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Diferencias entre un empresario y un empleado al frente de la IP
Un empresario lo es, aunque se dedique a la compra-venta de naranjas, y un empleado es eso, un empleado, aunque dirija a una empresa trasnacional con un personal de 80,000... o más.
El primero arriesga y pone en juego su dinero, su tiempo, su prestigio y su patrimonio cada vez que realiza una compra de naranjas y presenta su declaración fiscal como tal.
Sus ingresos son inseguros y hay muchas veces que se pasan meses y no gana un centavo; pura metedera.
El segundo trabaja a cambio de un sueldo que cada quincena entra religiosamente a su cuenta bancaria, aunque la empresa para la que trabaja pierda dinero.
El empresario no va a la segura. Gana y pierde.
El empleado va a la segura. Siempre gana, nunca pierde.
Consecuentemente, es muy distinto escuchar y ver en acción a un empresario, que a un empleado.
Las diferencias se magnifican cuando alguien en su rol de empresario desempeña un cargo honorario o pro-bono para representar a los de su gremio.
Y cuando un empleado -así sea el director general de un gigante industrial- preside a un organismo empresarial, en realidad no es de esa grey y a leguas se le nota.
Si el empresario que compra y vende naranjas se sienta a negociar con un alcalde, con un gobernador o con un presidente, se ve que es un empresario.
Y si el director general de una empresota hace lo mismo, parece lo que es, un empleado.
Así las cosas, los políticos -donde el más chimuelo masca riel- tienen que reconocerle al empresario que compra y vende naranjas, su linaje empresarial.
Y los mismos políticos, al toparse con alguien que no tiene ese pedigrí, terminan tratándolo como a un empleado, sí, que dirige a un grupo industrial, pero un empleado al fin de cuentas.
en cualquier país, lo anterior es evidente. Y en México lo es mucho, muchísimo más, donde los políticos y los del gobierno, terminan por cuadrársele al empresario de las naranjas. Al empleado, no necesariamente.
El empresario no debe tenerle miedo a hacer política, porque en este mundo esa actividad forma parte de la estructura de todos los negocios.
El que no sabe hacerla, puede ser un chingón egresado del MIT pero va a tener que apechugar si no sabe lidiar con los políticos.
El empleado se cree con el derecho de temerle a la política y le saca al bulto porque dice: “Para eso están mis patrones...y los políticos”.
El empresario al frente de un organismo empresarial, consulta a sus iguales.
El empleado en esa misma posición, tiene que pedir permiso a los empresarios, porque él, sencillamente no lo es.
Los políticos y los del gobierno se sientan a la mesa de negociación con un empresario líder de la IP y lo ven de tú a tú, reconociéndole esa jerarquía.
Al empleado, lo miran hacia abajo y así mismo lo tratan.
Cuando acude al Palacio Nacional un líder empresarial que es empresario, lo invita un ministro o cuando menos un sub secretario. Le preguntan si puede y le dan fechas a escoger.
Cuando el líder empresarial es un empleado, lo cita el jefe de la oficina de la Presidencia, y si es un domingo a las 7 de la mañana, a ver cómo le hace.
Al empresario que es líder de un organismo de la IP, los políticos y los del gobierno lo consultan sobre cualquier decisión del gobierno que ataña al sector.
Al empleado, si acaso le avisan y muchas veces éste termina enterándose por la prensa.
Un empresario percherón al frente de un organismo de la IP, tiene los suficientes pantalones para tomar decisiones a nombre del gremio, aún a pesar de que los intereses particulares de sus negocios se vean afectados. En eso funda la calidad de su representatividad.
Un empleado dirigiendo cualquier órgano cupular de la IP, no es que no tenga pantalones, pero más bien se los tiene que arremangar, pues no se va a atrever a tomar una decisión que afecte los intereses de los patrones de la fábrica para la cual trabaja. En esto estriba la porosidad, la fragilidad y la vulnerabilidad de su “representatividad”.
Ahora bien, si para presidir a un organismo de la IP se escoge a un “peso pesado” pero resulta que es un oligarca, un oportunista ventajoso transexenal del sistema político y un aprovechado que siempre está en primera fila del Palacio Nacional -y antes lo estuvo en Los Pinos- para sacar raja hacia sus negocios, ya valió madres, porque se le estarán dando al gobierno -y más al de la 4T- pretextos suficientes para ver a ese sector como conservadores, tránsfugas del neoliberalismo, apátridas, fifís y cacas.
Es más, darle el timón ipeco a uno de esos nomás porque está entre los más ricos del mundo, le dará al sector empresarial una voz afónica, timorata y pendenciera, porque sus privilegios y el confort de magnate estarán por encima de los 8 millones de pymes que le dan trabajo al 80% de la fuerza laboral de México.
Además, uno de esos de linaje imperial-empresarial al frente de la IP, tendrá en la basta variedad de giros de negocio que su fortuna abarca, mil colas susceptibles de ser pisadas y por ende, se va andar cuidando de más.
Para dirigir al sector empresarial y hacerle un sano contrapeso al inmenso y creciente poder del gobierno de la 4T, tampoco le es muy útil el dueño de 20,000 negocios, que aunque sea de los peces gordos que no hacen componendas con el gobierno, ofrece 20,000 blancos a los obuses de sus adversarios.
Creo que los tiempos actuales obligan al sector empresarial a enfocarse en una auténtica misión de responsabilidad social, cívica y política. Lo económico está en sus genes; por eso ni siquiera lo menciono.
Se me hace que es tiempo de que los empresarios salgan de su reducto y asuman su responsabilidad para hacer política. Es hora de no tenerle miedo a hacer política.
Porque políticos somos todos y más quienes nos consideramos “apartidistas”, pues la actividad política no necesariamente tiene qué ver con los partidos.
Más que una oposición de los partidos políticos -que por cierto, están entregados, humillados y arrodillados- México necesita ahora un oposición social, cívica, ciudadana que se finque en los engranes que mueven los motores de nuestra economía: Los generadores de empleo, que son los auténticos pivotes del bienestar, muy por encima de los demagógicos programas del gobierno, que son más clientelares y electoreros que otra cosa.
CAJÓN DE SASTRE
“Arre, manos a la obra”, dice la irreverente de mi Gaby.