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De racismos, clasismos y derechos, el trasfondo de las protestas por abuso de autoridad
El racismo en Norteamérica y el clasismo en México siguen siendo dos lastres utilizados por los poderes fácticos para controlar y manipular a la población. Cuánta razón tenía Michel Foucault cuando dijo que el control de la sociedad sobre los individuos no sólo se efectúa mediante la conciencia o por la ideología, sino también en el cuerpo y con el cuerpo. Lo biológico, lo somático y lo corporal son una entidad biopolítica, que es el control que el Estado tiene sobre la población. Control en sus múltiples formas.
Los decesos de George Floyd, en Estados Unidos, y de Giovanni López, en nuestro País, son dos acontecimientos que tienen como trasfondo el racismo y el clasismo, curiosamente se enmarcan en el mismo cuadro, el abuso de autoridad por parte del Estado y la conservación del status quo de grupos hegemónicos –las élites y las personas de raza blanca– que en el mundo occidental confluyen en un sólo segmento.
Lo peor de todo es que estos segmentos de poder tienen como aval al Estado que les protege. De ahí surge la perversión de la praxis. En tiempos recientes –en todas las latitudes– a la conservación del poder político se ha sumado el poder económico, lo cual complica aún más el escenario social.
No sólo se busca dejar en claro que quien manda a través del recurso del uso de la fuerza es el poder político, sino también quien posee el dinero, el poder económico. La vida social es custodiada, controlada y regulada por el poder político que busca garantizar al poder económico, la utilidad y el estatus. Una bomba de tiempo.
Sin lugar a dudas, el fondo del racismo es la protección del status quo de un grupo de poder que tiene privilegios, da acceso a oportunidades y determina quién sí y quién no vive una vida plena y tiene acceso a todo lo que implica marcar diferencia. Cuando hablamos de racismo, hablamos de prejuicios. Esto es lo que ocurrió y sigue ocurriendo en Estados Unidos. Sigue vigente la idea de la raza blanca como raza superior y el Estado se convierte en el garante.
Lo que pasó con George Floyd seguirá pasando mientras haya quien legitime la preminencia de una raza superior. En un neoconservadurismo a ultranza, ahora es Donald Trump, mañana será otro.
En nuestro caso, el clasismo que vivimos en México de pronto se entrecruza con el racismo, porque en el fondo hay un sector de la población que sigue teniendo nostalgia por la Europa de la que sienten como progenitora y del mestizaje que no se merecen, porque querámoslo o no, nuestro País es un mosaico multicultural complicado de conciliar.
Toda esa aversión en el fondo es lo que los gobiernos deberían de combatir y armonizar, pero se han convertido no en garantes del equilibrio social, y sí en garantes de los intereses de las clases hegemónicas.
Las protestas y marchas en México y en Estados Unidos, en la forma, combaten el abuso de autoridad; en el fondo, el clasismo y el racismo. La represión sobre ferrocarrileros, maestros, médicos, estudiantes marcó para siempre a las diferentes administraciones. Cuando ocurrieron estas protestas, estaba en juego la hegemonía del régimen. Hoy está en juego el control social a través de la economía. De ahí la factura que pagan los gobiernos, la desconfianza y la poca credibilidad por timoratos o represores, según sea el caso.
La sociedad, representada por grupos que tienen todo el derecho de reclamar ante los abusos de autoridad. Otros sectores poblacionales solicitan al gobierno el uso de la fuerza que le asiste. El gobierno que se contiene o se atiene al juicio público. Por otro lado, las reminiscencias ideológicas de una sociedad que tiene como fondo el racismo y el clasismo. El último de los datos, las formas en cómo se protesta, dónde y quiénes lo hacen, pierden de vista el derecho de terceros porque todo se reduce al vandalismo. Y como intermediarios los derechos. ¡Uf! Aquí es donde salta la liebre.
Sería pertinente que quienes ponen en práctica el derecho a la libre expresión, que ampara el artículo 6 y el 9 que protege el derecho de asociarnos, recordarán la segunda parte de los mismos que afirman las obligaciones que contrae la práctica de estos derechos; a saber, serán cancelados o sancionados por el Estados cuando se ataque “la moral, la vida privada o los derechos de terceros, provoque algún delito o perturbe el orden público, cuando se profieran injurias, se use la violencia o se recurra a la intimidación.
Estas realidades sociales que vivimos, sin lugar a dudas, tienen como trasfondo el clasismo y el racismo que, aunque en la teoría no lo practicamos, en la realidad es bastante notorio el nivel del afán que tenemos de seguir siendo todos iguales, aunque unos menos iguales que otros. Esto continuará y seguiremos por las mismas, si seguimos cancelando en nuestro ideario, la idea de que el otro como yo, es poseedor de dignidad y de derechos fundamentados en la idea de igualdad. Así las cosas.