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¡A dejar huella!, aprovechemos la vida en lo importante
“No tenemos poco tiempo, sino que perdemos mucho. La vida que se nos regala es suficientemente larga, y en ella todos podemos realizar grandes cosas, si la empleamos bien; pero si la disipamos en el capricho, si no la gastamos en un proyecto que dé sentido a la existencia, cuando por fin nos aprieta la última hora, nos damos cuenta de que se ha evaporado una vida que ni siquiera habíamos entendido que estaba pasando: no recibimos una vida corta, somos nosotros los que la hacemos breve”, estas palabras de Séneca, escritas hace dos mil años son actuales y siguen vigentes.
Este año se aproxima al infinito espacio de los recuerdos y así, como Martin Heidegger sugirió que el tiempo solo existe como consecuencia de los eventos que tienen lugar durante un periodo, entre nuestro nacimiento y nuestra muerte; entonces, 2019, siempre lo recordaré con tristeza, porque fue, durante su transcurrir, cuando mi corazón se rompió, precisamente, en el momento que mi madre fue convocada al encuentro con la vida eterna.
SIN EMBARGO…
Pero, a pesar de los graves y desconsolados acontecimientos que la mayoría hemos vivido, en el ocaso de este año es necesario decir: gracias, gracias, gracias. Es momento de agradecer a Dios por la bendición de la vida, por la salud o por esa enfermedad que nos ha fortalecido. Mostrar gratitud por lo que se tiene y por lo que no se tiene; por la alegría y las penas que nos develan el sentido de la existencia, de su fragilidad, de su brevedad.
Es momento de pausar y sentirnos gratos al saber que poco es lo significativo y sagrado en la vida, lo siempre “incomprable”: la familia, el trabajo, la patria, el cuidado del prójimo y la naturaleza. La fe en Dios, en nosotros mismos y en nuestros semejantes.
Gratitud por la bendición de haber amado y haber sido amados; por los nuevos encuentros y reencuentros, por los viajes, por el trabajo fecundo, por lo comido, bebido y disfrutado; por lo estudiado, por la emoción de los libros leídos. Por los nuevos amigos, por lo emprendido, por la música escuchada, por las experiencias y los aprendizajes de vida.
Es momento también de estar en paz, de desacelerar la velocidad para meditar, para pensar, para sencillamente estar y ser. Tiempo de maravillarnos por lo que la vida gratuitamente nos concede, ese gozo de respirar lo bueno que como personas todos tenemos, de sentir la belleza del mundo, de saber que en la balanza de la vida es mucho más lo recibido para bien; mucho más de eso que nuestra indigencia pesa, bastante más de eso que nos parte el corazón en llanto.
TAREA 2020
Y por todo lo que viene es momento de pedir fe y fortaleza para asumir la vida con esperanza y determinación, sabiendo que “somos hijos de nuestro pasado más no sus esclavos, pero sobretodo somos padres de nuestro porvenir”.
A pesar de las grandes pérdidas, hay razones para que el dolor no duela tanto, para que la amargura no amargue tanto, me refiero a saber reconocer el gratuito don de la vida, a imaginar lo que aún no se ha emprendido; al tiempo aún no disfrutado; a esos libros aún cerrados, a esa nieve de chocolate aún no saboreada; a los encuentros aún no generados; al camino aún no recorrido; a los misterios aún no develados, inclusive el del mismísimo sufrimiento; a las bendiciones aún no recibidas; a la felicidad aún no disfrutada, aún no abrigada; a las decepciones aún no sentidas, no comprendidas; a la mano aún no estrechada; en fin, a todo eso que guarda el sentido último de nuestras personales biografías.
Me refiero a la posibilidad de trascender en el año 2020, de saber que hay muchísimos campos no labrados, estancias inexploradas; a la esperanza de sabernos constructores de mejores mundos para los demás: para los que menos tienen, para los que están cerca, pero lejos de nuestros corazones y acciones.
Me refiero a la esperanza de saber que es este 2020, es tiempo no solo de “estar” en el mundo, sino de fabricar, con nuestras manos, un mundo sostenible, justo, solidario y fraternal.
Me refiero a que en este 2020, habremos de gestar la fuerza que surge al comprender que “el ser humano sabe hacer de los obstáculos, nuevos caminos porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer. En esta tarea lo primordial es negarse a asfixiar cuanto de vida podamos alumbrar”.
AÑO CON AÑO
Por otro lado, los que siguen estos humildes escritos saben que al final de cada año tengo un singular ritual: actualizar el directorio de mi agenda. Con profunda tristeza suprimo los nombres de personas que la mismísima muerte se los ha llevado para siempre en este año. Ciertamente, abandonaran mi directorio, pero no mi memoria y menos mi corazón. En este ejercicio traigo al presente a mi padre y ahora a mi querida madre, a mis abuelos, primos y tíos idos, y también a esos amigos que se han adelantado en el camino, pero que jamás mueren dentro de mí.
También, en la nueva agenda, vuelvo a apuntar –con alegría y nostalgia a la vez- los nombres de esos pocos, pero verdaderos amigos que, año tras año, permanecen inmutables en sus hojas. Y digo melancolía porque al repasar sus rostros me recuerda lo mucho que se les quiere, pero lo poco que se les frecuenta, por los azares de la vida, o por las endemoniadas prisas o por mil razones más.
Este ritual me permite comprender el valor del tiempo, de ese tesoro que la vida nos regala, democráticamente, a todas las personas… Efectivamente, hasta que se acaba, hasta que totalmente se agota.
EL TIEMPO
Vaya tiempo, alocado tiempo que nos ha tocado vivir. Tiempo que, irónicamente, le damos permiso para que nos impida vivir. Vaya la manera en que abandonamos lo esencial por lo efímero, para luego darnos cuenta, a veces tarde, de lo no disfrutado, de lo no gozado.
Me he tropezado con un pensamiento anónimo que adereza la reflexión de hoy: “Para darse cuenta del valor de un año, pregúntale a un estudiante que ha fallado en un examen final. Para darse cuenta del valor de un mes, pregúntale a una madre que ha dado a luz un bebe prematuro. Para darse cuenta del valor de una semana, pregúntale al editor de un diario semanal. Para darse cuenta del valor de una hora, pregunta a los novios que esperan para verse. Para darse cuenta del valor de un minuto, pregúntale a una persona que ha perdido el tren, el autobús o el avión. Para darse cuenta del valor de un segundo, pregúntale a una persona que ha sobrevivido de un accidente. Para darse cuenta del valor de un milisegundo, pregúntale a una persona que ha ganado una medalla en las olimpiadas”. El “tic tac” no espera a ninguna persona. Es menester disfrutar el momento.
Al morir la noche vieja, recibiremos el almanaque del año 2020, en éste existen 365 hojas en blanco que, día a día, tendremos que ir quitando y serán la memoria de nuestra vida. Hagamos de ese tiempo solamente buenos días. Excelentes recuerdos. Emprendimientos y actos personales trascendentes.
No perdamos de vista lo esencial, valoremos cada minuto, tratemos de ser un poco más de luz y menos oscuridad. Recordemos que al final las personas se arrepienten no de lo hicieron mal, sino de aquello que jamás se atrevieron a emprender.
Recordemos que algún día también nos iremos junto con esa hoja que del almanaque se desprende cuando ha cumplido con la finalidad para lo cual fue creada. Esta realidad, paradójicamente, hay que tenerla permanentemente presente, visible, para entonces crear en el presente motivos de felicidad… Para darnos cuenta que estamos vivos. Para constatar que somos “seres finitos, pero también seres eternos”. Trascendentes. Entonces, este 2020: ¡A dejar huella!
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey Campus Saltillo