Desde nuestras propias trincheras

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Desde nuestras propias trincheras

La indiferencia es como la lepra del alma, así lo escribió Teresa de Calcuta: “ustedes que viven tan cómodos, en realidad padecen sin saberlo, una lepra en el alma mil veces peor que la que se sufre cotidianamente en las barriadas más pobres de Calcuta... Esa lepra es la soledad de no tener una mano fraternal; No tener a alguien que vea con interés y consideración; de no ser amado. Cualquier ser es feliz con el sólo hecho de ser amado. Cualquier ser es feliz con el sólo hecho de sentirse amado. 


He pasado frente a sus grandes casas y he visto más infelicidad que en las casuchas y zanjas de Calcuta. En Londres sólo saben que uno de sus vecinos murió cuando ven apilarse las botellas de leche en las puertas de sus casas”.

En ocasiones nos encontramos tan sumergidos en nuestros propios problemas y angustias -o comodidades- que dejamos de ver las terribles e inhumanas realidades que padecen otras personas.

UN MAL AÑO

El año pasado marcó un retroceso en la meta de hambre cero, señalada por la ONU para el 2030, al padecerla 38 millones de personas más.

Hoy, más de 815 millones de personas padecen hambre en el planeta, con millones de niños amenazados de malnutrición, “cifra que representa la avanzada más vergonzosa en una batalla donde se juegan la vida más de 2 mil 100 millones de pobres. La suma de estómagos vacíos representa, comparativamente, dos veces y media la población de Estados Unidos, un poco más de la mitad de la de China, casi 80 veces la de Haití e incluso supera la totalidad de los habitantes de América Latina y el Caribe”.

¿QUÉ NOS PASA?

¡Qué barbaridad! Mientras existen personas que desperdician la comida y recursos, como la mismísima agua, hay otros seres humanos que diariamente mueren de hambre y de sed. ¿Qué nos sucede? ¿Por qué tanta inconciencia? ¿En verdad la humanidad ha progresado? ¿En qué consiste entonces el bienestar?

¿DÓNDE SE ENCUENTRA?

El escritor español Miguel Delibes tiene algunas respuestas a estas interrogantes que son dignas de considerar:

“El verdadero progresismo no estriba en un desarrollo ilimitado y competitivo. Ni en fabricar cada día más cosas. Ni en inventar necesidades al hombre, ni en destruir la naturaleza, ni en sostener a un tercio de la humanidad en el delirio del despilfarro mientras los otros dos tercios se mueren de hambre, sino en racionar la utilización de la técnica, facilitar el acceso de toda la comunidad a lo necesario, revitalizar los valores humanos, y establecer las relaciones hombre-naturaleza en un plano de concordia.

“¿Es serio afirmar que la actual orientación del progreso es la congruente? Si progresar es hacer adelantamiento en una materia, lo procedente es analizar si estos adelantamientos en una materia implican un retroceso en otras y valorar en qué medida lo que se avanza justifica lo que se sacrifica. El hombre, ha llegado a la luna pero en su organización político-social continúa anclado en una ardua disyuntiva: la explotación del hombre por el hombre.

“En este sentido no hemos avanzado un paso. (…) Así, quede bien claro que cuando yo me refiera al progreso para ponerlo en tela de juicio, no es al progreso estabilizador y humano sino al sentido que se obstinan en imprimir al progreso las sociedades llamadas civilizadas.

“Los carriles del progreso se montan, pues, sobre la idea del provecho, o lo que es lo mismo, del bienestar. Pero, ¿en qué consiste el bienestar? ¿Qué entiende el hombre contemporáneo por ‘estar bien’? En la respuesta a estas interrogantes no es fácil el acuerdo. Ello nos desplazaría, por otra parte, a ese otro complejo problema de la ocupación del ocio. Lo que no se presta a discusión es que el ‘estar bien’ para los actuales rectores del mundo y para la mayor parte de los humanos, consiste en disponer de dinero para cosas. Sin dinero no hay cosas y sin cosas no es posible ‘estar bien’ en nuestros días.

El dinero se erige así en símbolo e ídolo de una civilización. El dinero se antepone a todo, incluso al hombre. Con dinero se montan factorías que producen cosas y con dinero se adquieren las cosas que producen esas factorías. El juego consiste en producir y consumir, de tal modo que en la moderna civilización, no sólo se considera honesto sino inteligente, gastar uno en producir objetos superfluos y emplear noventa y nueve en persuadirnos de su necesidad.

“El humano no es sino un proceso de decantación del materialismo sometido a una aceleración muy marcada en los últimos lustros.

“Mis personajes no son, pues, asociales ni insolidarios, sino solitarios a su pesar. Ellos declinan un progreso mecanizado y frío y simultáneamente, este progreso los rechaza a ellos, porque un progreso competitivo, donde impera la ley del más fuerte, dejará en la cuneta a los viejos, los analfabetos, los tarados y los débiles.

“Porque si la aventura del progreso, ha de traducirse en un aumento de la violencia y la incomunicación; de la injusticia y la prostitución de la naturaleza; de la explotación del hombre por el hombre y la exaltación del dinero, en ese caso, yo, gritaría ahora mismo, con el protagonista de una conocida canción americana: ¡Que paren la Tierra, quiero apearme!”

Los comentarios de Delibes, para algunos reaccionarios, son ciertos: estamos como estamos porque la inhumana lógica de la economía convierte a los seres humanos en medios para ser manipuladas para los fines egoístas de muy pocos.

En vez de mirarnos como personas, nos vemos como cosas; por eso, a pocos les importa la desigualdad que prevalece en México ocasionada, en mucho por la corrupción e impunidad; a muy pocos conmueve y convoca a la acción el hambre y la desolación en la que intentan sobrevivir millones de mexicanos.

NO MÁS

Lo dice el Papa Francisco: “El capitalismo salvaje ha enseñado la lógica del provecho a todo costo, sin mirar a las personas. Los resultados son la crisis que estamos viviendo”; por ello, para combatir la lepra del alma, ese cáncer de la indiferencia, requerimos vernos en el rostro de los otros: en los que padecen hambre, penurias y desigualdad. 

Sentirnos en esos rostros para entonces actuar en concreto: dejando a un lado a la indiferencia, abandonando la cultura del privilegio y, entonces, actuar en consecuencia siendo personas éticas; ciudadanos honestos, solidarios e incluyentes; mirando siempre en nuestro caminar por el bienestar de las personas que menos tienen. Renunciando a ese impersonal y voraz progreso que destruye el alma y todo cuanto encuentra a su paso; construyendo, desde nuestras propias trincheras, un desarrollo económico, político y social centrado en el ser humano, en donde los mexicanos antepongamos el bien común al bienestar personal, en el cual nadie quede excluido. Absolutamente nadie quede con hambre al ocaso del día.

cgutierrez@itesm.mx

Programa Emprendedor 
Tec de Monterrey Campus Saltillo
Carlos R. Gutiérrez Aguilar