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Décimas muy enteras
Tengo en mi biblioteca dos letreros. Uno reza: “No presto libros. Esta biblioteca está hecha con libros que me han prestado a mí”. (Don Arturo Moncada Garza, maestro mío inolvidable, solía decir que los libros quieren tanto a su dueño que si éste los presta les da mucho sentimiento y ya no vuelven nunca).
El otro letrero contiene una frase verdadera, y además hermosa: “Los libros hacen libre a quien los quiere bien”. Es cierto: los libros guardan la verdad del hombre, aun dicha con mentira, y la verdad siempre es liberadora.
La tal frase es de Vicente Espinel, uno de los gloriosos españoles de aquel siglo de oro que fue gloria de España. Era muy feo este señor don Vicente. Feo y gordo. Él mismo se describió en unos versos de caricatura:
...Grande la cara, el cuello corto
y ancho,
grandes los pechos, casi con
calostros,
los brazos cortos, muy orondo
el pancho...
Eso de “el pancho” es otra forma
de decir la panza.
Espinel fue cura –como Ignacio de Loyola– después de haber sido militar. Combatió en Italia y Flandes, pero a su vuelta a España sintió la vocación del sacerdocio. Descolló en los estudios de latín, y fue famoso músico que añadió la quinta cuerda a la vihuela. Felipe II, que amaba sólo a sombras, lo veía con buenos ojos y lo favoreció. Tuvo grande amistad con Lope de Vega, y grande enemistad con Cervantes. Inventó una combinación métrica, la décima, que por él se llama espinela. Difícil forma es ésa; su rigor se acerca al del soneto. Entre nosotros Alfredo García Valdés, que es gran poeta –y ahora también gran dramaturgo– ha escrito décimas perfectas.
En Veracruz la décima española se hizo mexicana. Los jaraneros la cantan y recitan, y han hecho de ella un medio eficacísimo para decir cosas de amor y desamor. Para otro fin la aprovechan también: con ella cuentan desaforadas picardías. En ese modo riguroso expresan cosas de mucha liviandad. Hay una serie de décimas llamadas “del burro canelo”, que harían enrojecer hasta a un diputado federal.
De Tierra Blanca, Veracruz, es don Mariano Martínez Franco, un legendario decimero. Asistió a una conferencia que dicté en el Puerto, y al final improvisó dos décimas de encomio a mi persona. El público, que lo conoce bien –don Mariano es una especie de mito veracruzano–, premió con largo aplauso su improvisación. Yo le pedí que me enviara algunas de sus décimas. Acabo de recibirlas, manuscritas. La mayoría de ellas no son material apto para publicación: una cosa es Veracruz y otra muy diferente es Saltillo. Andalucía y Castilla, digamos, toda proporción guardada.
Voy a incurrir en la audacia de poner aquí una de las décimas que don Mariano me mandó. Si alguien la encuentra impropia recuerde que no es de mi autoría. Esa décima dice así:
Dios al hombre lo formó.
Le puso partes valiosas.
Sin embargo en ciertas cosas
al darle cuerpo falló.
Los huesos los colocó
por toda su anatomía:
el hueso de la rodía,
el del cráneo, el del pescuezo...
¡Pero no le puso hueso
donde más falta le hacía!