Cuando alguien es dado a proferir vocablos sonorosos se dice de él que usa lenguaje de carretonero. La expresión es muy justa, y se usa todavía aunque ya casi no haya carretones. Estos pesados vehículos de carga eran tirados casi siempre por mulas, y las mulas son animales a los que hay que hablarles fuerte para que entiendan. Quizá por eso un cierto arriero le aconsejaba a su hijo que se buscara una mula que no fuera tan vieja y una vieja que no fuera tan mula.

Cierto día el señor cura García Siller fue a un rancho en carretón. Se detuvo de pronto la mula, y no quiso seguir, pues el carretonero le hablaba a con el comedimiento y compostura que exigía la presencia de su pasajero. Duró eso buen rato, hasta que don José María le dijo al hombre:

-Hijito: háblale a la mula como tú, no como yo.

-¡Mula jija de la....! -gritó entonces el carretonero. Y el milagro se hizo: la maldecida bestia echó a trotar.

El primer carretonero que hubo en México fue fray Sebastián de Aparicio. Entre Saltillo y Monclova hay una gasolinería que tiene un jardinillo con plantas del desierto. En ese jardín se ve un pequeño busto tallado en cantera de color de rosa. Ese busto representa al beato cuyos restos, incorruptos, reposan en un altar del templo franciscano en Puebla.

Muy grande acierto tuvo el propietario de esa gasolinería al poner ahí un busto del humilde fraile, pues el beato Sebastián de Aparicio es el patrono -no santo todavía, pero sí patrono- de los constructores de carreteras y de quienes por ella transitan. Fue además el primer charro y el primer fabricante de carretas. Hace unos pocos años la Iglesia hizo santos a más de veinte mexicanos cuyos nombres es imposible recordar. Quién sabe por qué no habrá hecho santo a este fraile viajero cuyos milagros se multiplican cada día y cuyo nombre conocemos todos.

La devoción popular, sin embargo, no espera a reconocimientos oficiales. Por mucho tiempo Juan Dieguito fue venerado como santo, con o sin permiso de la autoridad. Lo mismo sucede con fray Sebastián de Aparicio, a quien la gente le reza aunque la Iglesia le regatee la santidad, quizá por falta de recursos de quienes quisieran promover su causa. Ni aun en Roma vale el don sin el din. Beatificado en 1789 por el Papa Pío Sexto, fray Sebastián espera a otro pío Papa que lo ponga, no en los altares, porque en ellos ya está, sino en el santoral.

Yo tengo una estampa del beato Sebastián de Aparicio. En ella aparece vestido con su hábito de franciscano. Al fondo se ven los volcanes -el Popo y el Ixtla-, y se mira también la catedral de Puebla. En el retrato fray Sebastián se parece a su tocayo -nada beato- don Sebastián Lerdo de Tejada.

En San Miguel de Allende estuve en una pequeña ermita dedicada al primer carretonero de México. Una leyenda cuenta que fray Sebastián le pidió por caridad a un herrero -cuya fragua estaba donde ahora está esa ermita- que le pusiera una herradura a su burrito. Hizo el trabajo el forjador, pero luego se lo cobró al beato. No traía dinero el frailecito. El herrero insistió en el cobro. Entonces fray Sebastián le dijo al burrito:

-Entrégale su herradura y sus clavos a este señor.

El burrito sacudió la pata y cayeron clavos y herraduras. Debió añadir fray Sebastián:

-Y que se vaya mucho a tiznar a su madre.

Después de todo era carretonero.