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“El banquete de los dictadores”
Hay libros perturbadores. Este es uno de ellos. Espléndido como pocos. Otea en una arista poco conocida y explorada de aquellos seres abominables a los cuales condenamos de por vida en la historia de la humanidad. Los tiranos, los dictadores, los déspotas del mundo. Pero, este libro no es uno más de los cuales habla de sus atrocidades, sus pendencias y muertes sin fin infringidas a ciudadanos desprotegidos, no. Habla de su despensa, sus alimentos, sus gustos culinarios. Aquel aforismo ya popular, pero de la autoría del padre de la gastronomía en el mundo, J.A. Brillat-Savarin, se sigue cumpliendo a la letra: “Dime lo que comes y te diré quién eres.”
¿Qué y cómo comían tiranos abominables como Hitler, Mussolini, Francisco Franco; que come aún hoy Fidel Castro, cuál era el alimento preferido de Sadam Hussein? El libro “El banquete de los dictadores” de la autoría de dos periodistas británicas, Victoria Clark y Melissa Scott, explora en esta arista poco conocida de seres tan despreciables, pero al final de cuentas, humanos como usted o como yo estimado lector. El libro me lo mandó el fino narrador defeño Armando Oviedo Romero, desde su congestionado y contaminado Distrito Federal. Sobra decirlo, el libro dudo mucho que se consiga en las pésimas librerías locales, las pocas que hay.
Gustos culinarios, manías gastronómicas de 26 jefes de Estado a los cuales definimos históricamente como caciques, dictadores. Aquí desfilan profusamente documentados, gustos y apetencias de Adolf Hitler, Benito Mussolini, Sadam Hussein, Muamr Kadafi, Francisco Franco, Fidel Castro, Mengistu Haile Mariam; el lusitano Antonio de Oliveira Salazar, quien era soltero y al parecer, tan “ahorrativo”, que sólo desayunaba café de cebada y una tostada. Su comida preferida eran “sardinas a las brasas con frijoles.” Más que Presidente, era un asceta.
No todos eran unos misántropos, como el portugués. Se cuenta que en las cenas a las cuales convocaba el tirano soviético de José Stalin, estas mínimo duraban seis horas con una suerte de azares y juegos con los cuales Stalin terminaba humillando a sus comensales. Pero, al menos vivían. Usted lo sabe, terminó asesinando bajo su yugo, a cerca de 23 millones de los suyos. Con este libro nos enteramos que el italiano Benito Mussolini no soportaba la pasta. Cuentan las autoras que solía tomar una ensalada hecha a base de ajos crudos aliñados con aceite y limón. Al villano favorito de los norteamericanos, Sadam Hussein, le preparaban la comida cada día de forma simultánea… en sus doce residencias que tenía. ¿El motivo? Nadie sabía en cuál de ellas llegaría a comer. Caray, esto es ejercer el poder.
Muamar Gadafi solía comer y tenía como platillos favoritos cuscús con carne de camello. Hilter no era tan vegetariano como siempre se ha pregonado, su platillo favorito era pichón relleno con trozos de lengua y pistachos. El ibérico Francisco Franco solía paladear merluza y bocadillos de delfín. Le gustaba también la ternera, el cocido; sopa con almejas y mejillones. Huevos a la Aurora, rellenos y cubiertos con bechamel. En este libro se cuenta que la tan popular paella española, debe su fama a que precisamente Franco solía salir a comer a un hostal los jueves, por lo cual y si acaso no había arroz listo, entraba en cólera. De aquí entonces que la paella se empezó a incluir en el menú de los restaurantes todos los jueves. ¡Puf!
El vetusto Fidel Castro en su momento, dictaba cátedra verbal y gastronómica. Tenía su definición precisa y perfecta de cómo se debe de cocinar una langosta: “11 minutos al horno o seis minutos si se hace a la brasa en un espeto, para aliñar después con mantequilla, ajo y limón.” Va final, aunque hay mucho por explorar en este buen libro: las autoras no dudan en conceder el título del tirano “más aficionado a la gastronomía” a Kim Jong-Il, mandatario norcoreano. Éste enviaba aba a su chef por todo el mundo para que le consiguiera “caviar iraní, mangos tailandeses, salchichas danesas, arroz japonés especiado con artemisa” el cual podía costar hasta 100 euros la unidad. El dictador y gourmet, empleaba a un chef sólo para hacerle el sushi. Así lo contó en un libro, el cocinero Jenki Fujimoto. Humanos, al final de cuentas eran humanos y almorzaban.