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El cine y la censura, una función sin final. En Saltillo, el boletín ‘El Parroquial’
En estos tiempos de pandemia, la afición al arte de la cinematografía y el entretenimiento se han volcado a los servicios de streaming. Hoy puede verse una película a cualquier hora, en cualquier lugar y a través de múltiples dispositivos. Eso y el magnífico artículo de Mario Vargas Llosa sobre la censura solicitada por el cineasta Ridley Scott a la cinta “Lo Que el Viento se Llevó” por racismo, publicado en VANGUARDIA en días pasados, nos remontan al siempre añorado Cine Palacio, una imagen muy cercana al corazón de varias generaciones de saltillenses.
Me tocó vivir en plena adolescencia y juventud la historia de éxitos del Cine Palacio, ubicado en la esquina de las calles de Victoria y Manuel Acuña, en el corazón de Saltillo. Su trayectoria de más de 60 años quedó marcada por el tipo de público que pisaba su sala y por la censura de las películas en la época de los sesenta y setenta, y finalmente por el largo periodo en que debió cerrar sus puertas a causa del monopolio que indebidamente ejerció el gobierno mexicano sobre la distribución de las películas y las salas de cine.
Sus recuerdos son interminables. Los domingos íbamos los jóvenes a la función de estreno en la tarde temprano, mientras que los papás asistían a las funciones nocturnas de ese día o de entre semana. Todos los estudiantes ateneístas de esos años faltábamos a clases los viernes en la tarde para ir a la función popular del Palacio, donde por muy poco dinero podíamos ver tres películas, una tras otra. Igual hacían los muchachos y muchachas de la Narro y del Tec de Saltillo. Las chicas del internado de la Normal llegaban en grupo los domingos y se sentaban juntas bajo la vigilante mirada de una estricta cuidadora, los demás ocupábamos generalmente las butacas en la sección de adelante y del lado izquierdo. En el lado derecho se sentaban las parejas. ¡Cuántos romances nacieron en el Cine Palacio! ¡Cuántos susurros debieron quedar en el viejo cascarón, entre el reloj que marcaba la hora del regreso a casa en el muro derecho y el telón que se cerraba cuando todavía el proyector lanzaba a la pantalla la palabra Fin para indicar su conclusión! Tantas risas y llantos, fantasías y tragedias nos dejaron aquellas películas, aderezadas cuando se podía con fritos y palomitas, como “El Gordo y el Flaco”, “Las Minas del Rey Salomón”, “Los Cañones de Navarone”, “Por Quién Doblan las Campanas”, “Cumbres Borrascosas”, “Cleopatra”, “Rebelde Sin Causa”, “West Side Story” y la inolvidable y entonces prohibida para nosotros, “Esplendor en la Hierba”.
La censura ha existido siempre. Vargas Llosa la califica de aberración y dice que “la de películas, libros y artículos sólo sirve a la larga, en vez de inocular buenas y correctas ideas a los ciudadanos, para adormecerlos, atontarlos y hacerles tragar las mentiras que le gustaría difundir al poder político…”. Guardando toda proporción, le agrego: “y en su tiempo, al poder religioso”. El celo en la persecución de la herejía llevó al Santo Oficio a expurgar el famoso libro de Tomás de Kempis, “La Imitación de Cristo”. A la edición expurgada que conozco, el censor le retiró una hoja y tachó unas líneas en la parte final.
La censura de películas en el Saltillo del Palacio tenía lugar a través de las páginas del boletín “El Parroquial”, que editaba semanalmente el párroco de San Esteban: A para todo público, B adolescentes, C adultos y CC estrictamente prohibida. Seguramente, el señor Morelos, dueño del cine, escogía con todo cuidado las películas del domingo, pues “El Parroquial” bien podía dejarlo sin espectadores en la función vespertina de ese día, seguramente la de mayor boletaje.
Hoy, las leyendas de contenido que ponen las compañías de streaming en las películas que clasifican con R atraen más a los espectadores, llevándolas al top 10 de las más vistas. Lamentable.