios a un agonizante. Pronto llegó el sacerdote. Ante la puerta de la habitación donde se hallaba Nervo se había congregado un grupo de escritores, todos ellos librepensadores. Miraron con hosquedad al sacerdote, y se elevaron murmullos de protesta por la presencia ahí de un cura. Uno de los intelectuales alzó la voz y le pidió al sacerdote que se retirara.
-Señores –empezó a decir el padre Benítez-, yo no pretendo perturbar...
En eso se escuchó, fuerte y clara, la voz de Amado Nervo:
-Que entre. Que entre el padre.
Traspuso la puerta el sacerdote y la cerró tras sí. Solos quedaron el confesor y el bardo. Hablaron largo rato, y luego el padre se marchó en silencio. Cuando el poeta tuvo junto a sí a su amigo Zorrilla le dijo tomándole la mano:
-¡Qué paz siento en el alma! ¡Qué tranquilidad!
Al día siguiente murió Amado Nervo. Sus restos fueron llevados desde Montevideo hasta la Ciudad de México, y recibieron sepultura en la Rotonda de los Hombres Ilustres el 14 de noviembre de 1919.
Hay en el poema “Suave Patria”, de Ramón López Velarde, escrito en 1921, unos versos oscuros. Dice el jerezano dirigiéndose a la Patria:
“... Tus entrañas no niegan un asilo
para el ave que el párvulo sepulta
en una caja de carretes de hilo;
y nuestra juventud, llorando, oculta
dentro de ti el cadáver hecho poma
de aves que hablan nuestro mismo idioma...”.
Yo digo que ese “cadáver hecho poma” es el de Amado Nervo, cuyo cuerpo llegó embalsamado de Uruguay para ser sepultado en México.
ARMANDO FUENTES AGUIRRE
‘Catón’ Cronista de la Ciudad
PRESENTE LO TENGO YO