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Dolorosa, dramática, magnífica
En todos los tiempos han existido personas que no le dan la más mínima importancia a la vida interior, que en realidad ni siquiera saben de qué se trata. Tal vez, el signo de este tiempo se encuentra en el creciente número de personas que fabrican su vida de apariencias y casi todo lo que emprenden tiene como objetivo alimentar una personalidad superficial, intrascendente. Nunca ahondan en su interior, jamás abrevan de él. Se conforman confeccionando máscaras para usarlas cotidianamente.
Si a estas personas se les pregunta: “¿Quién eres tú?”, te dirán su nombre y apellidos, domicilio, oficio, edad, pero si luego cuestionas: “¿Quién eres tú en lo más hondo de ti mismo? ¿Qué buscas?” La mayoría probablemente se quedará en silencio.
Muchas personas ignoran el significado y la experiencia de estar en contacto con el “fondo” de su propio ser, desconocen que la vida es siempre “dolorosa, dramática y magnífica”, tal como Giovanni Battista Montini la describió.
RECORDANDO
Una de las personas más notables e inspiradoras fue Helen Keller (1880-1968). Esta admirable mujer, siendo ciega y sorda, supo vencer a la adversidad mediante un empeño sorprendente, pues a pesar de sus tremendas limitaciones físicas, fue autora, activista y apasionante oradora.
Helen nació sin problema alguno, pero enfermó a los pocos meses de edad y a pesar de que el padecimiento fue pasajero, esta desgracia la dejó ciega y sorda.
Contra todo pronóstico emprendió, con la ayuda de su inigualable maestra Annie Sullivan, el camino de su superación; Helen, con el tiempo, se graduó con honores de la Universidad de Radcliffe.
PARADOJAS
Keller se descubrió desde la base de su alma, tempranamente supo que la vida era, precisamente, dolorosa, dramática y magnífica y esos tres adjetivos son, exactamente, los que hicieron vibrar la “humanísima” vida de Helen.
Tres adjetivos que a Helen le permitieron entender que no era justo para nadie –menos para ella misma– esperar que las personas oyentes y videntes comprendieran su mundo, sino que era precisamente su misión comprender la realidad de los otros, de los “normales” y aprender a vivir en el mundo; ciertamente, paradoja difícil de digerir, pero que representó la esencia de un coraje y valentía sin límites: no buscó educar al mundo para que le guardasen respeto y comprensión, ella se formó para que, a través de su testimonio moral, el mundo fuera más sensible y humano. En Helen, no hubo queja, solamente entusiasmo y la dicha de la oportunidad de existir.
Annie Sullivan comprendió que jamás debería compadecer a Helen y menos subsidiarla en sus obligaciones y tareas. En esa relación no hubo manipulación, la maestra dejó que su alumna creciera, tampoco permitió que Helen se justificara ante ella misma, y menos ante terceros.
Insisto, su vida fue dramática porque la enfermedad le arrebató la vista y el don de escuchar, fue dolorosa porque nunca percibió el color de los colores y tampoco escuchó el canto de las aves, pero también magnífica ya que de alguna manera, a través de su alma, vio, sintió, escuchó y comprendió la grandeza del mundo y de su mundo de una manera asombrosa como ella misma lo apunta: “Me parece que el mundo esta lleno de bondad, de belleza y de amor. ¡Y cuanta gratitud debemos sentir hacia nuestro Padre celestial que nos da tantas cosas! Su amor y su cuidado están escritos en todos los muros de la naturaleza”.
Su vida fue magnífica porque en ella se despliega la grandeza de la esencia humana, al hacer patente la inagotable fuerza del espíritu que mora en el alma que todos llevamos dentro, la cual es capaz de emprender valerosas luchas en contra de los más graves y abrumadores impedimentos físicos.
Fue dolorosa y dramática, a la vez, pues su testimonio de vida denuncia que la gran mayoría de las personas nos quejamos cuando
“carecemos de zapatos sin darnos cuenta que hay tantos seres humanos que ni siquiera tienen la fortuna de tener pies”, pero que corren más y mejor que los que sí tenemos la suerte de contar con ellos.
Digo que fue magnífica porque su existencia nos regla la luz que ella jamás vio, pero también dolorosa porque muestra que para vivir a plenitud, paradójicamente, hay que saber sufrir, hay que comprender la razón por la cual a los humanos, de tiempo en tiempo, se nos despelleja la piel en nuestro caminar. Asimismo, es trágica porque al recordarnos que no sabemos nada –absolutamente nada– del minuto que sigue y que cada acto emprendido se hace para siempre, aún cuando ni siquiera lo sepamos.
ALIENTO DIVINO
Siempre me he preguntado qué fue lo que impulsó a Helen Keller a desarrollar esa capacidad de superación y emprender una vida tan conmovedora y repletísima de sabiduría y generosidad; tal vez, la respuesta reside en que, paradójicamente, su ceguera y sordera provocaron que su alma entera se transformara en una inmensa ventana por la cual pudo ver y escuchar la voz de Dios y por ahí fluyó el aliento divino y la luz de la esperanza que, finalmente, le permitieron convertir todo sufrimiento y drama en fortaleza y esperanza.
Helen, a través de esa ventana, se inspiró para percibir realidades no vistas por sus ojos y sonidos nunca escuchados por sus oídos que hicieron que en su corazón siempre abundara un inmenso amor hacia la vida.
Su espíritu lo forjó en la fortaleza del amor, así descubrió que para ella no habrían quejas, ni barreras que limiten, que no existirían adversidades capaces de crearle desánimo, depresión, o soledad.
A LOS OJOS DE DIOS
Comenta Martin Descalzo que Teilhard de Chardin en una ocasión le escribió a su prima paralítica: “Margarita, hermana mía, mientras yo, entregado a las fuerzas positivas del universo, recorría los continentes y los mares, y tu inmóvil, yacente, transformabas en luz, en lo más hondo de ti misma, las peores sombras del mundo. A los ojos del Creador, dime, ¿cuál de los dos habrá obtenido la mejor parte?”. Qué razón tiene, pues hay gente sana que esta enferma del alma, que la tiene seca y empeñándose a vagabundear por la vida, y personas, físicamente enfermas, que tienen el alma anchísima, repleta de una vida que reparten a toda persona que conocen.
La buena vida no implica la ausencia del drama o el sufrimiento, en esto consiste el error de vender a la juventud la idea de la eterna felicidad. La existencia implica aprender a dar significado y trascendencia a los padecimientos, sabiendo que jamás dolor o dificultad alguna podrán ser mayores que el poder del alma para soportarlos, para asimilarlos con decoro.
Helen nos recuerda que siempre, antes de todo amanecer, existe la oscuridad. Cada vez que pienso en ella caigo en cuenta que no existen los problemas, sino soluciones; actitudes ante la vida y que hay, por lo menos, tres opciones ante las adversidades: la inútil queja, la indigna autocomplacencia, o el sublime coraje para trascender las limitaciones.
“Dolorosa, dramática, magnífica”: así es la existencia. Para comprenderla y gozarla es bueno despojarse de la soberbia e ingenuidad y contar con la total disposición para percibirla con los ojos y oídos del alma, como Helen Keller lo enseñó al mundo.
ENTONCES
Quizás, necesitaríamos ser ciegos y sordos para descubrir esta inmensa verdad. Entonces empezaríamos a darle gracias a la vida por lo que tenemos y también por eso que no tenemos. Entonces empezaríamos a descubrir la alegría que cada día la vida regala en los pequeños detalles. Entonces descubriríamos la grandeza de la divinidad en nuestro interior y en todo aquello que nos puebla. Entonces podríamos exclamar eso que, a pesar de sus pesares, solía decir Helen Keller: “cada día descubro algo que me causa alegría”.
cgutierrez@itesm.mx
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey
Campus Saltillo