Desde la cima

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Desde la cima

El ascenso enfrenta dificultades, sinuoso y con escasas brechas para tomar camino.

Siendo el cerro de una de las inmediaciones de Saltillo, al poniente, su vegetación es propia del semidesierto: lechuguilla, gatuño, gobernadoras, y su fauna: ratones, lagartijas, saltamontes. De pronto, el vivaz colorido de un colibrí.

Se evidencia poca lluvia en la falda, mas no así en la cima de este cerro, a cuyo espectacular emplazamiento se arriba en sesenta o setenta minutos de andadura.

En el ascenso, por el rumbo de las colonias Guayulera y La Minita, nos topamos con un hombre solitario. De pronto, se le ve, bajo el inclemente sol, con un libro en las manos. Ha elegido este promontorio para leer a solas una publicación religiosa.

Sigue el ascenso y más adelante nos encontramos con la humedad producto de una lluvia ocasional. Forma parte de la sierra Colorada. Fue el escenario de andanzas de los antiguos pobladores de Coahuila y muchísimo antes, el mar de Tetis. La vista que se domina desde lo alto es el valle de Saltillo y, a algunos cientos de metros abajo, el fragoroso rumbar de la locomotora. Los trenes de carga pasan de dos a cinco veces al día. En este momento el 4946, que va dejando su canto en el viento y desahogando una columna de humo que adquiere vaporosas formas de efímera existencia.

Recuerdo inevitable de aquellos ferrocarriles que fueran de pasajeros y el confort con que se viajaba en ellos. El idílico paisaje que se plantaba ante la vista y la atmósfera de aventuras que se encerraban en esos paseos.

Unas líneas de la escritora norteamericana Harper Lee vienen a la mente. Ella escribe: “Ve y pon un centinela” a mediados de los años cincuenta, y los trenes –dice ahí– se inscribían en la modernidad. Mucha gente disfrutaría de ellos por décadas, hasta la apertura de supercarreteras que terminarían casi con el ferrocarril de pasajeros.

Dice así Harper Lee de su protagonista Jean Louise Finch en su regreso a la casa paterna en Maycomb, procedente de Nueva York: “Se alegró de haber decidido ir en tren. Los trenes habían cambiado desde su niñez y la novedad de la experiencia le divertía”.

Jean Louise se emocionaba al apretar un botón y enseguida veía aparecer al revisor; un lavamanos que salía de la pared, al igual que la cama, que se plegaba a esta.

Ahora quedan, en la mayor parte del territorio nacional, los trenes de carga utilizando el entramado de acero para transporte de productos.

En el transcurso de una hora y media, durante el ascenso y descenso del cerro, han pasado ya dos máquinas diferentes de ferrocarril. Habrán de ser cinco o seis en una jornada por la tarde.

¡Cómo no recordar aquí mismo el descarrilamiento de aquel tren del fatídico 4 de octubre de 1972, en Puente Moreno!

A la distancia, trepados en este cerro, con un sol que da el calor de treinta y tantos centígrados, es posible vislumbrar el sitio: en la lejanía, el silencio eterno luego de un llanto que parecía interminable. Hoy, en el recuerdo.

En lo alto, la ciudad luce extendida a lo largo de todo el valle. Saltillo y sus cientos de miles de hogares. Una composición que llama la atención: colonias fraccionadas en la falda de la sierra de Zapalinamé, con el orden y método de las nuevas formas: grandes avenidas, casas de construcción estandarizada.

Otras, de las llamadas paracaidistas; casas que obtuvieron papeles de propiedad a fuerza de invasión y en donde saltan a la vista el descuido y la falta de inversiones; algunas de las calles, aún sin pavimentar.

Interminable sucesión de edificaciones: pocas aún por fortuna no exceden alturas que imposibiliten la vista extendida de la ciudad, pero ahí van, de cualquier modo, paulatina, aunque firmemente.

La música que sale de una gigantesca bocina acompaña a los paseantes en su ascenso. No han dejado de retumbar las notas alcanzando decibeles de gran calado.

Las notas se funden con el paisaje. Al caer la noche se apagará esta música, mas no así el incesante bullicio del Saltillo, al que desde lo alto se le puede observar como un vibrante trajinar de panal de muy variada hechura.