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Doce destinos para doce uvas
Por Antonio Puente
"Como fuera de casa, en ninguna parte", enarboló el genial Rafael Azcona, un aserto que ni pintado para la noche de fin de año. Así como la Nochebuena es cóncava, una fiesta hogareña, familiar y concéntrica, la Nochevieja es centrífuga, diseñada para catapultarse hacia el otro lado. De ahí las populares maratones y fuegos de artificio; una noche "para tirar cohetes" y llegar raudos: que "no te den las uvas"... Aun permaneciendo en los hogares, las paredes se vuelven entonces más elásticas y trasgresoras que durante la espita cerrada de la Nochebuena; y, en algunos lugares, hasta se tira literalmente la casa por la ventana, como hacen italianos o argentinos, desprendiéndose de los trastos viejos. Algunos (escoceses, bonaerenses) incineran el año extinto. Y otros (neoyorkinos, mexicanos) lo echan a rodar en forma de esfera.
De celebración antiquísima -documentada en egipcios y babilonios-, el emperador Julio César decretó el culto al dios Jano, con sus dos rostros, uno viejo y otro joven, para simbolizar ese tránsito. Síntesis, luego, de religiosidad y jolgorio -pues la Nochevieja es también ecuador de la Navidad a la Epifanía-, no hay otro evento de mayor resonancia planetaria. Los madrugadores japoneses, acaso por aguardar al resto de la Tierra rezagado, dan un total de 108 campanadas. Mientras Santa Claus nos conmina a permanecer en los hogares, san Silvestre es licencia para la escapada. Con un buen bólido resultaría factible, incluso, iniciar las campanadas en el Extremo Oriente y culminarlas en el verano austral. He aquí 12 propuestas.