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De todo, como en botica

Tuve la gran fortuna de merecer la confianza de los familiares de don José García Rodríguez, hombre insigne que merece el bien de Coahuila. Escribió don Pepe una novela corta en páginas, en méritos muy larga, que tituló “Miren lo que sucedió en la feria del Saltillo”. Inédita seguía esa novela muchos años después de la muerte de su autor. Supe de su existencia, y la pedí a la familia del escritor ilustre, que me puso en mis manos el escrito original. Lo di a la estampa, con lo que aquellos que conocían y admiraban la obra de don Pepe pudieron conocer otra, y admirarla más.

De ese libro tomo ahora, porque es pertinente y útil, una rica descripción de lo que era una feria de Saltillo en los inicios de la guerra de la Independencia: “... La zozobra suscitada por tales hechos y noticias (los relativos al levantamiento de Hidalgo y los demás insurgentes) no impidió los preparativos de la feria anualmente celebrada para alegría de los vecinos y provecho de negociantes, aventureros y gentes de trueno. Entraban a todas horas, por los cuatro rumbos, en la Villa del Saltillo recuas de burros y mulas cargados de todo género de mercaderías; pesadas carretas procedentes unas de lugares cercanos con leña, carbón y forrajes, y otras que venían de tierra adentro con abarrotes, loza de Guadalajara, pieles curtidas, zapatos, rebozos y frutas tropicales; carros con pieles crudas, pacas de algodón, sacos de maíz y de trigo y géneros de los Estados Unidos introducidos de contrabando; ganados en pie, de pelo y de lana, reses para el rastro, yuntas de bueyes, mulas y caballos brutos y mansos; coches ligeros y ventrudas diligencias de briosos tiros; caravanas de gente a caballo con henchidas maletas a las ancas, bajo las cuales casi desaparecían los jinetes, y pobres peatones cargados con líos y huacales llenos de gallinas, guajolotes, cabritos y objetos de comercio menudo.

Los vecinos, suspendido todo trabajo, se asomaban a presenciar el desfile de forasteros y recorrían, curioseando, las plazas y calles donde se instalaban los puestos. Los mesoneros estaban llenos de  una muchedumbre de diverso pelaje y categorías: los recién llegados buscaban acomodo en las casas particulares y se improvisaban barracas de manta a lo largo de las calles para instalaciones de comercio y habitación de los dueños. En el lado sur de la plaza de Tlaxcala se estacionaban numerosas carretas a cuyo alrededor se extendían, en pintoresco desorden, metates, comales, jarros, cazuelas, confundidos con zapatos, indianas de fuertes colores, rebozos, sombreros de petate, chaparreras, mitazas, reatas, sillas de montar; y en el lado norte y el centro, bajo puestos de manta se aglomeraban ruletas, chuzas, cantinas, puestos de la manita, loterías y carcamanes, y en sitio despejado y espacioso la tribuna circular donde las cantadoras de Jalisco, vestidas de colores chillones y embadurnado el rostro de colorete, cantaban canciones del sur y bailaban zapateado...”.